Le despertó la llamada a la puerta del servicio de habitaciones. No tenía intención de pasar mucho tiempo en Birmingham, ni siquiera en Inglaterra, de modo que no se había molestado en alquilar un apartamento como era debido. Se conformó con un hotel, sencillo pero con los servicios básicos, donde pudiera recibir correo y descansar durante todo el día sin ser molestado.
Sólo estaba allí por una semana, como compromiso con un viejo amigo. Era poco tiempo de margen, y siendo como era una ciudad industrial a la que acudía gente en busca de cualquier tipo de trabajo en la esperanza de salir de la situación en la que se encontraban, no llamaría demasiado la atención que durmiese todo el día y saliese tan sólo de noche. Además volvía temprano, lo suficiente como para que cualquier mente curiosa pensase que en realidad trabajaba desde la habitación y salía cuatro o cinco horas por la noche para tomar un poco de aire fresco. No era la primera vez que le confundían con un escritor o un periodista, y Kjell dejaba que así lo creyesen. Cualquiera de esas profesiones que algún botones plantease de modo conversacional, era respondido con un sorprendido “¿Cómo lo ha sabido usted?”. A partir de ahí, era sólo seguir la farsa. No era difícil si no se permanecía en un mismo hotel más de un mes.
Cuando llamaron a la puerta serían las nueve y media de la noche. Era tarde, pero aún era abril, y el cielo, aunque oscuro, tenía aún un resplandor pálido si se miraba hacia el oeste. Ya se había levantado, desde luego. En aquella época del año en aquella latitud se levantaba temprano, con las primeras sombras de la tarde. Amanecía cerca de las seis de la mañana, y permanecer más de doce horas en yaciendo le hacía levantar cansado. Muchos en su situación no tomaban en cuenta esos detalles, y se asentaban en un lugar durante varios años, hasta que se cansaban o los agostaban. Él no era ajeno a esa clase de comportamiento, desde luego. Pero siempre tenía dos residencias, una en el hemisferio norte para el invierno y otra en el hemisferio sur para el verano, elegidas específicamente por el número de horas de oscuridad que había en cada estación. En las zonas intermedias solía pasar temporadas, pero eran casi como vacaciones. Incluso llegó a vivir casi medio año en la selva amazónica de Ecuador, doce horas de día y doce de noche aproximadamente. No era un sitio incómodo, pero de nuevo, doce horas tumbado eran demasiado para él.
Abrió la puerta enfundado en un pijama de algodón oscuro con cuadros azules. Ofrecía un aspecto tan absolutamente normal, en pijama, con el cabello rubio despeinado y mirada soñolienta, que al muchacho pecoso en uniforme negro que esperaba al otro lado del umbral jamás se le hubiera pasado por la cabeza que tenía delante algo más que un escritor con resaca.
-Perdone, señor-dijo el muchacho, tendiéndole con naturalidad un paquete de cartón marrón. Era pequeño pero alto, debía de contener libros. Kjell sonrió al verlo.-Pero han dejado esto en recepción para usted, señor.
Kjell lo cogió alargando la mano derecha mientras con la izquierda se mesaba el cabello en un gesto deliberado que imitaba el intento de desperezarse de un recién levantado. Luego dejó caer la mano izquierda mientras aún sujetaba el paquete, y palpó con un movimiento rítmico los bolsillos de su pijama.
-Gracias-contestó-Dame un segundo, no te vayas
-Como diga, señor.
El chico se quedó esperando delante de la puerta. No todos los huéspedes daban propina y los que lo hacían no solían ser generosos, pero siempre venían bien unos peniques extras. Miró sus zapatos negros recién pulidos, sólo por hacer tiempo.
Mientras, Kjell dejó caer el paquete encima de la cama y cogió su cartera de la chaqueta colgada de la mesa del escritorio. Volvió a la puerta con ella.
-Ten-dijo tendiéndole un billete de cinco libras al botones- Muchas gracias por todo.
El chico parpadeó con sorpresa. Eso era algo más de lo que esperaba de una buena propina. Para él una buena propina era una libra en calderilla, y las recibía muy de cuando en cuando.
