miércoles, 11 de septiembre de 2013

Lokasenna (El relato)


Existen nueve mundos conocidos. Existen muchos más, algunos de los cuales son conocidos por la humanidad y otros muchos que permanecen aún ocultos en lo profundo del espacio entre las estrellas distantes, pero esos nueve mundos están interconectados de forma invisible, por miríadas de túneles, puentes y caminos estrechos, sobre la tierra y debajo de ella. Crean de esta forma una red de la sus habitantes no son conscientes. Algunos lo fueron en una ocasión, pero el entendimiento humano no ve más allá de lo que conoce, y llegó a las generaciones posteriores descrito como un árbol que creció de la tierra en el vacío como resultado del contraste entre el frío y el calor. Una red, un árbol al que los textos han llamado Yggdrasil.

De estos nueve mundos, cuatro son los que para esta historia nos interesan: la Tierra Media, donde habitan los hombres mortales, el Ásgard, hogar de los Aesir, Hel, Reino de los Muertos gobernado por la Aes del mismo nombre y Jötunheim, allí donde viven los gigantes.

Es en el Ásgard donde comienza esta historia, en las espaciosas estancias de Aegir, gobernante sobre las aguas, donde se celebraba una gran fiesta. Habían sido invitados todos los Aesir y elfos, y todos habían acudido salvo uno, Thor, que se encontraba entonces en el Jötumheim en uno de sus viajes. 

El hogar de Aegir está situado en mitad de un bosque de árboles altos. Nada puede verse a través de ellos salvo un pequeño sendero que se adentra en él. Para aquellos que se pierden en el bosque, el claro donde se alzan supone una buena recibida, un lugar donde refugiarse, y un anfitrión que impedirá que su invitado sea castigado bajo su techo. Porque la única norma que existía bajo los techos de Aegir era que no podía infligirse daño alguno a nadie en sus dominios.

Estaban pues los invitados en la fiesta animados, conversando y en el ambiente relajado de quien se sabe seguro, olvidados del paso del tiempo. A las puertas de los majestuosos salones se encontraban, no obstante, dos hombres.

Uno de ellos era alto, fuerte, ataviado con una armadura brillante, una espada en la mano, y un casco cubría su rostro casi por completo, salvo su barba oscura. Estaba sentado a la puerta, calmado. Su nombre era Eldir, y era el guardián de la puerta, sirviente de Aegir. Junto a él, de pie, cambiando constantemente el peso de un pie sobre el otro, había un hombre también alto, vestido con una túnica oscura y sandalias doradas. Sus cabellos eran rojizos y apenas le crecía barba. Era el hijo de la Aes Laufey y el gigante Farbauti, y se llamaba Lódur, aunque todos le llamaban Loki. 

-¿Qué crees que están hablando ahí dentro?-preguntó Loki con voz nerviosa. Quería volver a entrar, pero no se atrevía del todo.

-De lo de siempre: de sus armas y sus hazañas. Hacen pactos, beben, brindan, conspiran e intercambian conocimientos.-Eldir pareció titubear antes de añadir algo más, pero finalmente lo hizo-No hablan bien de ti, Loki.

Loki bufó. Estaba borracho. Le habían expulsado del banquete, pero quería volver a entrar. Durante mucho tiempo, más del que la mente humana alcanza a imaginar, le habían humillado, habían utilizado su magia para sus propios intereses, le habían castigado por actos que a otros les hubieran sido perdonados al momento. Y estaba cansado de todo aquello. 

Tanto, que cuando horas antes, en el banquete, habían alabado el trabajo de los sirvientes de Aegir, Fimafeng y Eldir. El primero había acudido a Loki tiempo atrás en busca de un hechizo que le ayudase en la empresa de preparar el banquete en formas que no se habían visto antes. El semigigante le ayudó, y los salones tenían luces que se desprendían del oro brillante, las copas se llenaban por sí mismas, nadie podía entrar por la fuerza en la fiesta. Estaba todo tan maravillosamente diseñado, que después de beber unas copas, cuando la lengua se suelta, los invitados habían comenzado a alabar al sirviente. Decían que su arte era inigualable, y animado por los halagos, se jactó de todo ello. Bragi mismo, uno de los Aes, dijo que la astucia de Fimafeng superaba la de Loki. Y el criado asintió complacido. Loki había bebido también, y sentía herido su orgullo como sólo una criatura medio Aes medio gigante puede hacerlo. Mató a Fimafeng atravesándolo con la espada Loevateinn, que él mismo había forjado tras los muros de su hija Hel. Se decía que era una espada mágica, y aunque nunca habían visto sus efectos, la temían lo suficiente como para levantar al momento todos sus escudos, y necesitar más de tres Aesir para expulsarlo del banquete. No llegaron a la violencia; se limitaron a perseguirle hasta las entrañas del bosque.

Él había regresado a pesar de todo. Se había demorado en el camino, pues no conocía el terreno, pero su orgullo aún estaba herido y quería venganza. La jactancia del sirviente de Aegir fue, por decirlo en palabras llanas, ‘la gota que colmó el vaso’. Pero aún estaba borracho y no era dueño pleno de sus actos y palabras. 

-Tengo que entrar otra vez.-anunció.-No callaré más, he acabado con sus burlas. Esta vez, seré yo quien les amargue la fiesta.

Eldir, que conocía los efectos de la bebida, sabía que Loki no razonaba con claridad. No tenía a su interlocutor en gran estima, pero no quería que se derramara más sangre en la casa de su amo, así que prefería advertirle.

