martes, 17 de septiembre de 2013

Tiempos Interesantes

Mientras sigo pensando cómo juntar los kenningar y que quede algo decente, he aquí un relato en el Midgard.



Miró con curiosidad en el interior de la estancia. Lo que le había conducido hasta allí era algo que nunca, en todos sus largos años de vida, había experimentado antes. Llevaba algunos años viviendo en Berlin, y ciertamente, todo aquel intento de revivir las antiguas tradiciones nórdicas estaba resultando un fracaso, al menos a sus ojos. No se parecía en nada a lo que había sido realmente.
Pero aquello iba más allá. Aquello eran… plegarias.

-Padre de las Mentiras, Artesano de Discordias, Tú que Creas y Destruyes…
-A ti te rogamos ayuda…
-A ti te pedimos intervención…
-Concédenos tu Don…
-Deja que nuestros planes puedan llevarse a cabo…
-Pese a todo…
-Con tu gracia…
-Tú que velas por nosotros…

Las palabras que llegaban a sus oídos eran todas en esa misma dirección. Pedían protección para algún tipo de acción poco específica. Pedían su ayuda, como si fuera… bueno, como si fuera un dios. 

Observó con más detenimiento. Eran apenas unos niños, tendrían poco más de 15 años. Ambos eran altos para su edad, con cuerpos atléticos, rubios y con unas facciones que cualquiera hubiera descrito como hermosas. No comprendía la razón detrás de toda aquella parafernalia, hubieran podido hacer cualquier otra cosa con su vida, eran jóvenes y, por las apariencias, no andaban faltos de dinero. Prestó oídos de nuevo.

-¿Estás seguro de esto?
-¡Claro!
-¿Cómo puedes estarlo?
-Mi padre trabaja para el Instituto Ahnenerbe, sabe cosas que nos están ocultas a los demás.
-¿Cómo qué?
-Pues.. ¡cosas!
-¡Eso es decir nada!
-No me lo cuenta todo, es muy secreta su actividad. Pero sé que han mandado una expedición el año pasado a Finlandia, para buscar a los brujos que salen en el Kalevala, y que preparan ir a Dinamarca, y que incluso quieren ir a Islandia para ver si encuentran restos de lo que cuentan los Textos Sagrados…
-¿Están buscando pruebas de que las Eddas son reales?- al muchacho que hablaba se le iluminaron los ojos. Su interlocutor asintió con entusiasmo. 

Flóki resopló. Así que ahí estaba el asunto. El tercer Reich, en un intento absurdo de trazar sus orígenes en la antigua Escandinavia, habían decidido que unos libros escritos en el siglo XIII por recogiendo cosas que sabían de oídas, era una referencia para su entendimiento del mundo y lo tomaban como cierto en el mismo extremo que los católicos usaban su Biblia. Irónico cuanto menos, puesto que no recordaba que nadie en Ásgard con una forma de ver el mundo como aquella. Habían comenzado a adorar a los Aesir como si fueran dioses. Se habían propuesto demostrar su existencia con excavaciones, arengas, rezos, rituales… no le gustaba. Si un par de muchachos en una habitación habían podido llamar su atención, masas enteras aclamando el nombre de un Aesir podrían atraer la atención de todo el Ásgard sobre la tierra media. Muy poco conveniente.

-¿Por qué Loki?-preguntaba el muchacho que parecía saber menos en el momento en que volvió a prestar atención a la conversación.
-¿Es que no has leído los textos?-dijo el otro con todo de desprecio.
-Sí, pero, ya sabes, soy muy malo recordando cosas…
-Claro. Seguro que no serías un auténtico vikingo en la época de los Héroes.

El chico pareció apenado y avergonzado. Flóki no podía creer lo que escuchaba: no sabía que existiera una “época de los Héroes”, y eso que llevaba algunos años por allí.

-Tienes razón… pero ¡tú tampoco lo sabes!
-¿Cómo te atreves?
-¡Porque te he preguntado pero no me has respondido!
-¡Iba a hacerlo ahora!
-¡Pues hazlo!

Flóki contuvo la risa. Eran unos niños. Niños de verdad. Sólo que asustados y confundidos.

-Loki es el padre de los monstruos. De su unión con la giganta Angrboda nacieron Hel, que reina en el Infierno, y también Fenrir, el lobo que se comerá el sol, y Jörmundgardur, la serpiente que rodea el mundo. Ellos causarán el Ragnarök, el Ocaso de los Dioses…
-¿Cómo en la ópera?
-¡Exactamente igual que en la ópera!