-Gracias, señor-dijo, casi tartamudeando-¿Quiere algo más señor?
El interpelado sacudió la cabeza.
-No, tranquilo. Gracias por todo, has sido muy amable.
-Gracias, señor. No le molesto más, señor.
El muchacho ya había empezado a andar por el pasillo, cuando de pronto se paró en seco y se volvió hacia la puerta aún entreabierta.
-¿Señor?-llamó.
-¿Sí?-Kjell asomó la cabeza por el umbral de la puerta lo suficiente para ver al botones con claridad.
-El paquete no tiene remitente, señor. Lo siento, señor.
-Tranquilo. Es lo que cabía esperar.
Terminada la farsa, Kjell cerró la puerta con suavidad y se dejó caer en la cama deshecha, junto al paquete. La cama, aunque no llevaba mucho tiempo levantado, estaba fría. Estaría fría aunque alguien se metiese en ella mientras él dormía.
Tomó el paquete con cuidado en las manos y rompió el envoltorio. Tal como esperaba, eran libros. Dos libros relativamente voluminosos, y un pequeño sobre que se desprendió entre ellos. Siempre se comunicaba con él mediante libros. Lo había estado esperando desde el día en que llegó a la ciudad, y había tardado casi tres días en enviárselo. Supuso que era el tiempo que le había llevado descubrir dónde estaba alojado.
Leyó los títulos de los libros: “Caballo de Troya”, de un autor español, un tal Benítez. “Entrevista con el Vampiro”, de una americana, Rice. Sonrió. Había oído hablar de ellos, los había visto en muchas librerías. Había leído el primero, no tenía nada en contra de especulaciones con la historia. Le había gustado, incluso le había impresionado. Esperaba que saliese el siguiente volumen con toda la impaciencia de la que era capaz. El segundo, en cambio, lo había estado evitando desde que salió en los setenta. Por razones obvias, aunque había oído que estaba bastante logrado. Dentro de lo que cabe, claro.
Finalmente, cogió el pequeño sobre entre sus manos y lo abrió con cuidado. Dentro había una cuartilla doblada, y una nota breve escrita en ella con una caligrafía clara y amplia, cursiva, de trazos rápidos y decididos.
“¿Podrás leer en dos días? Tienes algo que hacer desde hoy hasta el viernes… a medianoche. Te esperaré en la entrada de tu hotel. ¡Ven sin cenar! Tuyo, Flóki”
El viernes a medianoche. Aún quedaban dos días. Kjell tomó aire y lo soltó con parsimonia. Se estiró sobre la cama, cruzando los brazos tras la cabeza y mirando al techo. Movía el pie derecho en un intento de mantener una parte de sí activa. Aún era pronto para salir a comer. Necesitaba más oscuridad, escoger el lugar apropiado, el individuo correcto. El blanco techo de la habitación del hotel tenía una diminuta mancha de humedad que parecía gritarle.
Suspiró, perdiéndose en la inmensidad de su propia historia. No acababan de gustarle los hoteles. Le hacían sentir el peso de la soledad y del tiempo mucho más que de costumbre. Siempre había querido encontrar alguien con quien compartir su vida, pero nunca le duraba demasiado. Cuando vivías a la manera en la que Kjell vivía, igual que te cansabas de los sitios te cansabas de las personas. No quería decir que dejasen de sentir afecto por ellos, no significaba que el vínculo se rompiera. Simplemente, el tiempo hacía que se sintiera el ansia de algo nuevo, algo diferente. Habían sido humanos antes, a fin de cuentas, y el ser humano siempre estaba buscando algo nuevo que descubrir. Cuando dormía en hoteles, se daba cuenta de lo efímero de todo a su alrededor, mientras él seguí inmutable. Era deprimente. Durante ciertas épocas de su vida, sentía que quería acabar con todo, había pasado largos periodos de depresión, en los que lo único que había deseado era permanecer tendido, dejando pasar las estaciones. En más de una ocasión había deseado la muerte. En una incluso lo había intentado, pero algo más fuerte que él le había puesto a salvo antes de prenderse del todo sin tan siquiera ser consciente de ello. El instinto de supervivencia fue más fuerte que él, pero aun así pasó las siguientes tres semanas en un estado de convalecencia que le sirvió como advertencia cada una de las ocasiones en que había deseado la muerte posteriormente.