-No lo hagas, Loki. No tienes porqué. Eres uno sólo, y además, estás borracho. Déjalo pasar. Si intentas amargarles, se desquitarán en ti.

Loki entornó los ojos con impaciencia.

-Me da exactamente igual, Eldir. De verdad. Hablas demasiado, ¡y luego dices que yo soy el borracho! Me conoces, sabes de mi astucia, del poder de mis palabras…

El guardián no quiso discutir. Suspiró y se encogió de hombros.

-¿Estás seguro?

Loki asintió.

-¡Abre la puerta de una vez!


Las puertas se abrieron con estrépito, dejando paso a Loki. Las estancias de Aegir no eran diferentes a las de cualquier otro. Amplia, rectangular, con dos largas mesas a los lados y una en el fondo, de frente a la puerta, en un lugar más alto. En ella estaban situados Aegir y Ódinn, entre otros. Desde ella podía verse la estancia entera.

El sonido de las puertas al abrirse llamó la atención de los presentes, muchos de los cuales se volvieron para mirar quien había entrado, y poco a poco se fue haciendo el silencio entre ellos. La sensación de seguridad que al principio reinaba se desvanecía al verle. Se había saltado las normas del anfitrión, había derramado sangre, y desafiaba de nuevo a todos ellos al presentarse en el banquete después de haber sido expulsado. 

Loki dio un par de pasos hacia el interior de los salones, mirando a su alrededor con cierto aire de superioridad. Sentía que su sola presencia les había callado, algo que ni el todopoderoso Ódinn había conseguido jamás. Dedicó a todos ellos una sonrisa antes de hablar.

-Vengo al palacio cansado del camino. Desde el centro del bosque, donde me expulsasteis. Estoy cansado y sediento, y pido hospitalidad en la casa de Aegir. No demasiado; solo un trago de hidromiel para refrescar la garganta.

El silencio podía sentirse como una presencia pesada. Los presentes se miraban inquietos entre sí, preguntándose si debían o no decir algo.

-¿Qué pasa? ¿Seguís enfadados? ¿Tanto como para no poder hablar?-bufó-Aún no he entrado, estáis a tiempo. Aún podéis echarme de nuevo.

-¿Cómo te atreves a entrar aquí pidiendo hospitalidad? Hemos aprendido a quién invitar y a quién no. ¡Márchate!-Fue Bragi el que habló, sin levantarse, sin tan siquiera mirarle a la cara. Como intentando convencerse de sus propias palabras.

Loki le dedicó una risa mordaz. Recorrió la habitación con la mirada, posándose en casi cada uno de los rostros presentes, y se detuvo en Ódinn. Ódinn, su hermano juramentado, que guardaba silencio y se limitaba a observar con súbito interés la guarnición de la carne frente a él.

-¿Es esa la voz de todos? ¿También la tuya, Ódinn? Creo recordar que hace mucho tiempo juraste que no beberías sin mí, hermano… -pronunció la última palabra con amargura.

El interpelado se vio forzado a levantar la mirada de su único ojo del plato, para dirigirla a Loki. El resto de los presentes le observaban, esperando una reacción. Ódinn era sabio, y no quería disputas. Tampoco quería ser tildado de cobarde, pero un juramento era un juramento, así que se rindió a la evidencia.

-No Loki, Bragi no habla por mí. Levanta, Vídar-dijo a aquel que se sentaba a su lado-Deja que mi hermano se siente a mi lado para beber.-fijó su mirada, una mirada que atravesaba y leía en los recovecos más profundos del interior de quienes la recibían. Loki se estremeció, aunque hizo un esfuerzo porque no se le notara.-Pero conste que no es mi juramento lo que me obliga, sino el miedo a que vuelvas a derramar sangre en estas salas, a que nos agravies, a que amargues el banquete.

-Por supuesto.-lo que sus palabras querían decir realmente era “Claro. Mera formalidad, no vas a invitarme a tu mesa por aprecio…”

Loki se acercó a la mesa principal. Saludó a Aegir con una inclinación de cabeza y aceptó con una sonrisa el asiento que Vidar le cedía. El mismo Vidar, en un gesto que a Loki le pareció condescendiente, le sirvió una copa de hidromiel. Carraspeó y con un gesto teatral se puso en pie para proponer un brindis. Levantó su copa.

-Me gustaría brindar por todos los aquí presentes, Aesir y elfos.

Un suspiro de alivio se extendió por la sala, y los presentes levantaron la copa hacia Loki, bien dispuestos a olvidar cualquier agravio que hubiera cometido antes con tal de continuar el festejo.

-Por todos, menos por uno-añadió el recién llegado. Conocía bien el poder de la palabra, cuándo callar, el tono, la inflexión.-Y ese uno es Bragi, allí sentado al fondo.

Bragi, que ya se había llevado la copa a los labios, dejó la mano parada antes de beber. El silencio se hacía de nuevo en las salas, esta vez tenso, expectante. Bragi dejó la copa sobre la mesa y suspiró sonoramente.

-¿Qué es lo que quieres Loki? Estoy dispuesto a darte un anillo de entre los míos, la espada que elijas, si te sientes ofendido. Pero deja tus pullas para otra ocasión, fuera de estas salas.

-¿Un anillo y una espada? ¿Y de dónde vas a sacarlas? Hasta donde sé, no has tenido nunca ni caballo ni brazaletes ¿Para qué, si nunca entras en combate?

-¿Me estás llamando cobarde?

-¿Te lo deletreo?

-Si no estuviéramos bajo el techo de Aegir, te haría tragar tus palabras. 

-¿Cómo?

Bragi titubeó antes de dar la respuesta.

