lunes, 23 de septiembre de 2013

Visiones



Le despertó la llamada a la puerta del servicio de habitaciones. No tenía intención de pasar mucho tiempo en Birmingham, ni siquiera en Inglaterra, de modo que no se había molestado en alquilar un apartamento como era debido. Se conformó con un hotel, sencillo pero con los servicios básicos, donde pudiera recibir correo y descansar durante todo el día sin ser molestado. 

Sólo estaba allí por una semana, como compromiso con un viejo amigo. Era poco tiempo de margen, y siendo como era una ciudad industrial a la que acudía gente en busca de cualquier tipo de trabajo en la esperanza de salir de la situación en la que se encontraban, no llamaría demasiado la atención que durmiese todo el día y saliese tan sólo de noche. Además volvía temprano, lo suficiente como para que cualquier mente curiosa pensase que en realidad trabajaba desde la habitación y salía cuatro o cinco horas por la noche para tomar un poco de aire fresco. No era la primera vez que le confundían con un escritor o un periodista, y Kjell dejaba que así lo creyesen. Cualquiera de esas profesiones que algún botones plantease de modo conversacional, era respondido con un sorprendido “¿Cómo lo ha sabido usted?”. A partir de ahí, era sólo seguir la farsa. No era difícil si no se permanecía en un mismo hotel más de un mes.

Cuando llamaron a la puerta serían las nueve y media de la noche. Era tarde, pero aún era abril, y el cielo, aunque oscuro, tenía aún un resplandor pálido si se miraba hacia el oeste. Ya se había levantado, desde luego. En aquella época del año en aquella latitud se levantaba temprano, con las primeras sombras de la tarde. Amanecía cerca de las seis de la mañana, y permanecer más de doce horas en yaciendo le hacía levantar cansado. Muchos en su situación no tomaban en cuenta esos detalles, y se asentaban en un lugar durante varios años, hasta que se cansaban o los agostaban. Él no era ajeno a esa clase de comportamiento, desde luego. Pero siempre tenía dos residencias, una en el hemisferio norte para el invierno y otra en el hemisferio sur para el verano, elegidas específicamente por el número de horas de oscuridad que había en cada estación. En las zonas intermedias solía pasar temporadas, pero eran casi como vacaciones. Incluso llegó a vivir casi medio año en la selva amazónica de Ecuador, doce horas de día y doce de noche aproximadamente. No era un sitio incómodo, pero de nuevo, doce horas tumbado eran demasiado para él.

Abrió la puerta enfundado en un pijama de algodón oscuro con cuadros azules. Ofrecía un aspecto tan absolutamente normal, en pijama, con el cabello rubio despeinado y mirada soñolienta, que al muchacho pecoso en uniforme negro que esperaba al otro lado del umbral jamás se le hubiera pasado por la cabeza que tenía delante algo más que un escritor con resaca.

-Perdone, señor-dijo el muchacho, tendiéndole con naturalidad un paquete de cartón marrón. Era pequeño pero alto, debía de contener libros. Kjell sonrió al verlo.-Pero han dejado esto en recepción para usted, señor.

Kjell lo cogió alargando la mano derecha mientras con la izquierda se mesaba el cabello en un gesto deliberado que imitaba el intento de desperezarse de un recién levantado. Luego dejó caer la mano izquierda mientras aún sujetaba el paquete, y palpó con un movimiento rítmico los bolsillos de su pijama.

-Gracias-contestó-Dame un segundo, no te vayas

-Como diga, señor.

El chico se quedó esperando delante de la puerta. No todos los huéspedes daban propina y los que lo hacían no solían ser generosos, pero siempre venían bien unos peniques extras. Miró sus zapatos negros recién pulidos, sólo por hacer tiempo.

Mientras, Kjell dejó caer el paquete encima de la cama y cogió su cartera de la chaqueta colgada de la mesa del escritorio. Volvió a la puerta con ella.

-Ten-dijo tendiéndole un billete de cinco libras al botones- Muchas gracias por todo.

El chico parpadeó con sorpresa. Eso era algo más de lo que esperaba de una buena propina. Para él una buena propina era una libra en calderilla, y las recibía muy de cuando en cuando.

-Gracias, señor-dijo, casi tartamudeando-¿Quiere algo más señor?

El interpelado sacudió la cabeza.

-No, tranquilo. Gracias por todo, has sido muy amable.

-Gracias, señor. No le molesto más, señor.

El muchacho ya había empezado a andar por el pasillo, cuando de pronto se paró en seco y se volvió hacia la puerta aún entreabierta.

-¿Señor?-llamó.

-¿Sí?-Kjell asomó la cabeza por el umbral de la puerta lo suficiente para ver al botones con claridad.

-El paquete no tiene remitente, señor. Lo siento, señor.

-Tranquilo. Es lo que cabía esperar.



Terminada la farsa, Kjell cerró la puerta con suavidad y se dejó caer en la cama deshecha, junto al paquete. La cama, aunque no llevaba mucho tiempo levantado, estaba fría. Estaría fría aunque alguien se metiese en ella mientras él dormía. 

Tomó el paquete con cuidado en las manos y rompió el envoltorio. Tal como esperaba, eran libros. Dos libros relativamente voluminosos, y un pequeño sobre que se desprendió entre ellos. Siempre se comunicaba con él mediante libros. Lo había estado esperando desde el día en que llegó a la ciudad, y había tardado casi tres días en enviárselo. Supuso que era el tiempo que le había llevado descubrir dónde estaba alojado.

Leyó los títulos de los libros: “Caballo de Troya”, de un autor español, un tal Benítez. “Entrevista con el Vampiro”, de una americana, Rice. Sonrió. Había oído hablar de ellos, los había visto en muchas librerías. Había leído el primero, no tenía nada en contra de especulaciones con la historia. Le había gustado, incluso le había impresionado. Esperaba que saliese el siguiente volumen con toda la impaciencia de la que era capaz. El segundo, en cambio, lo había estado evitando desde que salió en los setenta. Por razones obvias, aunque había oído que estaba bastante logrado. Dentro de lo que cabe, claro.

Finalmente, cogió el pequeño sobre entre sus manos y lo abrió con cuidado. Dentro había una cuartilla doblada, y una nota breve escrita en ella con una caligrafía clara y amplia, cursiva, de trazos rápidos y decididos.

“¿Podrás leer en dos días? Tienes algo que hacer desde hoy hasta el viernes… a medianoche. Te esperaré en la entrada de tu hotel. ¡Ven sin cenar! Tuyo, Flóki”

El viernes a medianoche. Aún quedaban dos días. Kjell tomó aire y lo soltó con parsimonia. Se estiró sobre la cama, cruzando los brazos tras la cabeza y mirando al techo. Movía el pie derecho en un intento de mantener una parte de sí activa. Aún era pronto para salir a comer. Necesitaba más oscuridad, escoger el lugar apropiado, el individuo correcto. El blanco techo de la habitación del hotel tenía una diminuta mancha de humedad que parecía gritarle.

Suspiró, perdiéndose en la inmensidad de su propia historia. No acababan de gustarle los hoteles. Le hacían sentir el peso de la soledad y del tiempo mucho más que de costumbre. Siempre había querido encontrar alguien con quien compartir su vida, pero nunca le duraba demasiado. Cuando vivías a la manera en la que Kjell vivía, igual que te cansabas de los sitios te cansabas de las personas. No quería decir que dejasen de sentir afecto por ellos, no significaba que el vínculo se rompiera. Simplemente, el tiempo hacía que se sintiera el ansia de algo nuevo, algo diferente. Habían sido humanos antes, a fin de cuentas, y el ser humano siempre estaba buscando algo nuevo que descubrir. Cuando dormía en hoteles, se daba cuenta de lo efímero de todo a su alrededor, mientras él seguí inmutable. Era deprimente. Durante ciertas épocas de su vida, sentía que quería acabar con todo, había pasado largos periodos de depresión, en los que lo único que había deseado era permanecer tendido, dejando pasar las estaciones. En más de una ocasión había deseado la muerte. En una incluso lo había intentado, pero algo más fuerte que él le había puesto a salvo antes de prenderse del todo sin tan siquiera ser consciente de ello. El instinto de supervivencia fue más fuerte que él, pero aun así pasó las siguientes tres semanas en un estado de convalecencia que le sirvió como advertencia cada una de las ocasiones en que había deseado la muerte posteriormente.

No saldría a ‘cenar’, en palabras de su amigo, hasta pasada la medianoche. Suspiró una vez más. Dos días era demasiado tiempo para pasarlos simplemente pensando. Podía acabar en otro de sus estados de estupor y depresión. Como modo de matar el tiempo, tomó entre sus manos el libro de Anne Rice y lo abrió por la primera página.



Siguiendo las indicaciones que le había dado su amigo dos días atrás, Kjell no había cenado. Quedaban escasos tres minutos para la medianoche, y él estaba dedicándolos a… nada. Miraba por la ventana, desde la que no veía nada más que los tejados oscurecidos por el humo de la ciudad inglesa. Era otra de sus manías personales. Ya que tenía que pasar el tiempo en un sitio que le era ajeno, prefería que fuera en un lugar alto. No podía explicar el motivo, simplemente se sentía más cómodo, más tranquilo. Casi como los felinos. Normalmente eso tenía también la ventaja de una vista más o menos privilegiada de la ciudad en la que estaba. Birmingham en cambio, no era más que muros grises y nubes de humo industrial.