El intruso no sabía qué pensar. No le gustaba lo que escuchaba. No le gustaba lo que decían. No le gustaba cómo se había dado la vuelta a las cosas. No le gustaba Wagner. Y no le gustaban aquellos dos críos.

-Por eso Loki es el que tiene que ayudarnos…
-¿Porque de él nació la misma muerte?
-¡Sí! No eres tan tonto después de todo…
-Entonces… ¿Con la ayuda de Loki podremos librarnos de ese maricón que va a clase con nosotros?
-Para eso estamos aquí ¿no?
-Sí, claro…
-¿No te da asco cada vez que le ves?
-Sí. Además, si quiere ser una abominación, que lo sea en su casa…
-Que no nos obligue a verle…
-Es horrible, nadie le obliga a él a ser normal ¿no?
-Aunque deberían.
-He oído que un médico en Inglaterra dice que no es culpa de ellos, que están enfermos…
-Eso es porque los ingleses son todos maricas también.
-Tienes razón-dijo después de pensarlo un momento.-¿Y dónde está Loki ahora?
-Debajo del monte Hekla, en Islandia, atado con las tripas de un horrible troll hasta el día que se suelte…
-Entonces ¿cómo va a ayudarnos?
-Es un dios, ¡idiota! Puede hacerlo…
-Pero….

Empezaba a escapárseles de las manos. No sabían lo que estaban diciendo. No sabían con quién estaban jugando. Suspiró, alargó el brazo y abrió la puerta de la habitación. No estaba cerrada con llave.

-Caballeros.-saludó.

Los muchachos saltaron de sus asientos, quedándose de pie en mitad de la estancia. Como de la nada había aparecido un hombre alto ante ellos, pelirrojo, vestido con camisa blanca, botines y gabardina negra. No se atrevieron a hablar.

-¿No tenéis nada que decir? ¿Nada que pedirme?

El que había llevado el peso de la conversación dio un paso al frente, y habló con bravuconería.

-¿Qué vamos a tener que pedirte? ¿Quién eres maricón?

Flóki hizo un gesto de cansancio y sonrió con picardía.

-¿Es eso lo que queréis? 
-¿El qué?
-Mmmm… ¿cómo lo llamáis… mi artes de maricón?

Ambos retrocedieron.

-¡Fuera de aquí!
-¿Cómo has entrado?
-¡Porque vosotros me habéis llamado!-era consciente de que estaba haciendo teatro. Alzó los brazos al aire, en un gesto de invitación, como mostrándose, y habló con voz profunda, más alto de lo que solía. No iba a mostrar su verdadera forma a aquellos dos niños. Pero no podía resistirse a la diversión.
-¡Nosotros no te hemos llamado! ¡Embustero!¡Judío!

Flóki permaneció en silencio, sonriente, como una estatua hierática, sin parpadear, con los brazos en cruz. El muchacho que hasta durante la conversación parecía más débil, el que hacía las preguntas, palideció.

-Hans…-llamó a su amigo. Pero no le escuchó. Estaba demasiado ocupado despotricando contra un desconocido.
-No dices nada ahora ¿eh? Maricón…
-Hans…
-¡Ya verás! ¡El Führer os hará matar a todos!

Como si hablase con una estatua, el recién llegado permaneció inmóvil. Su quietud, su falta de reacción, ponían nervioso a Hans.

-¡Hans!-gritó finalmente su amigo.
-¿Qué quieres, Hernest? ¡No me molestes cuando hablo!
-Este hombre…
-¿Qué pasa? ¿Te da miedo?-miró hacia el intruso y volvió a mirarle de nuevo- Seguro que te da miedo, a veces me pregunto si tú también eres maricón…
-No, Hans, no es eso…
-¡He dicho que no me interrumpas!
-Pero…
-¡Bah! ¡Cobarde! Si las suplicas llegan a oídos de Loki, todos estos maricones tendrán sus días contados…
-¿De verdad?

La voz les sobresaltó. Casi podían haber olvidado que estaba allí. En esta ocasión era una voz suave, sugerente. 

-De verdad, sí. 
-Interesante. Siempre pensé que Loki estaba de mi parte. Siempre.
-¿Qué sabrás tú de Loki? ¿Con qué derecho mancillas su nombre, maricón?