-Te cortaría la cabeza, mentiroso.

-¡Cuánta bravuconería! Aquí dentro, claro. No te escudes en tu asiento o en las normas de otro, anda… ¡ven y ciérrame la boca!

-Loki, por favor…-intervino Idun. Tenía la Aesir un aspecto joven, casi parecía la más joven de todos ellos. Era hermosa, pero su belleza sólo había tenido efecto en Loki en una ocasión-No insultes de ese modo a Bragi. 

Él la miró con aspecto circunspecto, como si no tuviera ninguna autoridad para hablarle de aquel modo. Ella entendió que, en el fondo, aquello era verdad.

-Por favor… por el amor de tus hijos, de tus parientes…

-¡Vaya! ¿Cómo te atreves a hablarme de hijos y parientes? ¿qué sabrás tú de su amor, tú que te acostaste con el asesino de tu hermano?

Idun palideció ante la acusación. No tenía argumentos para rebatirlo, no podía llamarle mentiroso. Intentó manipular las palabras para que no se notase la verdad en las ofensas.

-No voy a caer en tu juego, Loki. Prefiero callar y que Bragi se calme antes de que peleéis en estas estancias.

Loki abrió la boca para contestar, pero el bufido irritado de Gefjun se le adelantó.

-¿Por qué no paráis ya?-dijo, la voz cascada por el cansancio- Loki, sabes que no eres querido aquí.

-¡Oh, perdona, buena mujer! Pero también tengo algo que decir de ti…. Creo que pocos saben quién es ese muchacho que te regaló un collar y te llevó a la cama…

Loki sintió que una mano se posaba sobre su hombro. Una mano pesada, que antaño le hubiera infundido valor, le hubiera reconfortado cuando le embargaba el pesar. En aquel momento le resultó incómoda, molesta. Como si le hubieran puesto un rayo en el hombro.

-Ya basta, hermano-Le habló Ódinn en voz baja- Estás borracho, y tu enfado te hace delirar. Ella sabe tanto como sé yo….

La mano de su hermano juramentado le resultaba una garra, una cadena de la que casi resultaba imposible zafarse. Vació la copa de un solo trago, recordando el viejo juramento. El dolor de lo que él creía que era una traición.

-¿Ella sabe? ¿Quién eres tú para juzgar?-hablaba la amargura por sus labios una vez más-Tú que dabas la victoria a tus favoritos en vez de a quienes merecían…

Ódinn suspiró.

-Si en alguna ocasión he hecho algo así, habrá sido por error. Tú, en cambio…

-¿Sí?

-Ya que insistes te diré que eso es nada en comparación con haberte embarazado y parido hijos… no eres hombre, Loki.

Por supuesto. Ese había sido el inicio de todo. Loki tenía la capacidad de cambiar de forma, igual que la tenía Ódinn. Y en dos ocasiones había parido, una vez en forma de mujer y otra en forma de yegua. La primera la había mantenido en secreto durante un tiempo, pero la segunda… se sintió tan orgulloso de su hijo, que incluso se lo regaló a Ódinn, para que de ese modo pudiese viajar entre mundos. El recuerdo le escocía ahora. Regalado. Su propio hijo, Sleipnir, por el afecto a un hermano que le había pagado burlándose de él. Loki bebió otra copa entera, y con el hidromiel, tragó sus lágrimas.

-Claro, tú eres mucho más viril ¿verdad? Porque la magia de mujer que hacías no tenía nada de afeminado…

-¡Ya está bien!-era Frigg, la esposa de Ódinn, quien sintió la ofensa.- ¡Callad los dos! Lo que hicierais en el pasado no importa nada…

-¡Claro que no importa! ¡Mejor dejarlo atrás! Como cuando dejaste a los dos primeros nacidos dormir contigo. Para qué sacarlo a colación ¿Verdad?

Frigg enrojeció de ira, mientras Ódinn se dejaba caer impotente en su asiento.

-¡Ah, si tan solo Baldur estuviese aquí!-se lamentó Frigg-Él no tendría miedo a matarte aun dentro de estas salas.

-¿Qué insinúas, Frigg? ¿Qué será lo próximo? Con esos lamentos los bardos futuros pensarán que yo tuve algo que ver en que tu hijo no cabalgue más por las salas de los grandes…

-No sabes lo que dices, Loki, habla el alcohol por tu boca-señaló Freyja desde el otro lado de la estancia.

-¿Qué es entonces lo que habla por la tuya? No te atrevas a intentar callarme, tú, que eres la puta del Ásgard. Ni uno solo de los presentes puede decir que no ha estado en tu cama.

-Di cuanto quieras-Freyja se mostraba seria, distante, digna. Sabía que todas sus taras se perdonarían por su belleza. Muchos habían perdido la cabeza por una noche con ella-Espero que tus palabras se vuelvan contra ti.

-¿Como se volvió contra ti dejarte llevar por tu lujuria? Creo recordar que muchos de los presentes te encontraron en la cama con tu propio hermano…

Freyja miró a su hermano Freyr, que se sentaba frente a ella, sin prestarle atención. Se sentaba entre los elfos, se limitaban a observar. Fue su padre el que se levantó para defenderla.

-Mejor el incesto que el cambio de roles…-sentenció Njörd.

-¿Lo dices porque tuviste hijos con tu propia hermana?-Loki se revolvía como una serpiente acorralada. Aquel era el tema que podía sacar lo más oscuro de sí mismo.

-¿Qué importa su origen? No hay mejor jinete que Freyr, ni Aes más noble. No daña a las doncellas, libera a los pobres…-Fue Tyr el Manco que habló, escandalizado.