Recordaba la ciudad antes de eso. Sonrió para sí mismo. Recordaba la ciudad incluso antes de que fuera ciudad. Antes de los normandos. Había pertenecido a uno de los Siete Reinos, uno en cuyos salones había comido, acompañando a su rey. Había sido un rey generoso, recordaba Kjell. Un tanto excéntrico, pero un buen rey. Y un buen hombre. Hasta que su hermanastro le mató. En aquella época era bastante común, nada escandaloso. En su Islandia natal, lo honorable era decir que le habías matado, dar unas razones en la asamblea, compensar a la familia. En los Siete Reinos, en cambio, la norma era ocultar la autoría del crimen, porque este era siempre castigado, sin importar los motivos que te habían conducido a él. No había sido siempre así, era una costumbre nueva, cristiana. 

Sonrió de nuevo, en esta ocasión con tristeza. La tristeza del que considera nuevo a algo que para el mundo en el que vive se remonta a épocas demasiado lejanas en la memoria como para que haya nadie que las recuerde. Se sintió viejo y cansado, pese a que el reflejo que le devolvía el cristal de la ventana era el de un hombre de mediana edad, treinta y muchos, cuarenta y pocos tal vez. Reflexionó sobre ello unos instantes. En la época en la que nació, era un hombre adulto, casi un anciano. Y así lo fue durante muchísimos años, pero poco a poco, a medida que la sociedad encontraba avances nuevos que alargaban la vida y combatían la enfermedad, iba haciéndose más y más joven. Ya no era un hombre del que se esperaba que muriese pronto, que tuviese una vida labrada tras él, una experiencia vital. Ya no tenía que justificar su soledad, su falta de familia. No tenía que inventar una tragedia personal nunca más. En el momento actual, donde ya no existían sombras en las ciudades, se esperaba de él que tuviera proyectos que llevar a cabo, que estuviese en mitad de su vida. 

Las campanas de la iglesia hicieron notar la medianoche. Kjell se estiró ligeramente y bajó las escaleras hasta el hall de la entrada, completamente iluminado, como si no existiera la noche. Sus ojos lagrimearon un poco por la luminosidad, pero nada que le impidiese ver con claridad. 

Enseguida localizó la figura de Flóki. Era difícil no verle, no fijarse en él. Estaba apoyado en la pared de la entrada, ataviado con ropas vaqueras de pies a cabeza: pantalones vaqueros, camiseta blanca, camisa vaquera a modo de chaqueta de verano, zapatillas Converse. El cabello más corto de lo que solía llevarlo, apenas llegaba a sus hombros, con el corte a capas que era común en la época. Sus cabellos siempre habían sido de un cobrizo oscuro, como brasas apagándose, y así los mantenía. Era alto, algo más de dos metros, y aunque no era fornido, tampoco daba el aspecto desgarbado de quienes tienen una estatura por encima de la media. Estaba de brazos cruzados, mirando el suelo, y llevaba una mochila cruzada a la espalda. Algunas de las mujeres que cruzaban por delante de él en la calle le miraban curiosas, y sólo entonces levantaba la cabeza, para mirarlas con sus almendrados ojos verdes y sonreír. Entonces las muchachas se ruborizaban y apretaban el paso entre risitas nerviosas. 

A ojos de Kjell, era la imagen misma de la época en que vivían. Siempre le había sorprendido la facilidad con la que Flóki se adaptaba a los tiempos, como si fuera un paso por delante, siempre lo que se esperaba de él. En aquella ocasión había elegido un aspecto de más o menos su misma edad. Pero mucho más… Kjell trató de buscar una palabra de aquel tiempo… mucho más “en el rollo”. Por comparación, su cuidado atuendo, con vaqueros y americana negra sobre camisa blanca y cabellos cortos aunque no a cepillo, parecía… buscó otra expresión de la época… parecía “carca”. 

-Llegas un poco tarde ¿no crees?-saludó Flóki sin siquiera volverse a mirarle.

-En realidad no-replicó el otro-Sólo observaba tu ritual de cortejo…

Flóki se dio la vuelta encogiéndose de hombros y haciendo un gesto de descarte con la mano.

-Tenía que hacer tiempo con algo ¿no?

Kjell se dejó abrazar por el semigigante. A su lado, aunque su metro setenta y algo de estatura le había hecho alto para su tiempo, parecía casi un niño. Flóki era mucho más antiguo de lo que era él, pero nunca había sido humano, y no podían atribuírsele las reglas que se a estos se les aplicaban.

-Te he echado de menos, viejo amigo-confesó al soltarle.-Hace ya más de una década que no nos vemos…

-También yo, Flóki-respondió el otro con tristeza-También yo…



Caminaban por una calle estrecha y mal iluminada, hacia abajo, hacia el centro de la ciudad. Las farolas parpadeaban con una instalación vieja, casi obsoleta y en mal funcionamiento. Los edificios de apartamentos eran también viejos, y a aquella hora estaban a oscuras la mayoría de las ventanas. De algunas lonjas salía el sonido amortiguado de música tocada por artistas locales, y desde algunas ventanas podían escucharse el sonido de discusiones familiares. 

Podían haber elegido un camino más seguro para llegar al centro de la ciudad, donde un restaurante tenía reservado un salón privado para Flóki y su acompañante. Pero para ellos era un camino más seguro que los más iluminados de las calles paralelas, cerca del parque. O al menos, más discreto.

Caminaban en silencio, como dos sombras más en la noche. Nadie se fijaría en ellos, y si lo hacían, pensarían que eran una pareja de yonkis, o quizás no llegasen siquiera a dedicarles un solo pensamiento. La gente en aquel tiempo estaba demasiado ocupada con sus propios problemas como para preocuparse de qué era lo que pasaba frente a sus ventanas en la oscuridad de la noche.

A medida que iban saliendo de aquella callejuela se iba ampliando el camino y las casas estaban más iluminadas. En apenas un par de minutos llegaron a una calle mucho más espaciosa, residencial casi. Flóki comenzó a caminar más despacio, observando con aspecto valorativo cada una de las casas por delante de las que pasaban. Kjell sacudió la cabeza, comprendiendo.

Pronto Flóki se detuvo frente a una de las casas. Una planta baja iluminada que tenía un pequeño jardín frente a ella. Todo muy normal muy hogareño. Con una silla en la que sentarse a ver la noche y junto a ella, una mesa de jardín en la que reposaba una pipa de fumar, pero él se había detenido allí. Tenían la puerta abierta, y se escuchaba el silbido campechano de un anciano, que enseguida salió al jardín con un periódico bajo el brazo y tabaco para pipa.

Se sobresaltó ligeramente al ver a los dos hombres allí plantados, pero enseguida, al ver que no daban señales de asaltarle y robarle inmediatamente, se relajó y se dejó caer pesadamente en la silla.

-Buenas noches-saludó finalmente.

Dejó el periódico sobre la mesa y comenzó a rellenar la pipa con parsimonia, disfrutando de cada movimiento y de la anticipación.

-Buenas noches, sí-respondió Flóki. 

Y era una buena noche de verdad, no llovía pese a estar el cielo cubierto, y no parecía que fuera a cambiar la tendencia.

-Disculpe…-aventuró Flóki, quitándose la mochila de los hombros. Sus movimientos eran lentos, estudiados. Abrió la cremallera despacio y, para sorpresa de Kjell tanto como del hombre que tenían delante, sacó un termo metálico de ella.

-¿Sí?-dijo el otro con desconfianza.

-Verá… ehem… me da hasta vergüenza…-miró hacia abajo en un movimiento que fingía azoramiento.-Tenemos aún mucho trabajo esta noche, no encontramos nada abierto y estamos muy lejos de casa… ¿le importaría… tal vez… darnos un poco de té?

El anciano parpadeó con desconcierto, pero algo más fuerte que él le impedía decir que no, como era su primer impulso. Se sentía incapaz de negar nada a aquel completo desconocido que de pronto se plantaba frente a su casa en mitad de la noche. El sentido común decía que no debía siquiera haberles dirigido la palabra, pero aun así…

-Podemos pagarle, si quiere-añadió Flóki en el momento justo.

Kjell se sorprendía de lo buen mentiroso que era su compañero. Mentiroso y manipulador. Y aun así, leal. Casi servicial. Era un cúmulo de contradicciones. El tramposo.

-¡No será necesario!-dijo finalmente el anciano-Por favor, pasen un momento, enseguida estará listo…

-No sabe cuánto se lo agradecemos…-sonrió Flóki.

El anciano había desaparecido por la puerta del jardín, y Flóki hizo un gesto con el brazo izquierdo invitando a Kjell a entrar detrás de él, con una amplia sonrisa. El islandés sacudió la cabeza y obedeció.

La puerta llevaba directamente a un pequeño salón abarrotado de trastos. En una segunda mirada, eran algo más que trastos, recuerdos de una época no tan lejana, cascos, uniformes, fotografías en sepia, listas con nombres tachados. Kjell reconoció las facciones del anciano que les había atendido en alguna de aquellas fotografías de batallón, y miró con sorpresa a su amigo. Flóki sonreía misteriosamente, e hizo un gesto de impaciencia para acelerar el proceso.

-¿Siguen ustedes ahí?-se oyó la voz del anciano desde la cocina.