No saldría a ‘cenar’, en palabras de su amigo, hasta pasada la medianoche. Suspiró una vez más. Dos días era demasiado tiempo para pasarlos simplemente pensando. Podía acabar en otro de sus estados de estupor y depresión. Como modo de matar el tiempo, tomó entre sus manos el libro de Anne Rice y lo abrió por la primera página.
Siguiendo las indicaciones que le había dado su amigo dos días atrás, Kjell no había cenado. Quedaban escasos tres minutos para la medianoche, y él estaba dedicándolos a… nada. Miraba por la ventana, desde la que no veía nada más que los tejados oscurecidos por el humo de la ciudad inglesa. Era otra de sus manías personales. Ya que tenía que pasar el tiempo en un sitio que le era ajeno, prefería que fuera en un lugar alto. No podía explicar el motivo, simplemente se sentía más cómodo, más tranquilo. Casi como los felinos. Normalmente eso tenía también la ventaja de una vista más o menos privilegiada de la ciudad en la que estaba. Birmingham en cambio, no era más que muros grises y nubes de humo industrial.
Recordaba la ciudad antes de eso. Sonrió para sí mismo. Recordaba la ciudad incluso antes de que fuera ciudad. Antes de los normandos. Había pertenecido a uno de los Siete Reinos, uno en cuyos salones había comido, acompañando a su rey. Había sido un rey generoso, recordaba Kjell. Un tanto excéntrico, pero un buen rey. Y un buen hombre. Hasta que su hermanastro le mató. En aquella época era bastante común, nada escandaloso. En su Islandia natal, lo honorable era decir que le habías matado, dar unas razones en la asamblea, compensar a la familia. En los Siete Reinos, en cambio, la norma era ocultar la autoría del crimen, porque este era siempre castigado, sin importar los motivos que te habían conducido a él. No había sido siempre así, era una costumbre nueva, cristiana.
Sonrió de nuevo, en esta ocasión con tristeza. La tristeza del que considera nuevo a algo que para el mundo en el que vive se remonta a épocas demasiado lejanas en la memoria como para que haya nadie que las recuerde. Se sintió viejo y cansado, pese a que el reflejo que le devolvía el cristal de la ventana era el de un hombre de mediana edad, treinta y muchos, cuarenta y pocos tal vez. Reflexionó sobre ello unos instantes. En la época en la que nació, era un hombre adulto, casi un anciano. Y así lo fue durante muchísimos años, pero poco a poco, a medida que la sociedad encontraba avances nuevos que alargaban la vida y combatían la enfermedad, iba haciéndose más y más joven. Ya no era un hombre del que se esperaba que muriese pronto, que tuviese una vida labrada tras él, una experiencia vital. Ya no tenía que justificar su soledad, su falta de familia. No tenía que inventar una tragedia personal nunca más. En el momento actual, donde ya no existían sombras en las ciudades, se esperaba de él que tuviera proyectos que llevar a cabo, que estuviese en mitad de su vida.
Las campanas de la iglesia hicieron notar la medianoche. Kjell se estiró ligeramente y bajó las escaleras hasta el hall de la entrada, completamente iluminado, como si no existiera la noche. Sus ojos lagrimearon un poco por la luminosidad, pero nada que le impidiese ver con claridad.