-Me parece, Tyr que no deberías intentar poner paz. No precisamente tú… hasta cuando ganas una batalla pierdes algo a cambio. Como tu mano derecha…

-No soy el único que ha perdido algo, creo. Tu hijo no disfrutará estando atado hasta el Ragnarok ¿verdad?

-Tu esposa disfrutó cuando le hice un hijo, en cambio.-Fenrir era un peligro, el lobo que quería comerse la luna, no sabía controlarse. Pero era su hijo, y a Loki no le gustaba recordar el estado en que se encontraba.

Como hablando para sí mismo, casi asistiendo al intercambio como si estuviera presenciando una obra teatral, Freyr intervino:

-Sufres por tu hijo, que estará encadenado hasta el fin de los Aesir, pero calla mejor, o te atarán también a ti.

Loki guardó silencio. De entre los presentes, Freyr era el que más comprensivo se había mostrado con él, en el pasado, incluso en ese mismo momento. Pero no podía callarse, perdería la partida.

-No te metas en batallas, Freyr-dijo, y su voz era más calmada, casi amistosa- No estás hecho para ello, sino para comerciar, como hiciste para ganar a tu esposa.

Freyr no pareció molestarse. Levantó un cuerno de bebida en un brindis silencioso y siguió a lo suyo, murmurando entre los elfo, abrazando a la hija de Gymir.

-¡Loki! ¡Cierra de una vez tu boca de borracho!-Heimdall, el más odiado, a quien Loki en privado llamaba “archienemigo”, el guardián de Bifrost, era el que hablaba.

-No tengo porqué escuchar a un centinela glorificado.-despreció Loki con un gesto de la mano.

-Sigue cuanto quieras, sigue-bramó Skadi-ya te ataremos bien atado a la piedra afilada hasta el fin de los tiempos.

-Buenos motivos tienes para desear eso, sí-Loki tampoco tenía en estima a Skadi. La valquiria no era más que una molesta. Y un motivo de vergüenza, hasta cierto punto.

-¿Qué?

-Fui el primero en entrar en combate para matar a tu padre…

-No te creo-La valquiria palideció.

-¿No?

-Si eso es cierto, nunca más serás bien recibido en mis salones. Te haré perseguir. ¡Te haré matar!

-Eras mucho más dulce entre las sábanas, Skadi.

Loki sonrió con el recuerdo. Quiso llevarse el cuerno a los labios, pero estaba vacío. Con Fimafeng muerto ya no se llenaban solas. El mago alargó el brazo hacia la jarra de hidromiel, pero Sif se le adelantó, llenándola para él.

-Bebe, Loki, bebe…-dijo-no te sientas atacado por mí. Salva tu reputación, no me insultes a mí, al menos…

-Sif… no te insultaría, ni creo que vaya a hacerlo. Deja simplemente que comente que, además de Thor, tu esposo, sólo te has acostado conmigo. Por comparación, eres la más honrada…

Los salones de Aegir vibraron, como si una presencia poderosa se aproximara. Una nueva vibración, como un nuevo paso. Todos los presentes sabían lo que eso significaba. Los montes se estremecieron, los árboles silbaron. La vibración parecía acercarse. Ahora sí, el silencio cayó expectante en el palacio, un silencio que no se rompió hasta que las puertas se abrieron de forma estrepitosa para dejar entrar a Thor, que volvía de su viaje en el Jötumheim.



Con apenas tres zancadas Thor, más alto aún que el semigigante, llegó hasta donde Loki estaba sentado y le zarandeó, hasta obligarle a levantar del asiento. Llevaba a Mjöllnir, el martillo mágico, colgado de la cadera.

Loki rompió a reír de forma histérica. Sabía, porque tenía visión de futuro, que Thor sería su desgracia, que no podía enfrentarse a él. Y sin embargo permaneció allí, soportando el zarandeo de las grandes manos del Aes tan dignamente como pudo. Thor cogió el martillo con la mano izquierda y lo blandió frente a Loki. Bufó con ira, el olor de la brisa de la noche aún presente en su cabello rojo.

-Deja de reír o te romperé todos los huesos con mi martillo.

-Amenázame, Thor. Por mucho que lo hagas, aún me quedan más años de vida de los que alcanzas a ver.- Solo cuando lo pronunció en voz alta, Loki supo que decía la verdad. Realmente sobreviviría a aquello. Largos años, muy largos, solitarios años.

-¡Cállate!-Thor acompañó sus palabras con un golpe en la mandíbula-Juro que te partiré todos los huesos con Mjöllnir.

Loki contuvo un bufido de desprecio. Thor, el más poderoso, el más valiente… el más manipulable, el más débil, el que tenía la cabeza más vacía de todos los Aesir.

-No te preocupes, Thor-respondió a la amenaza. Se revolvió hasta zafarse del peso de su mano y, al hacerlo, se tambaleó para mantener el equilibrio. Carraspeó- Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Me retiro ante ti, Thor, tómalo como una victoria: Sólo tú entre todos podrías romper las normas de la casa de Aegir para aplastarme.

Thor sonrió triunfal mientras observaba cómo Loki, tambaleándose por el alcohol, caminaba hacia la salida. Vio cómo se alejaba, hasta que las puertas se abrieron a su paso, y se sentó sobre la mesa, de la que cogió un cuerno rebosante de hidromiel.

Pero la calma no duraría en el palacio. Loki giró sobre sí mismo en el umbral y señaló a Aegir con ambas manos estiradas hacia el frente. Los Aesir comprendieron, y el semigigante tuvo que forzar la voz hasta gritar para hacerse oír por encima de los murmullos angustiados de los Aesir.