-Sí, disculpe-se disculpó Kjell, apresurándose a entrar en la cocina. También era pequeña, un tanto desordenada y mal limpiada. El visitante concluyó que el anciano vivía sólo.-Perdone mi impertinencia, señor-se disculpó de nuevo-Pero no he podido evitar fijarme en las fotografías de la sala de estar… ¿Participó usted en la guerra?

-Así es-dijo el hombre con orgullo. La tetera silbaba en el fuego-Nunca salí de Londres, pero muchos murieron en los bombardeos. Me ocupaba sobretodo de los hospitales, era médico ¿sabe usted? El servicio más horrible que he prestado nunca fue con los niños…

Un brillo extraño cruzó la mirada del anciano al mencionar a los niños. Kjell lo sintió, lo supo, y se le encogió el estómago con las imágenes que vinieron a su mente. No eran sino los recuerdos del anciano de aquella época, el abuso de poder del que había hecho gala para dar rienda suelta a su perversión. 

El deliberado sonido de las pisadas de Flóki al acercarse a la cocina y apoyarse en el umbral de la puerta sacaron a Kjell de la marea de recuerdos. El anciano seguía parloteando alegremente, con orgullo, de sus años de servicio, pero el invitado ya no le escuchaba.

Se pasó la lengua por los dientes. Siempre lo hacía, como una comprobación de que el filo de los colmillos seguía allí. Seguía allí. En un movimiento rápido, imperceptible para el hombre, se colocó a la espalda del hombre y le clavó los colmillos en la yugular. No le dio tiempo a gritar.

Aunque sabía que era completamente necesario para su supervivencia, a Kjell no le gustaba el proceso de matar para conseguir la sangre que le mantenía con vida. Le hacía gracia el hecho de que innumerables escritores de historias de terror habían descrito la sed de sangre de los vampiros como un ansia, como algo imposible de controlar, mientras que el proceso en sí mismo de beber sangre era descrito como el sumun de la experiencia, casi como una suerte de orgasmo de ultratumba. No tenía constancia de si aquello ocurría de aquel modo para alguien o no, pero se le hacía realmente extraño. La relación de Kjell con la sangre era más bien la relación que una anoréxica hospitalizada tiene con las raciones que le sirven las enfermeras diariamente: comérselas le granjea el privilegio de levantarse, de tener visitas, de llevar una vida más o menos normal. Por ello las comía, sin disfrutarlas, sintiéndose después tremendamente culpable y merecedor de todas las desgracias.

-Kjell…-llamó Flóki agitando el termo desde su privilegiada posición en el umbral-Sé bueno y llénate esto ¿vale?

Kjell dejó caer el cuerpo del anciano, aún palpitante y con un hálito de vida en el suelo. Miró a su amigo con una sorpresa silenciosa. Flóki le lanzó el termo con un gesto ligero, casi juguetón, y su amigo lo recogió. La naturalidad con la que él tomaba aquellas situaciones conseguía que su ánimo mejorase un tanto. Le ayudaba a mantener la salud mental.

Tomó el termo en sus manos y comenzó a llenarlo con la poca sangre que al hombre le quedaba en el cuerpo. Salía despacio, tenía que apretar con fuerza el cuello para que fluyese. Sentía repulsión de sus propios movimientos, de sí mismo.

-¿Por qué quieres que llene el termo?-preguntó en tono de cháchara, sólo para desviar su propia atención del cadáver que tenía entre sus manos.

-Porque no quiero cenar sólo-respondió el otro con sencillez, encogiéndose de hombros. 

Su expresión parecía decir que no podía existir otro motivo. Era una pregunta absurda, el motivo era obvio. Kjell rompió a reír de forma estrepitosa.

-¡Ah, sí! Kjell… -llamó de nuevo Flóki.

-¿Sí?

-Límpiate la sangre de la cara, por favor. Parece que hayas comido algodón de azúcar directamente del horno…



Sentados ya en el reservado del restaurante, Flóki pidió un menú completo a pesar de ser más de la una de la madrugada: Guiso de pescado, lasaña de carne y tarta de queso. Y vino blanco, dulce, una botella entera. Devoraba la comida con deleite. Flóki podía comer cantidades ingentes de comida y aún le quedarían ganas de tomar un postre generoso. Era parte de su naturaleza, de su personalidad. 

-¿Su amigo no quiere nada?-preguntó la camarera. Tenía el uniforme azul que llevaban los trabajadores en aquel discreto restaurante abierto veinticuatro horas. 

-No, gracias-se apresuró a confirmar Kjell-Creo que ya me he empachado…-añadió. Era una clara referencia a las cantidades ingentes de comida que engullía Flóki. Este se lo tomó bien. Sonrió a su amigo, levantando la copa en su dirección en un brindis mudo que indicaba que había entendido el ataque a la perfección.

La muchacha hizo una inclinación de cabeza, y les dejó solos.

-Bueno-comenzó Flóki la conversación-¿Cómo te ha ido en la última década?-dio un trago largo a su copa de vino.

-No me puedo quejar-dijo el otro simplemente.

Pasaron por la fase de preguntas intrascendentes para ponerse al día mientras la comida encargada por Flóki llegaba a la mesa. Sólo entonces se tornó la conversación por derroteros más profundos.

-¿Qué te parecieron los libros que te envié?-comentó Flóki con un tono de cierta cautela. Tomó un par de rápidas cucharadas de guiso de pescado, pero estaba demasiado caliente, y decidió dar otro trago de vino.

-Ya había leído “Caballo de Troya”-dijo su compañero-En cuanto al otro… no sé, supongo que es bastante certero, pero hay algo que no termino de comprender de este tal Loius…

-¿De verdad?

-Sí, sin duda.

-Y ¿Qué puede ser eso?

-La tontería de alimentarse de sangre animal-las palabras salían de la boca de Kjell como un torrente, animadas. Como si hubiera reflexionado largo tiempo sobre el tema.-Es realmente absurdo, la verdad. Si se siente culpable por matar gente inocente… ¿No se siente culpable por matar seres inocentes? No hay nada más inocente que un animal, el más fiero de ellos, es inocente de sus actuaciones….

Flóki miró incómodo su plato. Carraspeó.

-¿Quieres decir que tú nunca te has alimentado de animales?

-Ni lo haría jamás.

-¿No?

-¡Son inocentes, Flóki! No les puedes culpar del daño que acarrean…

-¿Ni siquiera a lobos devoradores de hombres o serpientes gigantes altamente venenosas?

Kjell abrió la boca para responder. Luego se lo pensó de nuevo. Había dado en un tema que resultaba demasiado cercano, demasiado íntimo, para su amigo. Había ido sin querer a tocar su punto débil.

-Ni siquiera a lobos devoradores de hombres o serpientes gigantes altamente venenosas.-sentenció.-Su intención es alimentarse o defenderse de los ataques, no dañar al otro….

-Visto así…-Flóki carraspeó antes de seguir.-Visto así, un hombre como el de esta noche, no busca dañar a otros, sólo satisfacer sus necesidades…

-¡Flóki, por favor, eso es una falacia, y lo sabes! Cualquiera que sea su intención, sabe que sus acciones dañarán al otro. Debería ser consciente y buscar ayuda en vez de andarse con perversiones del estilo.

La mención de su víctima le revolvió el estómago, pero también le dio una sensación de hambre. Abrió el termo de sangre y dio un sorbo. Aún estaba caliente, aunque comenzaba a coagularse.

-En cuanto al otro libro…-dijo, tan sólo por cambiar de tema-No sabría qué decirte. Se ha hablado mucho sobre la vida del tal Jesús, pero nada es definitivo…-una idea vino de pronto a su cabeza-¿Sabes tú algo?

-¿Yo?-Flóki rompió a reír, cogido por sorpresa. Casi se atraganta con un trozo de lasaña-¿Cómo quieres que lo sepa?

-Bueno, tú ya estabas vivo cuando aquello ocurrió ¿no?

-Cierto, cierto…-admitió- Supongo que todo depende de ese asunto de la percepción que tienen los humanos de ciertas cosas. Va cambiando con los tiempos, ya sabes. 

-Lo sé.

-El caso es que, supongo, cuando esa clase de personas aparecen, pueden tomarse como semidioses, como profetas, como magos… ¡qué sé yo! –Dio un sorbo al vino- Hoy en día, en pleno siglo veinte, nadie daría una explicación como esa. 

Hubo un momento de silencio, como si ambos reflexionaran al respecto.

-De hecho, bien pensado-continuó Flóki-lo de no beber sangre humana pero sí de animales es también parte de esa percepción.-se encogió de hombros-Supongo que la escritora considera que los animales son inferiores a los hombres o alguna otra tontería así. Como si… mmmm… como si fuese la diferencia entre “matar para alimentarse” y “asesinar”. ¿Sabes a qué me refiero?

Kjell se tomó unos momentos para pensarlo.

-Sí, supongo que sí…

-Pero lo que pretendía al darte esa novela no era que pensaras sobre religión-retomó Flóki la conversación-Lo que pretendía era que pensases sobre las posibilidades que abre la ciencia en estos días.

-¿Viajes en el tiempo? Flóki, hay una línea que separa la ciencia de la ciencia ficción…

Flóki rio.