Enseguida localizó la figura de Flóki. Era difícil no verle, no fijarse en él. Estaba apoyado en la pared de la entrada, ataviado con ropas vaqueras de pies a cabeza: pantalones vaqueros, camiseta blanca, camisa vaquera a modo de chaqueta de verano, zapatillas Converse. El cabello más corto de lo que solía llevarlo, apenas llegaba a sus hombros, con el corte a capas que era común en la época. Sus cabellos siempre habían sido de un cobrizo oscuro, como brasas apagándose, y así los mantenía. Era alto, algo más de dos metros, y aunque no era fornido, tampoco daba el aspecto desgarbado de quienes tienen una estatura por encima de la media. Estaba de brazos cruzados, mirando el suelo, y llevaba una mochila cruzada a la espalda. Algunas de las mujeres que cruzaban por delante de él en la calle le miraban curiosas, y sólo entonces levantaba la cabeza, para mirarlas con sus almendrados ojos verdes y sonreír. Entonces las muchachas se ruborizaban y apretaban el paso entre risitas nerviosas.
A ojos de Kjell, era la imagen misma de la época en que vivían. Siempre le había sorprendido la facilidad con la que Flóki se adaptaba a los tiempos, como si fuera un paso por delante, siempre lo que se esperaba de él. En aquella ocasión había elegido un aspecto de más o menos su misma edad. Pero mucho más… Kjell trató de buscar una palabra de aquel tiempo… mucho más “en el rollo”. Por comparación, su cuidado atuendo, con vaqueros y americana negra sobre camisa blanca y cabellos cortos aunque no a cepillo, parecía… buscó otra expresión de la época… parecía “carca”.
-Llegas un poco tarde ¿no crees?-saludó Flóki sin siquiera volverse a mirarle.
-En realidad no-replicó el otro-Sólo observaba tu ritual de cortejo…
Flóki se dio la vuelta encogiéndose de hombros y haciendo un gesto de descarte con la mano.
-Tenía que hacer tiempo con algo ¿no?
Kjell se dejó abrazar por el semigigante. A su lado, aunque su metro setenta y algo de estatura le había hecho alto para su tiempo, parecía casi un niño. Flóki era mucho más antiguo de lo que era él, pero nunca había sido humano, y no podían atribuírsele las reglas que se a estos se les aplicaban.
-Te he echado de menos, viejo amigo-confesó al soltarle.-Hace ya más de una década que no nos vemos…
-También yo, Flóki-respondió el otro con tristeza-También yo…
Caminaban por una calle estrecha y mal iluminada, hacia abajo, hacia el centro de la ciudad. Las farolas parpadeaban con una instalación vieja, casi obsoleta y en mal funcionamiento. Los edificios de apartamentos eran también viejos, y a aquella hora estaban a oscuras la mayoría de las ventanas. De algunas lonjas salía el sonido amortiguado de música tocada por artistas locales, y desde algunas ventanas podían escucharse el sonido de discusiones familiares.
Podían haber elegido un camino más seguro para llegar al centro de la ciudad, donde un restaurante tenía reservado un salón privado para Flóki y su acompañante. Pero para ellos era un camino más seguro que los más iluminados de las calles paralelas, cerca del parque. O al menos, más discreto.
Caminaban en silencio, como dos sombras más en la noche. Nadie se fijaría en ellos, y si lo hacían, pensarían que eran una pareja de yonkis, o quizás no llegasen siquiera a dedicarles un solo pensamiento. La gente en aquel tiempo estaba demasiado ocupada con sus propios problemas como para preocuparse de qué era lo que pasaba frente a sus ventanas en la oscuridad de la noche.
A medida que iban saliendo de aquella callejuela se iba ampliando el camino y las casas estaban más iluminadas. En apenas un par de minutos llegaron a una calle mucho más espaciosa, residencial casi. Flóki comenzó a caminar más despacio, observando con aspecto valorativo cada una de las casas por delante de las que pasaban. Kjell sacudió la cabeza, comprendiendo.
Pronto Flóki se detuvo frente a una de las casas. Una planta baja iluminada que tenía un pequeño jardín frente a ella. Todo muy normal muy hogareño. Con una silla en la que sentarse a ver la noche y junto a ella, una mesa de jardín en la que reposaba una pipa de fumar, pero él se había detenido allí. Tenían la puerta abierta, y se escuchaba el silbido campechano de un anciano, que enseguida salió al jardín con un periódico bajo el brazo y tabaco para pipa.