-No volverás a celebrar un banquete, Aegir-maldijo-Que el fuego devore tus salones, y que todos tus bienes sean consumidos. Quedarás reducido a las profundidades sobre las que gobiernas. Así como lo digo será…

Los Aesir prorrumpieron en gritos. No aullidos de horror, no gritos de auxilio. Era más bien ira contenida, un intento de controlar sus fuerzas para no matar a Loki allí mismo. Casi parecía que no se atrevieran a dar el primer paso, por miedo a que aquel que tenían al lado se ofendiese por no poder tener el placer de matarlo él.

Todo mentiras, todo falso, todo apariencias delante del resto. Loki había perdido la paciencia con ellos. Se marcharía tan lejos como pudiera para no volver. Daba igual lo que quisieran hacerle después de aquello.

Pero no se iría sin más. No le llamaban el mago por nada. De entre sus manos encendidas hizo surgir unas chispas azuladas. Un hormigueo le subió por los brazos desde las manos al girarlas para liberar el fuego. No le importaba lo que estuvieran pensando de él en aquel momento. No le importaba si había víctimas que no fueran las propiedades de Aegir. No importaba nada, igual que él no les había importado en ningún momento. No era si no el juguete, la mascota a la que habían enseñado algunos trucos, pero que no se había adaptado bien entre ellos. Tampoco encajaba entre los gigantes.

Loki apretó los dientes para no dejar que se vieran sus lágrimas, y gritó al lanzar el fuego hacia las mesas dispuestas para el banquete. Se tambaleó por un momento, pero pudo controlar la debilidad repentina. El sonido del fuego, el intento de sofocarlo, llegaron a sus oídos, pero no veía nada, tenía los ojos nublados por las lágrimas. Tampoco quería saber nada, el incendio era problema de ellos ahora.

Lódur Laufeyson salió del palacio de Aegir, y las puertas se cerraron a su espalda.



Las aguas corrían claras, frías. La cascada Frennang estaba en un claro del monte, donde los deshielos creaban un torrente de frío que regaba la vegetación. Para encontrarlo habría que dejarse guiar por el estridente sonido del agua que cubría todos los demás. Allí se refugió Loki después del incidente en el palacio de Aegir.

Llevaba más de tres días en el claro, oculto a los ojos del resto de los Aesir. Aunque los efectos del alcohol se habían desvanecido hacía tiempo, no se arrepentía de sus actos. No había mentido, no había hecho nada que reprocharle. Tal vez, a lo sumo, quemar las estancias. Aegir había participado en muchas de las acciones que Loki sentía como traición, pero no de forma directa. Él era el más neutral de los Aesir, siempre distante.

Suspiró. Se estiró sobre la hierba que estaba junto al río, y acarició las aguas descuidadamente. Le encontrarían, al final siempre le encontraban. El castigo en aquella ocasión sería superior a todo lo que le habían hecho antes, y no veía salida alguna para ellos.

Al principio lo había intentado, pero pronto desistió. Sabía que en algún momento tenía que pasar, y esperaba tan calmadamente como podía, alimentándose de salmones que pescaba en el río, bañándose en él, durmiendo sobre el musgo. Mientras esperaba, reflexionaba sobre las posibilidades que ofrecía la magia, sobre cómo a pesar de ver y conocer el futuro, se era incapaz de escapar de él. Volvió a suspirar, disfrutando del viento y del calor del sol.

Entonces escuchó los primeros pasos. Sabía que venían a por él, pero le sorprendió que aquellos pasos que corrían en dirección a la cascada fueran de una sola persona. 

Se incorporó, quedando sentado en el suelo con la espalda recta. Prefería que le encontrasen en posición digna, desafiante. Sabía que perdería ante ellos, pero ofrecería resistencia de cualquier modo. Sentía la tensión creciente a medida que los pasos se acercaban. Finalmente, escuchó una respiración agitada abriéndose paso entre los matorrales.

Reconoció la silueta en cuanto la vio, y contuvo un bufido de rabia: Sigyn, su propia esposa, venía para venderle. No existía gran afecto entre ellos, nunca lo había habido. Se habían casado cuando Loki volvió al Ásgard, seducida Sigyn por la belleza del semigigante, de quien se decía que sólo Baldur superaba en belleza, dejándose llevar él por la necesidad de compañía. Pero después de un tiempo, cuando llegaron a conocerse, la relación se convirtió para él en poco más que una formalidad. Sigyn parecía sentir una devoción extraña a su esposo pese a todo, y fue precisamente por eso que él se sorprendió ligeramente al verla. Parecía que, al final, se había cansado de sentirse ninguneada. O quizás, simplemente, había decidido ponerse del bando ganador.

-¡Loki!-llamó la Aes, llegando hasta él en el claro.

Parecía agotada por correr. Parecía también que llevaba mucho tiempo corriendo. Tenía los cabellos rubios enredados, los ojos exorbitados, sudaba, jadeaba. Loki vio cómo ella le sonreía.

-Sigyn-saludó él secamente.

La Aes se acercó a él, arrodillándose a su lado.

-Están viniendo, Loki.

-Lo sé, esposa. Por eso estás aquí ¿no?

Sigyn miró a su marido sin entender, y estalló en una especie de risa maniaca.

-¿Eso es lo que crees? ¿Qué estoy aquí para venderte?

-¿Por qué otra cosa si no?

-¡Para que huyas!

-¿A dónde? No hay ningún lugar donde no me encuentren, donde no vayan a buscar…

-Sí que lo hay.