La sonrisa desapareció de su rostro. Miró al otro chico, el que se llamaba Hernest. Le guiñó un ojo, rápido, fugaz. Sabía su secreto. Era más listo que el otro, sólo que tenía miedo de ser él mismo. Su vida era sólo teatro para complacer al hombre del que estaba enamorado. Y que no merecía su lealtad.

-Largo de aquí, Hernest-dijo con firmeza.
-¿Cómo te atreves? No le hagas caso, Hernest.

Pero Hernest, como Flóki había sospechado, era el más inteligente de los dos. Y sabía lo que habían hecho. 

-Lo siento, Hans…-dijo cabizbajo. 

Y salió de la estancia casi a la carrera, dedicando apenas una mirada al desconocido. Una mirada de disculpa, aunque también, de forma extraña, de respeto y devoción. No le gustaba que le trataran como a un dios, le indignaba. Focalizó su ira hacia el que quedó en la habitación.

-Parece que tu amigo te ha abandonado…
-Es un cobarde.
-O más listo que tú.

Hans escupió en el suelo con desprecio. Flóki agitó la cabeza con tristeza.

-¿Qué me decías de Loki?-preguntó.
-¡No menciones su nombre, blasfemo!

Flóki suspiró, y se sentó con parsimonia sobre la mesa de té que había en el centro de la estancia.

-Sí, verás. Resulta que primero me invocas y ahora no me quieres aquí… ¿qué es exactamente lo que quieres de mí?
-¿Por qué sigues diciendo eso? ¡Yo no te he…!-las palabras murieron en su boca.
-Bueno, por fin un poco de sentido común en esa cabeza tuya.
-Perdón, Padre de las Mentiras. No sabía… debería haberlo sabido.
-No me llames padre de las mentiras.
-Pero…tú…
-Miento mucho, sí. No significa que lo haga por gusto…

Se hizo un silencio incómodo. Hans se arrodilló, agachando la cabeza. Flóki carraspeó y se agachó junto a él.

-¿Así que querías mi ayuda para torturar a un chico de tu clase?
-Es maricón… no es un chico. No es una persona.
-Ya. Y tú que sabes tanto, ¿Sabes que yo mismo me he acostado con hombres?

Hans levantó la cabeza con espanto.

-¡Nunca en forma de hombre!
-Ahmmm… sí, bueno… podría preguntarle a mi hermano. A Ódinn, quiero decir. El incesto ya sería demasiado.

Hans dio un paso atrás.

-¡Tú no eres Loki!-acusó.

Flóki entornó los ojos.

-En este mundo, soy Flóki. Para ti… puedes llamarme ‘cariño’.
-¿Cómo te atreves? ¿Me estás llamando…?

No le dio tiempo a terminar la frase. El que se había presentado a sí mismo como ‘Flóki’ e intentaba hacerse pasar por el Dios Loki, le estaba besando. ¡Le estaba besando, y era un hombre! Hans podía sentir la presión de su cuerpo sobre el de él, presionando contra la pared. Sus labios apretados sobre los suyos. Eran suaves, tenía el cuerpo caliente y las manos que le tocaban eran también suaves, delicadas. Le repelía, se sentía agredido, era más fuerte que él. Tenía miedo de lo que ocurriría después. Forcejeó sin éxito. Rompió a llorar, como un cobarde, como una mujer. Como un maricón.

-Mátame-rogó cuando al fin sus labios volvieron a pertenecerle.
-Cuenta con ello.-Flóki dejó caer la gabardina sobre la mesa con cuidado.-Después.

Y aquello Hans sí que lo entendió. Sus sollozos se incrementaron, la desesperación le poseyó.

-¿Por qué? ¿Por qué a mí?

Flóki acercó su rostro al de él, tanto, que podía sentir su aliento en la cara, el movimiento de sus labios al hablar sobre su piel.

-Nadie llama a mis hijos monstruos y espera favores de mí… maricón.





No se sentía orgulloso de lo que había hecho, pero a veces le era imposible contener su ira. Sobre todo con aquella clase de actitudes, no es lo que había esperado de los humanos. Parecía que su capacidad de inventarse motivos para luchar era infinita. 

Se detuvo un momento al salir a la calle. Tomó aire. Era un aire fresco y agradable, en el anochecer de Berlin de 1936. Se dirigió a paso rápido hacia una de las calles principales, donde la acumulación de gente que disfrutaba del ambiente de los Juegos Olímpicos le haría pasar desapercibido. Le gustaba mezclase entre la gente, en especial en momentos como aquellos. Necesitaba un motivo para no hacer real el mito del Ragnarök. A veces, estaba más que tentado.