-¿Viajes en el tiempo? No, no… viajes en el espacio, contactos con otras civilizaciones… ¿Quién sabe lo que está esperándonos al otro lado del camino? Quedan sólo catorce años para el cambio de milenio…

Kjell enarcó las cejas ante el entusiasmo de su amigo. Dirigió una mirada mordaz a un periódico del día anterior. Un reactor nuclear había explotado en algún lugar de la Unión Soviética. Las víctimas eran innumerables. Las consecuencias, imprevisibles. Había sido peor que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Se hablaba de mutaciones, de cáncer, de milenios de muerte.

Señaló el titular con el dedo índice.

-¿Te refieres a esa clase de ciencia?

-Sí, bueno…

-Es más posible que acaben destruyendo el mundo antes que haciéndolo avanzar a ninguna parte…

-¡Vamos, vamos, hombre! Tú eres el que de cuando en cuando se dedica a estudiar una carrera universitaria… ¿Cuántas llevas ya?

-Un par de ellas…-se defendió Kjell-Pero todas de aquello que soy capaz de comprender. Historia y arqueología y lenguas antiguas….

-¡Pues va siendo tiempo de que cambies de tercio!-le interrumpió Flóki.

-¿Cambiar de tercio?

-Sí, no sé… ¿Qué tal física? ¿O… astronomía?

-¿De qué me estás hablando?

-¿Biología?

Kjell dio otro trago al termo de sangre. Dejó que su amigo hablase, mencionase una serie de carreras y profesiones, todas relacionadas con el mundo de la ciencia. Conocía perfectamente a Flóki, no decía aquellas cosas sin tener un motivo real para ello. A veces tenía visiones, y aquellas visiones siempre se cumplían. Se llamaba segunda visión.

-¡Ya sé!-dijo finalmente-Medicina…

Kjell sintió un ramalazo de interés. A lo largo de los siglos, se había sentido atraído por los diferentes procedimientos que físicos, médicos y sanadores varios seguían para sanar. Nunca se le había ocurrido que él mismo podía descubrir sus secretos.

Aunque sabía que, después de todo, Flóki tenía razón una vez más, se permitió el pequeño placer de rebatirle.

-¿Y eso me lo sugieres tú?-Dijo-Que te dedicas a la música…

Flóki se encogió de hombros. Tomó con deleite un trozo de tarta de queso. Sentía debilidad por los dulces, siempre había sido así. Podría alimentarse sólo de dulces, si fuera necesario.

-Yo no tengo paciencia suficiente-confesó-En cambio tú…

-En cambio yo, soy paciente, soy laborioso, blablablá…-Kjell conocía de memoria aquel discurso. Flóki se lo había repetido hasta la saciedad desde el día mismo en que le conoció. Era su argumento de emergencia cada vez que intentaba levantarle la moral, cada vez que intentaba darle fuerzas para seguir viviendo.

-Exacto.-asintió triunfal-El futuro, viejo amigo, se abre ante nosotros una vez más, lleno de posibilidades. Nosotros, más que nadie, podremos ver todo lo que nos aguarda. ¡El tiempo no supone un problema! ¿No lo ves?

Su interlocutor le miró con expresión curiosa.

-Has tenido una visión ¿verdad?

Flóki sonrió, con una sonrisa amplia, sincera. Dejó los cubiertos sobre la mesa y se inclinó hacia delante, hasta acercarse al rostro de su amigo lo suficiente como para rozar sus labios con los de él. Kjell frunció los labios. Aunque conocía perfectamente las excentricidades y ambigüedades de su amigo, no se sentía cómodo con aquella muestra de confianza. Flóki volvió a su tarta de queso y dio un par de bocados antes de contestar.

-He tenido una visión, viejo amigo.-admitió finalmente.

-¿Y bien?

-No te imaginas lo que el cambio de milenio nos depara.

Brindaron por las sombras del futuro que se dejaban entrever en sueños. Flóki con vino dulce, Kjell con sangre. 





Pero el futuro, al final, nunca es como se nos aparece en las visiones.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Heathens? O_o

Anoche me pasó algo sorprendente antes de acostarme. Tan sorprendente, que creo que mi cabeza le ha estado dando vueltas mientras dormía y todo XD Veréis, se trata de que, de forma insospechada, descubrí una especie de culto neopagano-wiccano-ásatrú, raro autodenominado Heathens, que no contentos con creer que recuperaban la antigua tradición nórdica… tiene una facción que se hacen llamar Lokeans. Curiosa por naturaleza como soy, me metí a bucear en sus grandes misterios (nótese la ironía) y descubrí que, al parecer, son los ‘satánicos’ del autodenominado paganismo. Mi cara fue como O_o

Pero luego seguí leyendo y me di cuenta de que su gran movimiento antisistema era… que en los ‘rituales’ cuando se brindaba por Ódinn, por Freyja y otras criaturas deificadas vaya usted a saber por qué razón o con qué objeto, estos paganos malotes añadían el nombre de Loki a la lista. Una forma como otra cualquiera de ejercer su derecho constitucional a ser estúpidos (como diría Pam) en la que no veo diferencia con lo que hace el resto de ‘paganos’.

Ahora bien ¿a dónde quiero llegar? No sé exactamente en qué consisten los rituales de estas gentes peculiares, y todas las religiones me parecen igual de absurdas (tanto me da brindar por Odinn que beberse la sangre de Cristo. Independientemente del nombre que le des, sigue siendo tu amigo imaginario. No ofense) sin embargo, como persona que se dedica al tema nórdico y que siente cierto apego por los Aesir como elemento cultural, yo misma de vez en cuando brindo a la salud de Loki (porque es mi Aesir favorito, sin más) o me tomo una cerveza y brindo por los Vanir, o digo alguna chorrada que sale en alguna Edda o Saga en ese respecto, como dejarles cuatro migas o los elfos. No quiere decir que crea en ellos, ni cambian mi forma de ver el mundo. Simplemente me parece que son creencias que, por decir de alguna  manera ‘me dan de comer’, y hace mucho tiempo, miles, sino millones de personas creyeron en su existencia durante generaciones. Y por mucho que estén muertos, me merecen el mismo respeto, (posiblemente, más, porque no tuve la desgracia de encontrarme con fundamentalistas en persona y los registros que quedan no hablan de que se portaran de ese modo) que los millones que van a misa los domingos, que hacen ramadán o que celebran Rosh Hashaná. Porque en mi cabeza, como digo, todas las creencias religiosas son igual de absurdas y primitivas, y no comparto en absoluto la percepción de que las monoteístas son más avanzadas que las politeístas, una idea que, debo decir, ni siquiera sé de dónde sale. También he hecho magia y tallado runas alguna vez. Por diversión. Meterme en la piel de la völva me resulta tan interesante como hacer un cosplay. Con el añadido de que me ayuda a comprender cómo aquellos chamanes de hace mil años entendían el mundo.

Ahora bien, resulta que mis ‘prácticas’ y las de esos ‘paganos’ son más o menos similares. Interesante debo decir. No sé cómo pueden canalizar ningún tipo de espiritualidad en algo así. Es como decir… no sé, que la gente canaliza su espiritualidad en los Ainur (y que nadie me hable de la Iglesia Jedi. Los que la forman son conscientes de que es creado. Estos piensan que las cosas son así como ellos lo plantean)

¿Me convierte eso en Pagana? ¿En Lokean? Me hace mucha gracia pensar que alguien pudiera clasificarme de ese  modo… (etiquetas, etiquetas absurdas que no significan nada en realidad) ¿Es que acaso soy ‘la mala’ hasta en religiones que ni siquiera soy consciente de que existen?

Y ahora, mi reflexión final, esta vez en serio… ¿Es que la estupidez de la gente dejará de sorprenderme alguna vez?

viernes, 20 de septiembre de 2013

Más imágenes mientras pienso...

http://lokavinr.tumblr.com/post/28739003009/goat-willow-karmabees-seeing-lydia

http://wantstobelieve.tumblr.com/post/21874826116/young-loki-green-eyed-mist-born-ice-spear-in


Por motivos que no comprendo, porque ambos están bastante bien, me quedo con el de abajo.
El Loki chamánico que preside el blog desde la parte izquierda de la pantalla sigue ganando en imagen mental, pero... ¡estos al menos tienen el cabello rojo!








miércoles, 18 de septiembre de 2013

Colcannon

No solía haber niebla en Dublín, pero aquel sábado de marzo, como si la naturaleza hubiera conspirado para crear un ambiente lóbrego, la niebla era espesa y alta, cubriéndolo todo con su manto blanco. Incluso Kjell tenía problemas para abrirse camino entre las calles de la capital irlandesa, donde no había estado hasta ese momento. 

Había aceptado ir a regañadientes. No le agradaba en absoluto la ubicación de la cita, no le gustaban los cementerios, no le gustaban los muertos ni estar entre ellos. Y le habían citado precisamente en el cementerio de Glasnevin, sin más indicaciones del lugar exacto. 

Tendría que caminar por el cementerio buscándole, algo que siempre le hacía volver la vista atrás, hacia recuerdos que no le eran gratos. La muerte siempre le hacía reflexionar sobre su propia vida. Kjell procuraba evitar reflexionar sobre su propia vida, era doloroso. 

Demostraba la fugacidad de las cosas, de las vidas, de los imperios. El único punto fijo que tenía en su existencia era Flóki, todo lo demás, todos los demás, o morían o habían seguido su camino. 