Las palabras cayeron en los oídos de Loki como si no comprendiera.

-¿Qué?

-No hay tiempo para hablar, Loki-dijo ella.-Tienes que huir ahora, marcha a las estancias de Hel. Hay muchos oídos en los montes del Ásgard.

-El palacio de Hel está lejos de aquí, Sigyn.

Pero no era verdad, y él lo sabía. La cascada tenía una cueva subacuática, una cueva a la que sólo los habitantes del agua podían acceder. O los muertos. Loki miró la cascada con renovada esperanza.

-No esperes más tiempo, Loki-rogó la Aes.

Loki cogió a la mujer de los hombros y fijó su mirada en sus ojos claros.

-¿Cómo sé que no vas a venderme?

Como única respuesta, Loki vio las lágrimas empañando los ojos de ella. Sintió un ramalazo de culpabilidad: la mujer era sincera, le estaba ayudando de buena voluntad. Supiró.

-Sigyn…-comenzó.

-No hay tiempo, Loki.-rogó ella de nuevo-No confíes en mí si no quieres, pero márchate ya…

La soltó. De fondo escuchaba los pasos de varias personas, como una partida entera de caza en la que él era la presa. 

-¡Vete ya!

El semigigante la miró y asintió. Comenzó a quitarse los ropajes. El viento era frío y sabía que las aguas estaban aún más frías, pero él no lo sentiría. Los pasos estaban cada vez más cerca.

-Sigyn…

-¡No hay tiempo, Loki! 

-Sí que confío en ti, Sigyn.

Aquellas fueron las últimas palabras que la Aes escucharía de boca de su esposo. Ante sus ojos, Loki saltó a la laguna de la cascada. A modo de despedida, antes de bucear hacia la cueva subacuática, saltó en el aire. Lo que Sigyn vio, igual que los Aesir que llegaban al claro, fue un salmón brillante.



Las estancias de Hel son más brillantes de lo que uno podría imaginar. Humildes, sin grandes pretensiones, pues aquellos que en ellas habitan han perdido el gusto por lo material, pero brillantes, luminosas. Subterráneas como eran, millones de pequeñas vetas de plata, diamantes y otros metales y piedras iluminaban las cavernas con una luz brillante y multicolor. 

Loki estaba en las habitaciones privadas de su hija. Era una caverna inmensa, una de cuyas paredes dejaba ver las raíces de un gran árbol. Era allí donde se encontraba el lecho cubierto de pieles. Los Aesir no solían necesitar dormir demasiado, pero Hel era diferente. Las partes vivas de su cuerpo se veían forzadas a realizar el esfuerzo de transmitir vitalidad a las muertas, y aquello la tenía permanentemente agotada.

Había llegado a la entrada principal en forma de salmón, recorriendo el río, hasta el pequeño estanque que se habría allí, calmado, cubierto de una bruma permanente, donde los muertos limpiaban sus rostros antes de entrar.

Allí le esperaba Hel, medio viva, medio muerta. Con pasos pesados y lentos, sacó del estanque al semigigante y le condujo al interior de la caverna. Pronto se zafó de la ayuda de su hija, cuyas piernas muertas, en permanente estado de descomposición, no podrían cargar con su peso mucho tiempo. Cuando, desnudo e incómodo, como cualquier vivo que se adentrase en el submundo, llegó a las habitaciones de Hel, se sorprendió al encontrar a otros dos de sus hijos, Nari y Narfi.

Ambos estaban en una esquina de la estancia, rodeando otro pequeño estanque, un manantial que llenaba una poza, junto a la que se encontraban dos recipientes de metal que Loki no recordaba que estuviese allí antes. Aquel estanque permitía a Hel observar lo que ocurría en otros mundos bajo su mandato. Algo que escapaba a su conocimiento estaba ocurriendo, porque ambos muchachos tenían la mirada fija en el agua.

-¿Qué hacéis aquí?-preguntó Loki, dejándose caer sobre la cama.

Convenientemente, o tal vez porque habían estado observando la escena de su huida, había una túnica corta sobre las pieles. Loki se enfundaba en ella cuando su hijo Nari se volvió hacia él con uno de los recipientes metálicos en la mano.

-Esto es el resultado de exprimir varias de las manzanas de Idun, padre

-Si lo bebes una vez hayas llegado a tu destino, conservarás tu juventud eternamente.

Loki tomó el recipiente entre sus manos. Parecía una vasija de metal, pero estaba cerrada con un sello de cera. Lo miró unos instantes, y entonces lo agitó. Sonaba líquido.

-¿De dónde lo habéis sacado?

-Lo hemos robado, claro está. 

-Y las licuamos nosotros mismos…

Loki sonrió.

-Si os descubren, os castigarán…

Los dos Aesir se encogieron de hombros.

-Gracias, de todos modos.

-Padre…-susurró Hel, interrumpiéndoles.

-¿Qué ocurre?

-Tienes que ver esto.

Los hijos de Loki llegaron antes que él al estanque, y contuvieron el aliento.

-¿Cómo pueden…?

-¡Por los Nueve Mundos!

-¿Qué está pasando?

Loki se apresuró a asomarse al estanque. Lo que vio allí superó cualquier cosa que se hubiera podido imaginar: Eran los Aesir, intentando pescar el salmón en el que se había convertido y que parecían creer que aún estaba en la cascada. Eso no era lo impresionante. Habían entendido que Sigyn había sido leal a su esposo hasta el final. Como castigo, Skadi azotaba una enorme serpiente hacia ella. El reptil dejaba los miembros de la Aes amoratados con cada mordida. La esposa de Loki, inmortal pero sintiente, gritaba con el dolor del veneno corriendo por su cuerpo, haciendo que su corazón se detuviera y volviese a bombear cada vez.