Se sobresaltó ligeramente al ver a los dos hombres allí plantados, pero enseguida, al ver que no daban señales de asaltarle y robarle inmediatamente, se relajó y se dejó caer pesadamente en la silla.
-Buenas noches-saludó finalmente.
Dejó el periódico sobre la mesa y comenzó a rellenar la pipa con parsimonia, disfrutando de cada movimiento y de la anticipación.
-Buenas noches, sí-respondió Flóki.
Y era una buena noche de verdad, no llovía pese a estar el cielo cubierto, y no parecía que fuera a cambiar la tendencia.
-Disculpe…-aventuró Flóki, quitándose la mochila de los hombros. Sus movimientos eran lentos, estudiados. Abrió la cremallera despacio y, para sorpresa de Kjell tanto como del hombre que tenían delante, sacó un termo metálico de ella.
-¿Sí?-dijo el otro con desconfianza.
-Verá… ehem… me da hasta vergüenza…-miró hacia abajo en un movimiento que fingía azoramiento.-Tenemos aún mucho trabajo esta noche, no encontramos nada abierto y estamos muy lejos de casa… ¿le importaría… tal vez… darnos un poco de té?
El anciano parpadeó con desconcierto, pero algo más fuerte que él le impedía decir que no, como era su primer impulso. Se sentía incapaz de negar nada a aquel completo desconocido que de pronto se plantaba frente a su casa en mitad de la noche. El sentido común decía que no debía siquiera haberles dirigido la palabra, pero aun así…
-Podemos pagarle, si quiere-añadió Flóki en el momento justo.
Kjell se sorprendía de lo buen mentiroso que era su compañero. Mentiroso y manipulador. Y aun así, leal. Casi servicial. Era un cúmulo de contradicciones. El tramposo.
-¡No será necesario!-dijo finalmente el anciano-Por favor, pasen un momento, enseguida estará listo…
-No sabe cuánto se lo agradecemos…-sonrió Flóki.
El anciano había desaparecido por la puerta del jardín, y Flóki hizo un gesto con el brazo izquierdo invitando a Kjell a entrar detrás de él, con una amplia sonrisa. El islandés sacudió la cabeza y obedeció.
La puerta llevaba directamente a un pequeño salón abarrotado de trastos. En una segunda mirada, eran algo más que trastos, recuerdos de una época no tan lejana, cascos, uniformes, fotografías en sepia, listas con nombres tachados. Kjell reconoció las facciones del anciano que les había atendido en alguna de aquellas fotografías de batallón, y miró con sorpresa a su amigo. Flóki sonreía misteriosamente, e hizo un gesto de impaciencia para acelerar el proceso.
-¿Siguen ustedes ahí?-se oyó la voz del anciano desde la cocina.
-Sí, disculpe-se disculpó Kjell, apresurándose a entrar en la cocina. También era pequeña, un tanto desordenada y mal limpiada. El visitante concluyó que el anciano vivía sólo.-Perdone mi impertinencia, señor-se disculpó de nuevo-Pero no he podido evitar fijarme en las fotografías de la sala de estar… ¿Participó usted en la guerra?
-Así es-dijo el hombre con orgullo. La tetera silbaba en el fuego-Nunca salí de Londres, pero muchos murieron en los bombardeos. Me ocupaba sobretodo de los hospitales, era médico ¿sabe usted? El servicio más horrible que he prestado nunca fue con los niños…
Un brillo extraño cruzó la mirada del anciano al mencionar a los niños. Kjell lo sintió, lo supo, y se le encogió el estómago con las imágenes que vinieron a su mente. No eran sino los recuerdos del anciano de aquella época, el abuso de poder del que había hecho gala para dar rienda suelta a su perversión.
El deliberado sonido de las pisadas de Flóki al acercarse a la cocina y apoyarse en el umbral de la puerta sacaron a Kjell de la marea de recuerdos. El anciano seguía parloteando alegremente, con orgullo, de sus años de servicio, pero el invitado ya no le escuchaba.