En alguna ocasión se había preguntado si tal vez debería, en algún momento, elegir alguien que le acompañara en su periplo, pero siempre había desistido. No se sentía cómodo con su propia existencia, no le gustaba su propia naturaleza, se apartaba todo lo posible de los que eran como él. Sentía un odio callado por aquellos que le habían condenado, aquellos a los que nunca conoció, y de alguna manera sentía que cualquiera a quien se sintiese lo suficientemente unido como para querer tenerlo en su vida, no merecería aquel destino. Una paradoja que le condenaba a una existencia solitaria en general. Una paradoja que le hacía pasar por alto los detalles y aceptar siempre la llamada de su único compañero, a pesar de que, en el último siglo, se habían distanciado. Había cosas que le costaba mucho perdonar, y Flóki las había llevado a cabo todas ellas.

Sacudió la cabeza, apartando los pensamientos de su mente. Había entrado ya en el cementerio, atravesando el jardín botánico y saltando el muro trasero. La bruma allí dentro, entre las tumbas, daba al cementerio el aspecto de una película de terror clásica, con la luz de la luna llena atravesándola, haciendo que las lápidas, las altas cruces y los ángeles de piedra parecieran moverse en la oscuridad. No parecía una casualidad. Kjell sabía lo que su amigo podía llegar a hacer, sabía que lo mucho que le gustaban esa clase de ambientes, esa clase de detalles macabros. Macabros para Kjell, evocadores para Flóki.
Caminó entre las criptas más antiguas, fijándose en los pequeños detalles que los seres que tomaban aquello como su hogar dejaban a su paso: Un rosario atado en los barrotes de una cripta, los ojos de un ángel de piedra arrancados, tierra removida en lápidas antiguas, pisadas que terminaban en la nada. 

Kjell podía verlo, podía sentirlo. El cementerio se había inaugurado en el siglo XIX, y desde muchos seres lo habían elegido como su hogar desde entonces. Había sido el siglo en el que más se les dio a conocer, la época victoriana, cuando las lánguidas doncellas cansadas de su papel en la sociedad, caballeros que sentían como una carga pesada los modales de la época, miles de personas que morían de hambre o aquellas víctimas de la tuberculosis sabedores de que su hora estaba cerca, se acercaban a los cementerios como última frontera entre su vida y la ultraterrena. Comida fácil y rápida.

Se escuchó un sonido de hojas. No había viento. Kjell miró por encima de su cabeza y enseguida desechó que hubiera intrusos. Aquellos abetos, cipreses y pinos estaban plagados con ardillas. Aguzó el oído de todas formas, y captó algo más, el sonido de cristal contra la roca, distante, suave. 

Se dirigió hacia allí con paso rápido, intentando no ser escuchado, hasta que tuvo finalmente ante sí una silueta oscura sentada en el suelo, apoyada contra una lápida relativamente vieja. Tenía una botella en la mano. Junto a la figura, encima de la lápida cuadrada, había otra botella, vacía. Flóki. Con vaqueros y chaqueta vaquera, con los cabellos más cortos que de costumbre. Parecía estar borracho. O intentándolo.

-¿Flóki?-llamó Kjell desde una cierta distancia. Quería tantear qué estaba ocurriendo delante de él antes de acercarse.

No obtuvo más respuesta que un movimiento de la mano pidiéndole acercarse hasta la lápida anónima. Obedeció con cierta inquietud. La botella vacía era de vodka. La que tenía en la mano, de whisky. Intentó hacer el cálculo de cuántas botellas más habría bebido antes de que él llegase, incluso de cuánto tiempo llevaba bebiendo, pero desistió enseguida. Con Flóki era imposible hacer esa clase de estimaciones.

-Siéntate conmigo, Kjell.

Con un suspiro de alivio, Kjell siguió su indicación. No parecía estar tan borracho como había esperado encontrarle, podría tener una conversación más o menos coherente con él. Un ramalazo de rabia le sacudió.

-¿Por qué me has hecho venir a un cementerio, Flóki?

El interpelado le miró con rostro circunspecto, como si no comprendiese lo que le estaba diciendo. Tardó unos instantes en reaccionar, y luego señaló la lápida con la mano izquierda.

-Lee.
-Erin Scallion. 27 de julio de 1943 - 14 de marzo de 1968. Amada hija, esposa y amante.-leyó. Parpadeó con desconcierto un instante. Algo en aquel epitafio parecía fuera de lugar. Esposa y amante. Frunció el ceño, pero no lo mencionó.- ¿Qué le pasa?

Flóki dio un largo trago antes de contestar.

-Su verdadero nombre era Hanna Baumeister.
-Ah. ¿y…?

Suspiró de nuevo. A veces, Flóki parecía no tener en cuenta que aquellos con quienes hablaban no tenían por qué tener la misma información de la que él disponía, no tenían por qué seguir el hilo de sus pensamientos sin necesidad de una explicación. Entonces suspiraba con pesadumbre, como si tuviese que lidiar con niños caprichosos e indisciplinados.

-¿Recuerdas la guerra, Kjell?
-Recuerdo muchas guerras, Flóki.
-La guerra, Alemania, cuando…
-Fue hace mucho tiempo, Flóki. No sé por qué tienes que sacar eso a colación ahora.-no quería recordar aquello. No quería hablar de ello, había pasado mucho tiempo intentando olvidarlo. 
-Fue hace un pestañeo, viejo amigo.
-Bien-se rindió. En el fondo era cierto. Cincuenta años para ellos no eran demasiado, aunque en aquel siglo XX en que vivían, los cambios en sociedades y avances científicos hacían que cada década fuese a la anterior como antaño había un cambio de un siglo a otro.-¿Qué pasó en la guerra?
-Cuando te fuiste de Berlín, me sentía culpable, sentía que todo aquello era por mi culpa y no podía resistirlo…
-Porque era tu culpa.-lo dijo sin pensar, y de inmediato quiso abofetearse a sí mismo por decirlo en voz alta.
-Sí, lo fue-confirmó el otro sombrío-Marché de Berlín a Hamburgo, intentando refugiarme en las catacumbas de la Iglesia, pensando en qué podría hacer para enmendar mi error. No era capaz de pensar en otra cosa que en lo que había visto, en las vidas que estaban siendo segadas por mi causa. Muchas veces vi a mi hija desde lejos, tan enfadada conmigo como tú lo estabas. Me sentía solo, desesperado, no quería mezclarme con nadie. Deseaba quedarme enterrado allí hasta el final de los días de la Tierra Media.
-¿Estás diciendo que querías morir?
-No, no, morir significaba verla de nuevo, estar en su reino, sufrir su ira cada día. Mucho más doloroso que la vida oculta y enterrada que llevaba entonces, enterrado en vida en aquellas catacumbas durante meses…

Llevaba oculto en las criptas de la iglesia de San Nicolás cerca de medio año. Había estado viviendo en Berlín desde 1934, y había disfrutado de la ciudad más delo que hubiera imaginado en primer lugar. Le agradaban sus gentes, le agradaba la forma en la que la vieja Alemania estaba saliendo de la humillación a la que había sido sometida en el Tratado de Versalles. Un tratado que él mismo ayudó a escribir, punto final de una guerra que él mismo había ayudado a provocar. No se sentía orgulloso, pero tampoco se sentía culpable. Los mismos humanos lo habían buscado, si no hubiera sido por su mano, ellos mismos la hubieran desencadenado más tarde o más temprano. Su lengua afilada había susurrado en los oídos adecuados en lo que era el germen de una segunda guerra a gran escala. Podía sentir la tensión avanzar entre las calles, podía sentir que algo se estaba condensando, que algo estaba a punto de estallar.

Y cuando estalló, se le rompió el corazón. Nunca hubiera imaginado que fuera de aquella manera. Nunca hubiera imaginado que se cargaría contra los más débiles, nunca hubiera imaginado que de su propia mano, aquellos a los que pretendía vengar murieran a miles, mientras aquellos en los que deseaba tomar venganza daban órdenes desde los despachos. Sentía que se le había ido de las manos, que había minusvalorado la capacidad de los mortales para hacer el mal.

Pasó por tres fases bien diferenciadas. Al principio intentó convencer a cuantos le era posible de que aquello no era lo que tenían que hacer. Robaba grandes cantidades de dinero que dejaba en manos de los perseguidos para que pusieran rumbo a países neutrales donde empezar de nuevo. Pero eran demasiados. Demasiadas muertes en ataques desde el cielo, levas forzadas, redadas inesperadas. 

Cuando la carga de la responsabilidad fue demasiado para él, llamó a la única persona en la que creía que podía confiar, y le dio la espalda. Kjell, su amigo, su protegido, su hermano, su hijo o su padre dependiendo de la circunstancia, su amante tal vez, se había planteado en el silencio en alguna ocasión, aunque nunca en voz alta. Había acudido a su llamada como de costumbre, pero se había negado a ayudarle. Le había aconsejado encarecidamente que saliese de Alemania, que marchase con él, que dejase a los humanos ocuparse de sus propios asuntos.

Y el peso de la culpa era tan grande, y la confianza en aquel tal, que había confesado su culpa en un susurro quedo entre sollozos. Fue entonces cuando se quedó sólo, cuando el vampiro le dio la espalda, cuando consideró que había cruzado el límite de lo que podía perdonar, y le había abandonado en las polvorientas calles de Berlín a su suerte. Él sabía, en el fondo, que tenía razón, que había ido demasiado lejos. Ni siquiera él mismo podía perdonarse.