Ante los ojos de los hijos de Loki, ninguno de ella, y de su propio esposo, Sigyn terminó de perder el juicio.


El semigigante caminaba en círculos por la estancia. Sus dos hijos habían marchado hacía tiempo, volviendo al Ásgard antes de que su ausencia se notase y fueran castigados. No querían abandonar a su padre, pero les había obligado a hacerlo. Habían presenciado la crueldad de la que los Aesir eran capaces por venganza, y el corazón de Loki se había encogido con la angustia. 

Cierto era que no sentía aprecio por Sigyn. Sólo había amado a una mujer, una giganta de nombre Angrbodí que había usado su magia para concebir monstruos. También le había dado a Hel, que siempre había sido su favorita, y no sentía arrepentimiento por nada de ello. Sin embargo, había despreciado las atenciones de Sigyn, una Aes que le había sido fiel hasta el final, que había ido perdiendo poco a poco el juicio por su indiferencia, y que había caído en el delirio por completo por no traicionarle. 

Ahora, estaba preparado para partir. Habían calculado que el único lugar donde no le buscarían jamás sería en la Tierra Media. Nunca había sentido interés por los humanos y nunca había viajado hasta allí. Era un buen escondite. Tenía consigo las sandalias, la espada y el recipiente metálico con las manzanas de la juventud licuadas, pero no podía marchar todavía.

Tenía el presentimiento de que algo malo iba a pasar, y decidió quedarse en las estancias de Hel hasta que los Aesir se cansaran de buscarle, se olvidaran del tema. Hasta que hubiera pasado el peligro para sus hijos.

Aunque había nacido hombre, Loki había pasado tiempo con forma de mujer, había parido hijos. Era a la vez, en su mente, hombre y mujer, y tenía las mejores y las peores cualidades de ambos sexos. Humillado, utilizado y traicionado a su juicio por sus amigos, había vuelto la vista hacia sus hijos, en quienes vertía todo su cariño en una relación casi de dependencia emocional. Sentía que había perdido la opción de tener, al menos, una amiga en Sigyn, pero era demasiado tarde para pensar al respecto. Lo único que podía hacer ahora era esperar que aquello no le ocurriese a nadie más de su círculo. 

-Padre…

Loki reconocía el tono de voz de su hija. Un tono de voz horrorizado. En aquella ocasión no perdió el tiempo, y se asomó al estanque.

Los Aesir habían entrado en cólera. No conseguían encontrarle, y todas las miradas se habían vuelto a sus hijos, recién llegados de no se sabía dónde. Estaban convencidos de que habían ayudado a su padre a huir de algún modo que desconocían. 

La mirada de Hel, más habituada a discernir los detalles que presentaban las aguas del estanque, percibió cómo Nari vertía el contenido de un pequeño recipiente de cristal en las aguas de la cascada, y así se lo señaló a su padre.

Loki gimió. Su hijo, al igual que él mismo, era mago. Conocía los misterios de la transmutación, no sólo para sí mismo, sino también para lo demás. Sabía, por el tono verdoso de aquel líquido, que aquel líquido era para cambiar la forma de alguno de los seres del lago. 

No se equivocó: Enganchado en el poderoso puño de Thor, un salmón sacado del agua tomaba la forma de Loki. Y él se estremeció al escuchar la risa triunfal de los Aesir ante la perspectiva del castigo.



-Vete ya, padre.

-Tengo que verlo. Tengo que ver lo que quieren hacer conmigo.

-¿Por qué?-repuso ella sombría-Mientras piensen que te tienen, ganas tiempo para escapar…

-¡Tengo que verlo, Hel!

Y la muerte se encogió de hombros. Porque ella también veía el futuro. Quizás más claramente que nadie.



El castigo fue también peor de lo que se hubiera imaginado nunca. Llevaron la imagen de Loki más allá de la Tierra Media, su esposa y sus hijos testigos de su desgracia. Allí colocaron la serpiente de Skadi, y dieron a Sigyn, que no parecía entender lo que ocurría a su alrededor, una vasija de barro.

-Con ella recogerás el veneno que la serpiente vierta sobre él, si en algo le sigues apreciando.

Ella asintió. Apenas le quedaba voluntad, parecía un cascarón vacío.

-¿Cómo le ataremos?-preguntó Freyja.

Týr sonrió.



Todo el inframundo se estremeció con el grito agónico del semigigante. Había caído en el suelo, a medio camino entre la desesperación y la incredulidad, y parecía que él también iba a perder el juicio. Hel le rodeaba con sus brazos, en un intento vano por consolarle.

El mismo Ódinn, testigo inmutable de aquellos horrores, convirtió a su otro hijo en lobo mientras delante de sus ojos Týr había utilizado una daga para abrir el estómago de Nári y sacar con su única mano, mientras aún estaba vivo, las entrañas de su cuerpo. El Aes se revolvió entre estertores que jamás terminarían, y las entrañas fueron utilizadas como cadenas para sujetar a la figura de Loki a una piedra afilada bajo la serpiente de Skadi. El cuerpo eternamente agonizante de Nári fue abandonado en la caverna frente a su supuesto padre. 

Loki estaba derrumbado. No hubiera podido imaginar un castigo mayor, ni siquiera estando tan lejos. Ni en sus momentos más pesimistas, ni la amargura más profunda en los momentos en que peor se sentía hubiera podido imaginar que los Aesir, tan nobles en sus acciones y sus reglas, sabios y poderosos, generosos con las joyas y anfitriones majestuosos, albergaran aquellas ideas retorcidas de venganza. La muerte hubiera sido más piadosa.