Se pasó la lengua por los dientes. Siempre lo hacía, como una comprobación de que el filo de los colmillos seguía allí. Seguía allí. En un movimiento rápido, imperceptible para el hombre, se colocó a la espalda del hombre y le clavó los colmillos en la yugular. No le dio tiempo a gritar.
Aunque sabía que era completamente necesario para su supervivencia, a Kjell no le gustaba el proceso de matar para conseguir la sangre que le mantenía con vida. Le hacía gracia el hecho de que innumerables escritores de historias de terror habían descrito la sed de sangre de los vampiros como un ansia, como algo imposible de controlar, mientras que el proceso en sí mismo de beber sangre era descrito como el sumun de la experiencia, casi como una suerte de orgasmo de ultratumba. No tenía constancia de si aquello ocurría de aquel modo para alguien o no, pero se le hacía realmente extraño. La relación de Kjell con la sangre era más bien la relación que una anoréxica hospitalizada tiene con las raciones que le sirven las enfermeras diariamente: comérselas le granjea el privilegio de levantarse, de tener visitas, de llevar una vida más o menos normal. Por ello las comía, sin disfrutarlas, sintiéndose después tremendamente culpable y merecedor de todas las desgracias.
-Kjell…-llamó Flóki agitando el termo desde su privilegiada posición en el umbral-Sé bueno y llénate esto ¿vale?
Kjell dejó caer el cuerpo del anciano, aún palpitante y con un hálito de vida en el suelo. Miró a su amigo con una sorpresa silenciosa. Flóki le lanzó el termo con un gesto ligero, casi juguetón, y su amigo lo recogió. La naturalidad con la que él tomaba aquellas situaciones conseguía que su ánimo mejorase un tanto. Le ayudaba a mantener la salud mental.
Tomó el termo en sus manos y comenzó a llenarlo con la poca sangre que al hombre le quedaba en el cuerpo. Salía despacio, tenía que apretar con fuerza el cuello para que fluyese. Sentía repulsión de sus propios movimientos, de sí mismo.
-¿Por qué quieres que llene el termo?-preguntó en tono de cháchara, sólo para desviar su propia atención del cadáver que tenía entre sus manos.
-Porque no quiero cenar sólo-respondió el otro con sencillez, encogiéndose de hombros.
Su expresión parecía decir que no podía existir otro motivo. Era una pregunta absurda, el motivo era obvio. Kjell rompió a reír de forma estrepitosa.
-¡Ah, sí! Kjell… -llamó de nuevo Flóki.
-¿Sí?
-Límpiate la sangre de la cara, por favor. Parece que hayas comido algodón de azúcar directamente del horno…
Sentados ya en el reservado del restaurante, Flóki pidió un menú completo a pesar de ser más de la una de la madrugada: Guiso de pescado, lasaña de carne y tarta de queso. Y vino blanco, dulce, una botella entera. Devoraba la comida con deleite. Flóki podía comer cantidades ingentes de comida y aún le quedarían ganas de tomar un postre generoso. Era parte de su naturaleza, de su personalidad.
-¿Su amigo no quiere nada?-preguntó la camarera. Tenía el uniforme azul que llevaban los trabajadores en aquel discreto restaurante abierto veinticuatro horas.
-No, gracias-se apresuró a confirmar Kjell-Creo que ya me he empachado…-añadió. Era una clara referencia a las cantidades ingentes de comida que engullía Flóki. Este se lo tomó bien. Sonrió a su amigo, levantando la copa en su dirección en un brindis mudo que indicaba que había entendido el ataque a la perfección.
La muchacha hizo una inclinación de cabeza, y les dejó solos.
-Bueno-comenzó Flóki la conversación-¿Cómo te ha ido en la última década?-dio un trago largo a su copa de vino.
-No me puedo quejar-dijo el otro simplemente.
Pasaron por la fase de preguntas intrascendentes para ponerse al día mientras la comida encargada por Flóki llegaba a la mesa. Sólo entonces se tornó la conversación por derroteros más profundos.