Fue entonces cuando, presa de la depresión y el arrepentimiento, se ocultó en las criptas de San Nicolás, intentando no prestar oídos a los rezos de la superficie, a los motores de los aviones, a los himnos, al dolor y la esperanza, que llegaban a sus oídos. Flóki, simplemente, yacía en la oscuridad, entre el polvo, con los muertos de mucho tiempo atrás, sin expectativas.

Cayó en una especie de letargo, durante el cual perdió el sentido del tiempo. La falta de ingesta de comida y bebida se hizo notar en él, y comenzó a debilitarse. Esperaba que, pasado un tiempo, la debilidad le llevase a una suerte de coma y este a una muerte de los sentidos. Al descanso de la mente en la sequedad del cuerpo, que se iría momificando en vida por la deshidratación.

No tuvo tiempo de comprobar si su teoría era correcta o no. Tal vez porque había elegido mal lugar para esconderse. Tal vez porque una parte de él no quería que sucediese. Tal vez por eso que algunos llaman el destino.

El caso es que una noche, el calor le sacó de su letargo. Un calor asfixiante, que no dejaba respirar, que hacía que todo se pegase a su cuerpo. Un calor pesado. El calor de una tormenta ígnea. Lo reconoció, sabía que no había forma de librarse de ello, y casi de forma involuntaria, en una especie de arrebato de instinto de supervivencia, salió de su encierro.

En la oscuridad de la cripta el aire ribeteaba. Flóki se sacudió el polvo de meses de la chaqueta, y luego la desechó. Le dolía el pecho con cada bocanada de aire que tomaba. Quería aislarse de todo, pero no morir. Menos aún morir en las llamas. Cuando se disponía a marchar para nunca más volver, un sonido llamó su atención. Era el llanto de una mujer, justo sobre su cabeza. Parecía que se balancease sobre sí misma, como si rezase. El semigigante sintió que había algo más. Prestó atención a las palabras que salían de la boca de la mujer. Rezaba por la vida de su hija recién nacida.

Hay pocas cosas que muevan más la conciencia de los solitarios y los arrepentidos que el llanto de un niño. Como si fueran parte de una conciencia más limpia, como si conectaran con esa parte de sí mismos que aún permanece inocente. Como si conectaran con esa parte de sí mismos que quieren rescatar de su ignominia. Flóki no se dio tiempo a sí mismo para pensar, y salió a la superficie.

En algún momento, aunque su conciencia no lo había percibido, se había producido un bombardeo. La iglesia estaba en ruinas, los bancos astillados, el altar derrumbado. Entre los escombros, la mujer que había escuchado llorar sostenía un pequeño bulto entre sus brazos. Aquella criatura no tendría ni veinticuatro horas de vida, y el aire estaba tan caliente que anunciaba que pronto llovería fuego.

-¿Qué haces aquí?-preguntó Flóki, agachándose frente a la mujer.
-No tengo más sitio donde ir que a la Iglesia.-La desesperación por algún tipo de ayuda hacía que la mujer ignorase que estaba hablando a un desconocido con aspecto de gigante que había salido de ninguna parte vistiendo harapos, extremadamente delgado y con el cabello cubierto de polvo. Los ojos sin el brillo de la vida, bien podía ser el mismo ángel de la muerte.
-¿Es tu hija?
-Nació ayer, aquí mismo-la mujer sollozó- le corté el cordón con un trozo de porcelana roto. Pero no tengo leche, tengo miedo de que muera.
Flóki miró el pequeño fajo envuelto en telas sanguinolentas. Realmente era cierto: no le quedaba demasiado tiempo si no se alimentaba. Se estaba deshidratando con el calor. Le sorprendía que aún siguiera viva. Carraspeó.
-¿De verdad quieres salvarla?
-¡Daría mi vida por ella!
-Pero tú puedes vivir, eres más fuerte…
-¿Y de qué me serviría?
-Puedes tener más hijos…
-¡No quiero más hijos! ¡Quiero a mi hija, demonio!
-No soy el demonio, mujer.

La mujer guardó un silencio tenso, como si de repente se hubiera dado cuenta de con qué clase de ser estaba hablando.

-¿Puedes salvarla?-suplicó.
-Sólo a una de las dos.
-Llévatela a ella. Moriré en paz.
-¿Estás segura?
-¡Lo estoy!
Flóki arrancó con cierta dificultad el pequeño fardo de los brazos de la mujer y meció a la recién nacida cuidadosamente en sus brazos.
-¿Cómo se llama?
-Hanna.
-¿Hanna qué?
-Baumeister. Hanna Baumeister.
-Haré lo que esté en mis manos para que lleve una buena vida.

Se levantó tan pronto como la mujer asintió agradecida, e intentaba salir de entre los escombros antes de que la tormenta ígnea comenzara, cuando la oyó llamarle de nuevo. Sintió un deje de ira, suponiendo que había cambiado de opinión y rogaría por su vida en lugar de la de la niña.

-Sé misericordioso-rogó la mujer en contrapartida.

Aquello le conmovió un tanto. Antes de marchar de Alemania para nunca volver, Flóki tuvo un gesto de misericordia hacia la mujer.

-¿Por eso estamos aquí?-interrumpió Kjell-¿Porque hace cincuenta años mataste a una mujer condenada a morir de todos modos? 
-No, no. Ese es sólo el principio de la historia.

Había estado escuchando sin interrupciones, incluso cuando algunos de los comentarios le resultaban molestos o hirientes. Pero no tenía paciencia con las divagaciones sobre guerras y masacres. Abrían una herida que quería olvidar.

-Ah. Y… ¿Cómo sigue?
-Sigue con que traje la niña a Irlanda.
-¿A Irlanda? ¿Por qué?
-Era neutral.
-Pero tenía todo el rollo de La Emergencia, era un país pobre, de pocos recursos, ultrareligioso… ¿Por qué Irlanda?
-No lo sé.
-¿No lo sabes?
-¡No, no lo sé, joder! Simplemente… ¡No lo sé! Cuando me quise dar cuenta, estaba aquí, en Dublín, y entregaba el bebé a una viuda que había perdido a su hija en un aborto un par de semanas antes.
-¿Le diste un bebé a una viuda sin recursos?
-Le garanticé recursos.
-¿Qué?
-Que… le garanticé recursos. Las mantuve a las dos durante todo el tiempo en que vivieron. La viuda murió pocos años después, y me ocupé de contratar a una mujer que se hiciera cargo de la niña.
-¿Por qué?
-Lo había prometido.
-Pero…

Kjell desistió por unos momentos, intentando poner en orden sus pensamientos. Así que había intentado arreglar una guerra que dejó millones de muertos ayudando a educar a una niña. Muy bonito. Hacer crecer la inocencia en mitad de la ignominia. Muy del estilo de Flóki, claramente. Observó mientras su amigo daba un trago de su whisky, casi vaciando la botella. Miró de nuevo la lápida y comenzó a comprender. “1943-1968” veinticuatro años.

-¿Qué pasó?-dijo finalmente. Sabía que algo había salido mal. Definitiva, desgarradora e irremediablemente mal.
-Nada los primeros quince años. 
-¿Nada? ¿Vas a saltarte los quince primeros años de la vida de esa muchacha?
Flóki se encogió de hombros.
-Iba a verla de vez en cuando. Para ella era como esa clase de tío que de vez en cuando aparece en las familias con regalos para los niños y un montón de historias interesantes llenas de magia.
-No me sorprende.
-Intenté mantenerla inocente el mayor tiempo posible ¿Comprendes?
-No te he acusado de nada.
-Cada vez que la veía la llevaba de viaje a algún lugar diferente, le contaba historias, le hacía regalos, la colmaba con sus caprichos, con todo el cariño y la ilusión que sus padres no pudieron darle. Con todo lo que, para qué engañarnos, sus padres nunca hubieran podido darle. Pagué mucho por su educación, por crear un ambiente mágico para ella…-suspiró. Parecía que había dejado de escuchar, hablaba para sí mismo.
-¿Qué pasó?-era una pregunta retórica, claro. Kjell, que había nacido humano, podía imaginarse lo que había pasado. Esa clase de relación, esa clase de cuidados, el aislamiento, la edad de la chica…
-¡Se enamoró de mí! O eso decía ella. Llegó a obsesionarse, decía que no pensaba en otra cosa, que… no sé, la verdad. Pasaron tres o cuatro años hasta que me di cuenta de que algo iba mal.
-¿Tres o cuatro años y no notaste nada?
-¿Qué iba a notar? No sé cómo pudo pasar, era como un familiar para ella, la conocía desde que nació. Literalmente.
-¡Tenía quince años! Eras un hombre joven y misterioso que la colmaba de atenciones. Tenías que haberlo visto venir.
-¡Nadie se enamora de sus parientes, Kjell! ¡Es enfermizo!
-Díselo a Freud.
-¿Qué?
-Nada, nada, era una broma.

Flóki le miró con gesto sombrío y volvió a beber. Luego sacudió la cabeza con tristeza.