-Tienes que irte ya.

-¡No!

Loki se zafó de brazos de la muerte y la miró de frente, entre lágrimas imposibles, traicionado, humillado y desolado. Tenía miedo, sentía ira. Quería venganza.

-¡No puedes quedarte siempre aquí!-bramó ella.-Acabarán por encontrarte.

-¡Pero acabarán por descubrir que lo que hay en esa cueva es un salmón!

-Si. Y para entonces no tienes que estar aquí ya.

-Ven conmigo.

-No puedo. No quiero.

-¿Has visto lo que han hecho con tus hermanos?

Hel se alzó cuan alta era. Era más alta de su padre, con más de gigante que de Aesir, e incluso él sintió el poder que emanaba. En lo más profundo de su ser sabía que ella era la más poderosa de todos. Su reino se poblaba con seres de todas las naturalezas. Más tarde o más temprano, todo el mundo muere. Loki se estremeció ante la presencia de su hija. Ante la presencia de la Muerte.

-No se atreverán conmigo. No en mi reino.

-Hel…

-¡Vete! No me hagas lamentar tu pérdida…

Loki se rindió a la evidencia. Hel tenía razón. Intentó apartar los horrores a los que su avatar había sido sometido y asintió.

-¿Por dónde?

-Sígueme.

Después de unos pasos por el oscuro corredor de la caverna, Loki sintió que perdía pie. No podía ver nada en la oscuridad, pero seguía caminando, con pie tan firme como podía, sobre la nada.

Y de pronto cayó en el vacío.





Se despertó con el calor del sol. No era la caricia ligera y agradable a la que estaba acostumbrado, sino un calor duro, pesado, que hacía que le picara la piel. Abrió los ojos despacio, acostumbrándolos a la luz, y poco a poco, fue ganando visibilidad.

A su alrededor había piedras y maderas, como si hubiera llegado a una despensa de materiales para construir. Oía voces distantes en una lengua que no conocía, voces graves, en una frecuencia que le resultaba un tanto chirriante. Al mirar en la dirección de las voces, Loki vio un grupo de hombres con ropajes extraños trabajando, excavando en el suelo. Parecía que se daban órdenes unos a otros, hablaban a gritos.

Intentó levantarse, pero le resultó difícil. Tuvo que apoyarse en unas maderas para mantenerse de pie. Sentía sed y hambre, le dolía la garganta. Tosió, y notó que tenía arena entre los dientes.

Sólo entonces recordó lo que Nári le había dicho sobre las manzanas licuadas de Idun. Tenía que beber nada más llegar a la Tierra Media si quería mantener su inmortalidad. Se palpó los bolsillos de la túnica, pero no encontró nada. Ni siquiera tenía la espada colgada en la cadera.

Un súbito miedo le asaltó, algo desconocido. Era el miedo a la muerte, al paso del tiempo. Sabía lo que les ocurría a los humanos por oídas, sabía que envejecían y acababan muriendo entre dolores indecibles, aterrados de un futuro que no conocían. Él lo conocía bien, por eso prefería seguir vivo. Recordar su desgracia en las estancias de Hel para siempre no le apetecía nada.

Ensayó un intento desesperado por buscar a su alrededor. Piedra madera, herramientas extrañas con aspecto de lanzas. Miró al suelo y sonrió. Allí estaba el recipiente de metal. 

Se agachó sobre él y, al tocar el suelo, dejó de sostenerse sobre sus piernas. Temeroso de estar perdiendo su naturaleza, Loki se dejó caer en el suelo y dio un trago al líquido del recipiente. Se sintió mejor. No físicamente, pero sí más tranquilo, así que se apoyó sobre las maderas más cercanas a él y se incorporó de nuevo.

La debilidad se apoderó de él de nuevo, el vértigo. No veía bien, todo estaba borroso. Parpadeó, y escuchó otras voces, en otro idioma. Vio en mismo lugar, pero diferente, como desde el aire. Tenía menos vegetación, parecía una especie de desierto de piedra. Se excavaba en él, pero de otro modo. Era otro tiempo, uno mucho más lejano, en el futuro. Estaba teniendo una visión.

Centró su atención en lo que escuchaba, agudizando su ingenio tanto como pudo. Era inteligente, era un mago. Podía entender aquel lenguaje, el de su visión tanto como el de su presente. 

Las voces se mezclaban en su cabeza. En el presente se hablaba de tumbas, de excavar, de una especie de enfermedad que había arrasado las vidas de mucha gente en aquel poblado. Hablaban de crear una ciudad de muertos para ellos y cambiar de lugar. Aquel estaba maldito.

Las voces de su visión no comprendían porqué aquello estaba así. Era todo un descubrimiento, decían, más antiguo de lo que pensaban. Era imposible, era majestuoso. Aquella civilización contradecía todos los anales de la historia. De la ciudad de los muertos decían que era inmortal, pero no daban nombre.

Aquello llamó la atención de Loki. Titubeó un momento y rompió a reír. Cuando había encontrado el recipiente de metal, ya no llevaba el sello de cera. Había hecho inmortal a la necrópolis sin darse cuenta. Se aseguró de que aún quedase líquido en el recipiente y volvió a fijar su atención en la visión, que comenzaba a desvanecerse.

Lo único que pudo escuchar fue un nombre. No era nombre de la ciudad, sino el que le daban al monte en el que estaba. El ombligo del mundo. Gobleki Tepe. 



No parecía un mal comienzo.

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