Iba sumido en sus pensamientos cuando un niño chocó con él. Era un pequeño rubio, vestido con ropas de lana. Tenía las mejillas sonrojadas por la carrera, y le miraba desde su pequeña estatura como si temiera que le recriminaran algo.

-Perdone, señor- dijo el niño jadeando.
-No hay nada que perdonar.-Flóki se agachó hasta su altura- ¿Estás huyendo de algo?
-No señor.
-Entonces… ¿Por qué corres así?
-Porque…-miró al suelo, dubitativo.
-Puedes contármelo-Flóki tomó el rostro del niño entre las manos y le levantó la cabeza para mirarle de frente. Entonces le guiñó un ojo-Será nuestro secreto…
-Es que no lo sé, señor. A veces necesito correr para sentirme bien… a mis padres no les gusta que lo haga, pero no puedo evitarlo.
-¿Por qué no? Es una buena forma de sentirse mejor… a mí me pasa a veces. Es como si dejaras todo lo malo atrás ¿verdad?
-¡Sí!-el rostro del niño se iluminó-Es que a veces tengo que hacer muchas cosas y quiero escaparme…

Flóki rio. Aquel tiempo cargaba demasiadas ideas en los hombros de los niños.

-¿Por qué no…?-iba a decirle que se tomara las cosas con calma, pero una voz de mujer le interrumpió.
-¡Johann!-gritaba.

Era una mujer rubia, bien vestida. Su falda sin forma se enredaba en sus rodillas al correr, algo poco decoroso en aquel tiempo, pero parecía demasiado preocupada por el niño como para que aquello le mereciera un pensamiento.

-¡Johann!-dijo con alivio finalmente, acercándose a ellos. Recorrió con una mirada rápida el aspecto del niño, y al ver que estaba bien, le tomó de la mano con un tirón, acercándola a ella.

Flóki aprovechó el interín para levantarse.

-Espero que no le haya causado molestias…-se disculpó la mujer.
-En absoluto. Ha sido un placer hablar con su hijo. Un niño muy inteligente, que será un gran hombre algún día.
-Ah… -la mujer parecía no saber qué decir-Gracias.

Por una fracción de segundo, deseó arrancar a aquel niño de manos de su madre y criarlo él mismo. No sería el primer humano al que había adoptado durante su existencia. Niños con grandes potenciales, demasiado restringidos por el mundo en que les había tocado vivir. Él los tomaba consigo, les daba libertad, les dejaba desarrollarse. A menudo no era más que la mano que les cambiaba de familia, pero en aquel Berlín del Tercer Reich, deseaba como nunca rescatar un ser humano de la barbarie y mantenerle en la inocencia, ajeno a los acontecimientos.

Ensayó un paso al frente, dispuesto a hablar. Dispuesto a saber más de aquella madre y aquel hijo, para poder planear el encuentro. El secuestro. La liberación. Pero algo le detuvo.

Sentía una mirada posada en aquellas dos mismas personas. Miró a su alrededor. No le costó encontrarle. Entre la multitud, el rostro cetrino de aquel hombre quieto, delicado, observando. Sonrió. Aquel hombre, aquel ser… se le había adelantado. Miró al niño una última vez, intentando recordar sus facciones. A lo largo de la eternidad, sus caminos volverían a encontrarse. Estaba seguro.

-No debe darlas por decir la verdad.-respondió a la mujer simplemente.

Ella se ruborizó, por algo que después no sabría describir. Flóki sabía que era porque había notado la muerte frente a ella, y un segundo después, había pasado de largo. Tenía segunda visión. Apagada, dormida y oculta bajo capas y capas de civilización y raciocinio. Pero la mujer estaba embarazada y aquello despertaba sus sentidos dormidos.

-¡Adiós, señor!-dijo simplemente Johann, mientras iban camino de vuelta.
-¡Adiós, Johann!-respondió él, agitando la mano en un gesto infantil.

Se quedó mirando el vació un instante y, antes de seguir su camino, saludó con un asentimiento de cabeza al ser que había estado observando la escena. Cuando parpadeó, ya no estaba allí.

Flóki siguió caminando mientras silbaba. Parecía que se acercaban tiempos interesantes.


**Nota: Johann es un personaje que no me pertenece. Su creadora, aquí.

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