-Si al menos hubiera sabido manejarlo…
-¿Qué ocurrió?
-Ocurrió que un día, cuando Erin contaba dieciocho años, un muchacho, un vecino de ella, recién licenciado en derecho y habiendo conseguido un puesto en no sé qué buffete, la pidió en matrimonio.
-¿Y le rechazó?
-Eso hubiera sido lo mejor. No era un buen hombre, el abogado aquel. Tan sólo estaba interesado en su belleza, la quería como un trofeo de caza.
-¿Tú te opusiste al matrimonio?
-Antes siquiera de darle a ella tiempo a responder.
-¡Oh, dios!
-Y entonces… -Flóki sacudió la cabeza y se llevó la botella a la boca una vez más. Estuvo en silencio unos instantes, un silencio incómodo, molesto. Kjell carraspeó.
-Ella entendió que respondías sus sentimientos ¿verdad?-dijo. No había sido difícil adivinarlo. No era difícil entender lo que el medioaesir podía provocar en la psique humana. Pero había que entender cómo funcionaban los humanos para ello, por supuesto, y aquello era algo que a Flóki se le escapaba.

Asintió con tristeza, como si no comprendiera que aquello había sido inevitable.

-Montó una escena en el jardín. Fue muy raro, me preguntó si la quería, y le dije que sí, que claro que la quería ¡y claro que la quería! ¿Por qué los humanos tienen que confundir las cosas? ¡Claro que la quería! Pero…-guardó silencio una vez más, como si se sumergiera en recuerdos molestos. Kjell respetó su intimidad, aunque intuía cual podría ser la reacción de ella.-Al final, se casó con el abogado. 
-Sólo para llevarte la contraria…
-Eso pienso yo. Fue idiota, se dejó llevar por su enfado hacia mí. Fue más doloroso de lo que imaginaba y cuando salí de aquella casa, lo hice para no volver.
Kjell miró la lápida contra la que se apoyaba Flóki. Aquella mujer había muerto muy joven.
-¿Volviste a verla?
-Volví a verla. Algunos años después, cuando ya estaba enferma.
-¿Enferma?
-Tuberculosis. Vivían en un apartamento, bien situado, bastante acomodados… pero ella pasaba mucho tiempo sola, comía poco… era débil, no sé.
-¿Por qué volviste?
-Porque se estaba muriendo. Y porque estaba enfadado, pero la quería. ¡Yo qué sé! Volví, simplemente. Volví para verla morir.

No supo qué contestar a eso, y antes de intentar recurrir a un cliché, Flóki le interrumpió.

-Intenté que fuera feliz en sus últimos momentos. Intenté… no sé, le concedí caprichos que quizás no debí haberle concedido. Pocas cosas hay de las que me arrepienta más.
Kjell suspiró. La idea caló en su cabeza poco a poco, como si le costara procesar la información que recibía. El suspiro se convirtió en un bufido.
-¿La hiciste tu amante?
Flóki se encogió de hombros.
-En un par de ocasiones. No me veía capaz de negarle nada. A fin de cuentas, se estaba muriendo por mi culpa.
-Te acostaste con una mortal a la que habías adoptado. Muy bien, Flóki, dime cómo se puede caer más bajo.
-No se puede caer más bajo, Kjell. Intenté salvarla, y la vida que le di fue un desastre.
-Quizás tenías que haberla dejado en Alemania.
-Hubiera muerto…
-La clase de vida que tuvo ¿no hubiera sido mejor?
-Fue feliz de niña. Fue feliz al morir. No sé.

Kjell opinaba diferente. En el tiempo que él estaba vivo, cuando los padres consideraban que no iban a ser capaces de proporcionar a sus hijos todo lo que merecían en la vida, los ahogaban nada más nacer. Era una práctica tan extendida, que incluso cuando el cristianismo se impuso en Islandia, tuvieron que mantenerla como legal. Él hubiera dejado morir a la niña, le parecía lo más justo. Lo más humano.

Flóki parecía de nuevo sumido en sus pensamientos más sombríos, en el borde de uno de sus estados de depresión y sopor. Guardándose su opinión para sí, se acercó a él y le pasó el brazo por el hombro, atrayéndole hacia sí. El semigigante dejó caer como peso muerto la cabeza sobre su hombro. Kjell podía sentir el olor a alcohol, podía sentir el calor de la sangre alterada al pasar por sus venas, palpitante contra su propia mano. Con un pensamiento desleal, se le pasó por la cabeza qué efecto tendría en él ingerir la sangre de aquel inmortal. Siempre había sido curioso, le había gustado experimentar, ir un paso más allá de lo que le estaba permitido.

Se acomodó en el suelo y levantó la cabeza de su amigo hasta ponerla a su altura. Tenía los ojos entrecerrados, como en trance. En un gesto deliberadamente lento, posó sus labios sobre los de él. No le agradaba el contacto. No le gustaba besar a otro hombre. No le gustaba besar a nadie, a decir verdad. Pero como había supuesto, Flóki respondió al beso entreabriendo los labios. Aprovechando el momento Kjell tomó el labio inferior de Flóki entre los suyos y se detuvo a acariciarlo. Eran suaves, aunque podía sentir las formas, imperceptibles a la vista salvo que se fijara mucho, del lugar donde el hilo con el que había tenido cosidos los labios había estado. Se detuvo un momento, cambió de posición…
Lo siguiente que pudo sentir fue el crujido de su propia espalda contra el tronco de un árbol. Flóki le sujetaba del cuello, en lo alto, y le miraba con furia contenida.

-¿Es eso lo que siempre has buscado de mí, vampiro?
-Yo…-prefirió no responder. Sabía que no sería mucho esfuerzo para Flóki partirle el cuello en dos y aquello sería el fin. Y, para ser sincero ¿Qué podía decirle?
-¿Es que no sabes tener quietos tus putos colmillos? ¿Nuestra amistad no vale nada más que una jodida cena caliente?

Presionó con más fuerza el cuerpo del vikingo contra el tronco. Sentía que las vértebras comenzaban a separarse. Balbuceó algo incomprensible.

-¿Qué coño dices?

Flóki parecía incapaz de ver que Kjell no podía hablar mientras estuviera agarrándole del cuello. Su presa hizo un gesto desmayado señalando la situación, y Flóki le dejó caer al suelo.

-Perdona-dijo simplemente.
-Perdona tú-dijo el otro mientras intentaba levantarse.

Le miró con cierta lástima y alargó la mano hacia él para ayudarle a levantarse. Kjell la tomó con cierta desconfianza, pero la aceptó de todos modos.

-No sabía lo que hacía. Sólo me preguntaba…no sé, déjalo.
-Pensé que habías aprendido algo más-sonaba decepcionado, palabras amargas.
-De hecho sí. No sé lo que me pasó por la cabeza, yo sólo… ¿qué pasaría si bebiese tu sangre?

Flóki se encogió de hombros.

-No lo sé. Te envenenarías, muy posiblemente.
-Esa no es la respuesta que esperaba.

La voz ya no sonaba tan amarga, el enfado había desaparecido casi por completo. Kjell se estiró, intentando recuperar la dignidad perdida. Dio un paso hacia Flóki, que de pronto, sonreía.

-Eso es porque ves mucha televisión. Yo no intentaría de nuevo aprovecharme de mi debilidad.

Kjell enarcó las cejas. ¿De su debilidad? Podría aplastarle el cráneo con un movimiento descuidado de muñeca.

-Sabes que podrías matarme si quisieras ¿verdad? Que no eres débil…
-Pero no quiero matarte y eso me hace débil.
-Tampoco lo había visto así.
-Bah, venga, vámonos de aquí. Te he traído a un cementerio a escuchar mis penas, es hora de que salgamos, comas algo…
-¿Así, sin más?
-¿Qué más quieres?
-No sé… Erin…
-Vengo aquí a beber cada año en esta fecha.
-¡Oh! No lo sabía.
-Claro que no. Vámonos.

Era sábado por la noche, lo que implicaba que había una gran actividad en las calles de Dublin. Cerca del cementerio mismo, en la calle circundante, había una discoteca en cuyo aparcamiento, cientos de adolescentes ruidosos se apelotonaban en torno a coches para crear su propia fiesta, consumir alcohol y drogas de bajo coste.
Era el tipo de ‘coto de caza’ al que Flóki gustaba de llevar a Kjell: jóvenes borrachos en perfecto estado de salud, que a la mañana siguiente no recordarían nada de lo que había ocurrido. En más de una ocasión, ellos mismos se acercaban, confundiéndole con algún tipo de traficante menor. Algunas de las chicas incluso se le ofrecían como amantes. Era muy sencillo, un buffet libre por el que no había que pagar.

Aquella noche parecía más difícil el acceso a ellos. El aparcamiento estaba iluminado con los tonos azulados de las luces de emergencia de una ambulancia, y los chavales se arremolinaban alrededor.

Tampoco era nada fuera de lo común que alguno de los muchachos sufriera un ataque coma etílico. Simplemente complicaba las cosas.

Esperaron unos momentos, hasta que los adolescentes se desperdigaron por el aparcamiento de nuevo y la ambulancia se fue. Sólo entonces se acercaron al lugar de los acontecimientos. Había sangre en el suelo, como si se hubieran golpeado al caer, y una especie de silencio tenso, de anticipación, que parecía indicar que esperaban que algo así ocurriera de nuevo antes de que acabara la noche.

-Están todos locos-comentó Kjell de pasada, mientras observaba a su alrededor, inspeccionando a sus posibles víctimas.
-Sólo están perdidos.-justificó Flóki-Y tremendamente solos.

Frente a él, en el suelo, había una cartera verde. Se agachó a recogerla y curioseó el interior. Dentro estaba el carnet de estudiante de una chica pelirroja con cara redonda y unas pocas libras en efectivo.

-¿Qué es eso?
-Nada, sólo la cartera de una de las chicas.