-¿Qué te parecieron los libros que te envié?-comentó Flóki con un tono de cierta cautela. Tomó un par de rápidas cucharadas de guiso de pescado, pero estaba demasiado caliente, y decidió dar otro trago de vino.
-Ya había leído “Caballo de Troya”-dijo su compañero-En cuanto al otro… no sé, supongo que es bastante certero, pero hay algo que no termino de comprender de este tal Loius…
-¿De verdad?
-Sí, sin duda.
-Y ¿Qué puede ser eso?
-La tontería de alimentarse de sangre animal-las palabras salían de la boca de Kjell como un torrente, animadas. Como si hubiera reflexionado largo tiempo sobre el tema.-Es realmente absurdo, la verdad. Si se siente culpable por matar gente inocente… ¿No se siente culpable por matar seres inocentes? No hay nada más inocente que un animal, el más fiero de ellos, es inocente de sus actuaciones….
Flóki miró incómodo su plato. Carraspeó.
-¿Quieres decir que tú nunca te has alimentado de animales?
-Ni lo haría jamás.
-¿No?
-¡Son inocentes, Flóki! No les puedes culpar del daño que acarrean…
-¿Ni siquiera a lobos devoradores de hombres o serpientes gigantes altamente venenosas?
Kjell abrió la boca para responder. Luego se lo pensó de nuevo. Había dado en un tema que resultaba demasiado cercano, demasiado íntimo, para su amigo. Había ido sin querer a tocar su punto débil.
-Ni siquiera a lobos devoradores de hombres o serpientes gigantes altamente venenosas.-sentenció.-Su intención es alimentarse o defenderse de los ataques, no dañar al otro….
-Visto así…-Flóki carraspeó antes de seguir.-Visto así, un hombre como el de esta noche, no busca dañar a otros, sólo satisfacer sus necesidades…
-¡Flóki, por favor, eso es una falacia, y lo sabes! Cualquiera que sea su intención, sabe que sus acciones dañarán al otro. Debería ser consciente y buscar ayuda en vez de andarse con perversiones del estilo.
La mención de su víctima le revolvió el estómago, pero también le dio una sensación de hambre. Abrió el termo de sangre y dio un sorbo. Aún estaba caliente, aunque comenzaba a coagularse.
-En cuanto al otro libro…-dijo, tan sólo por cambiar de tema-No sabría qué decirte. Se ha hablado mucho sobre la vida del tal Jesús, pero nada es definitivo…-una idea vino de pronto a su cabeza-¿Sabes tú algo?
-¿Yo?-Flóki rompió a reír, cogido por sorpresa. Casi se atraganta con un trozo de lasaña-¿Cómo quieres que lo sepa?
-Bueno, tú ya estabas vivo cuando aquello ocurrió ¿no?
-Cierto, cierto…-admitió- Supongo que todo depende de ese asunto de la percepción que tienen los humanos de ciertas cosas. Va cambiando con los tiempos, ya sabes.
-Lo sé.
-El caso es que, supongo, cuando esa clase de personas aparecen, pueden tomarse como semidioses, como profetas, como magos… ¡qué sé yo! –Dio un sorbo al vino- Hoy en día, en pleno siglo veinte, nadie daría una explicación como esa.
Hubo un momento de silencio, como si ambos reflexionaran al respecto.
-De hecho, bien pensado-continuó Flóki-lo de no beber sangre humana pero sí de animales es también parte de esa percepción.-se encogió de hombros-Supongo que la escritora considera que los animales son inferiores a los hombres o alguna otra tontería así. Como si… mmmm… como si fuese la diferencia entre “matar para alimentarse” y “asesinar”. ¿Sabes a qué me refiero?
Kjell se tomó unos momentos para pensarlo.
-Sí, supongo que sí…
-Pero lo que pretendía al darte esa novela no era que pensaras sobre religión-retomó Flóki la conversación-Lo que pretendía era que pensases sobre las posibilidades que abre la ciencia en estos días.
-¿Viajes en el tiempo? Flóki, hay una línea que separa la ciencia de la ciencia ficción…
Flóki rio.
-¿Viajes en el tiempo? No, no… viajes en el espacio, contactos con otras civilizaciones… ¿Quién sabe lo que está esperándonos al otro lado del camino? Quedan sólo catorce años para el cambio de milenio…
Kjell enarcó las cejas ante el entusiasmo de su amigo. Dirigió una mirada mordaz a un periódico del día anterior. Un reactor nuclear había explotado en algún lugar de la Unión Soviética. Las víctimas eran innumerables. Las consecuencias, imprevisibles. Había sido peor que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Se hablaba de mutaciones, de cáncer, de milenios de muerte.
Señaló el titular con el dedo índice.
-¿Te refieres a esa clase de ciencia?
-Sí, bueno…
-Es más posible que acaben destruyendo el mundo antes que haciéndolo avanzar a ninguna parte…
-¡Vamos, vamos, hombre! Tú eres el que de cuando en cuando se dedica a estudiar una carrera universitaria… ¿Cuántas llevas ya?
-Un par de ellas…-se defendió Kjell-Pero todas de aquello que soy capaz de comprender. Historia y arqueología y lenguas antiguas….
-¡Pues va siendo tiempo de que cambies de tercio!-le interrumpió Flóki.
-¿Cambiar de tercio?
-Sí, no sé… ¿Qué tal física? ¿O… astronomía?
-¿De qué me estás hablando?
-¿Biología?
Kjell dio otro trago al termo de sangre. Dejó que su amigo hablase, mencionase una serie de carreras y profesiones, todas relacionadas con el mundo de la ciencia. Conocía perfectamente a Flóki, no decía aquellas cosas sin tener un motivo real para ello. A veces tenía visiones, y aquellas visiones siempre se cumplían. Se llamaba segunda visión.
-¡Ya sé!-dijo finalmente-Medicina…
Kjell sintió un ramalazo de interés. A lo largo de los siglos, se había sentido atraído por los diferentes procedimientos que físicos, médicos y sanadores varios seguían para sanar. Nunca se le había ocurrido que él mismo podía descubrir sus secretos.
Aunque sabía que, después de todo, Flóki tenía razón una vez más, se permitió el pequeño placer de rebatirle.
-¿Y eso me lo sugieres tú?-Dijo-Que te dedicas a la música…
Flóki se encogió de hombros. Tomó con deleite un trozo de tarta de queso. Sentía debilidad por los dulces, siempre había sido así. Podría alimentarse sólo de dulces, si fuera necesario.
-Yo no tengo paciencia suficiente-confesó-En cambio tú…
-En cambio yo, soy paciente, soy laborioso, blablablá…-Kjell conocía de memoria aquel discurso. Flóki se lo había repetido hasta la saciedad desde el día mismo en que le conoció. Era su argumento de emergencia cada vez que intentaba levantarle la moral, cada vez que intentaba darle fuerzas para seguir viviendo.
-Exacto.-asintió triunfal-El futuro, viejo amigo, se abre ante nosotros una vez más, lleno de posibilidades. Nosotros, más que nadie, podremos ver todo lo que nos aguarda. ¡El tiempo no supone un problema! ¿No lo ves?
Su interlocutor le miró con expresión curiosa.
-Has tenido una visión ¿verdad?
Flóki sonrió, con una sonrisa amplia, sincera. Dejó los cubiertos sobre la mesa y se inclinó hacia delante, hasta acercarse al rostro de su amigo lo suficiente como para rozar sus labios con los de él. Kjell frunció los labios. Aunque conocía perfectamente las excentricidades y ambigüedades de su amigo, no se sentía cómodo con aquella muestra de confianza. Flóki volvió a su tarta de queso y dio un par de bocados antes de contestar.
-He tenido una visión, viejo amigo.-admitió finalmente.
-¿Y bien?
-No te imaginas lo que el cambio de milenio nos depara.
Brindaron por las sombras del futuro que se dejaban entrever en sueños. Flóki con vino dulce, Kjell con sangre.
Pero el futuro, al final, nunca es como se nos aparece en las visiones.