Flóki alargó la cartera a su amigo, que la recogió con gesto de poco interés.

- No parece que esté por aquí, quizás era la chica de la ambulancia. Lamentable, digas lo que digas….-levantó la mirada de la cartera para observar a su amigo-¿Flóki?

No contestó. Había palidecido, y sus facciones estaban más lánguidas, cansadas. Respiraba con dificultad.

-¿Flóki?-repitió de nuevo.
-He visto algo, Kjell.
-¿Sí?-estaba acostumbrado a sus visiones, aunque normalmente no le afectaban hasta aquel punto.
-Un barco… en un río de aguas frías y orillas verdes con bosques frondosos. Y una paloma blanca que ardía sobre él, con el sol del amanecer.

Kjell frunció el ceño. Aquella no era la primera vez que escuchaba esa visión. Pero la primera vez había sido hacía mucho tiempo, cuando aún era un muchacho. ‘Una paloma blanca ardiendo al sol sobre un drakkar’. Era una profecía. Era su profecía.
Siempre había pensado que se había cumplido cuando se convirtió en vampiro. Debía estar equivocado.

-¿Qué significa?
-No…no lo sé-pero lo sabía. Claro que lo sabía. Significaba que sus días estaban contados, pero no lo diría en voz alta. Porque ningún hombre debe saber la causa o el momento de su muerte.
-Mmmm…-Kjell intentó pensar con rapidez. Sentía realmente curiosidad. A veces, las visiones eran como inducidas, como causadas por el contacto con algo que estaba implicado en la visión. Quizás tendría algo que ver con la cartera que tenía en la mano.
-¿Qué?
-Nada, me preguntaba si esta chica de aquí tendrá algo que ver con algo.
-Déjalo correr, no es más que una visión, ni siquiera tiene porqué tener nada que ver contigo.
-Una völva me dijo esas mismas palabras cuando tenía quince años.
Flóki se encogió de hombros.
-No metas a los humanos en esto-dijo-Devuélveme la cartera.
-¿Sabes algo que no me cuentas?
-Claro que no, no seas crío.
-Entonces debería darte igual que sepa quién es la chica ¿no?
-Me da igual-Flóki se rindió. Las cosas iban a pasar como estaban tejidas de todas maneras-Mátala si quieres.
-Gracias.- Kjell sintió por una vez el triunfo. Había pasado toda su vida mortal preguntándose qué significaban aquellas palabras, ahora volvían a él y no estaba dispuesto a dejar de descubrirlo.
-¿Cómo se llama?-ya que estaban en ello, mejor tener todos los datos. No sentía curiosidad ninguna, sólo el dolor por la anticipación de la pérdida, pero a todos les pasaba en alguna ocasión. Quería saber el nombre de aquella que precipitaría los acontecimientos hacia la muerte de Kjell.
-Aislin.-Leyó Kjell en el carnet-Aislin Dooren.
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Por alguna razón que desconozco, esta canción tuvo un papel importante en la composición de este relato:

martes, 17 de septiembre de 2013

Krummavísur - La Asamblea de Cuervos

Aunque a Loki se le asocia generalmente con los lobos, por eso de que son sus hijos y nietos y mascotas en general, pero los cuervos, que se asocian con su hermano juramentado Ódinn, no son menos interesantes.

Se dice de ellos que tienen su propia asamblea y parlamento, como nosotros, incluso que saben hablar como nosotros pero graznan para que no les robemos sus conocimientos.

En esta canción, que es un poema del s XIX, se habla de un invierno particularmente frío en que los cuervos tuvieron que hacer facción para no morir de hambre, hasta que finalmente encontraron una oveja muerta.

Dado que en alguna ocasión desde que vivo en Islandia, he tenido alguna experiencia interesante con los cuervos, que me ha hecho pensar que había una magia operando por detrás, sirva la canción como homenaje a ellos.

Seguro que al padre del lobo tampoco le desagradan...



Tiempos Interesantes

Mientras sigo pensando cómo juntar los kenningar y que quede algo decente, he aquí un relato en el Midgard.



Miró con curiosidad en el interior de la estancia. Lo que le había conducido hasta allí era algo que nunca, en todos sus largos años de vida, había experimentado antes. Llevaba algunos años viviendo en Berlin, y ciertamente, todo aquel intento de revivir las antiguas tradiciones nórdicas estaba resultando un fracaso, al menos a sus ojos. No se parecía en nada a lo que había sido realmente.
Pero aquello iba más allá. Aquello eran… plegarias.

-Padre de las Mentiras, Artesano de Discordias, Tú que Creas y Destruyes…
-A ti te rogamos ayuda…
-A ti te pedimos intervención…
-Concédenos tu Don…
-Deja que nuestros planes puedan llevarse a cabo…
-Pese a todo…
-Con tu gracia…
-Tú que velas por nosotros…

Las palabras que llegaban a sus oídos eran todas en esa misma dirección. Pedían protección para algún tipo de acción poco específica. Pedían su ayuda, como si fuera… bueno, como si fuera un dios. 

Observó con más detenimiento. Eran apenas unos niños, tendrían poco más de 15 años. Ambos eran altos para su edad, con cuerpos atléticos, rubios y con unas facciones que cualquiera hubiera descrito como hermosas. No comprendía la razón detrás de toda aquella parafernalia, hubieran podido hacer cualquier otra cosa con su vida, eran jóvenes y, por las apariencias, no andaban faltos de dinero. Prestó oídos de nuevo.

-¿Estás seguro de esto?
-¡Claro!
-¿Cómo puedes estarlo?
-Mi padre trabaja para el Instituto Ahnenerbe, sabe cosas que nos están ocultas a los demás.
-¿Cómo qué?
-Pues.. ¡cosas!
-¡Eso es decir nada!
-No me lo cuenta todo, es muy secreta su actividad. Pero sé que han mandado una expedición el año pasado a Finlandia, para buscar a los brujos que salen en el Kalevala, y que preparan ir a Dinamarca, y que incluso quieren ir a Islandia para ver si encuentran restos de lo que cuentan los Textos Sagrados…
-¿Están buscando pruebas de que las Eddas son reales?- al muchacho que hablaba se le iluminaron los ojos. Su interlocutor asintió con entusiasmo. 

Flóki resopló. Así que ahí estaba el asunto. El tercer Reich, en un intento absurdo de trazar sus orígenes en la antigua Escandinavia, habían decidido que unos libros escritos en el siglo XIII por recogiendo cosas que sabían de oídas, era una referencia para su entendimiento del mundo y lo tomaban como cierto en el mismo extremo que los católicos usaban su Biblia. Irónico cuanto menos, puesto que no recordaba que nadie en Ásgard con una forma de ver el mundo como aquella. Habían comenzado a adorar a los Aesir como si fueran dioses. Se habían propuesto demostrar su existencia con excavaciones, arengas, rezos, rituales… no le gustaba. Si un par de muchachos en una habitación habían podido llamar su atención, masas enteras aclamando el nombre de un Aesir podrían atraer la atención de todo el Ásgard sobre la tierra media. Muy poco conveniente.

-¿Por qué Loki?-preguntaba el muchacho que parecía saber menos en el momento en que volvió a prestar atención a la conversación.
-¿Es que no has leído los textos?-dijo el otro con todo de desprecio.
-Sí, pero, ya sabes, soy muy malo recordando cosas…
-Claro. Seguro que no serías un auténtico vikingo en la época de los Héroes.

El chico pareció apenado y avergonzado. Flóki no podía creer lo que escuchaba: no sabía que existiera una “época de los Héroes”, y eso que llevaba algunos años por allí.

-Tienes razón… pero ¡tú tampoco lo sabes!
-¿Cómo te atreves?
-¡Porque te he preguntado pero no me has respondido!
-¡Iba a hacerlo ahora!
-¡Pues hazlo!

Flóki contuvo la risa. Eran unos niños. Niños de verdad. Sólo que asustados y confundidos.

-Loki es el padre de los monstruos. De su unión con la giganta Angrboda nacieron Hel, que reina en el Infierno, y también Fenrir, el lobo que se comerá el sol, y Jörmundgardur, la serpiente que rodea el mundo. Ellos causarán el Ragnarök, el Ocaso de los Dioses…
-¿Cómo en la ópera?
-¡Exactamente igual que en la ópera!

El intruso no sabía qué pensar. No le gustaba lo que escuchaba. No le gustaba lo que decían. No le gustaba cómo se había dado la vuelta a las cosas. No le gustaba Wagner. Y no le gustaban aquellos dos críos.

-Por eso Loki es el que tiene que ayudarnos…
-¿Porque de él nació la misma muerte?
-¡Sí! No eres tan tonto después de todo…
-Entonces… ¿Con la ayuda de Loki podremos librarnos de ese maricón que va a clase con nosotros?
-Para eso estamos aquí ¿no?
-Sí, claro…
-¿No te da asco cada vez que le ves?
-Sí. Además, si quiere ser una abominación, que lo sea en su casa…
-Que no nos obligue a verle…
-Es horrible, nadie le obliga a él a ser normal ¿no?
-Aunque deberían.
-He oído que un médico en Inglaterra dice que no es culpa de ellos, que están enfermos…
-Eso es porque los ingleses son todos maricas también.
-Tienes razón-dijo después de pensarlo un momento.-¿Y dónde está Loki ahora?
-Debajo del monte Hekla, en Islandia, atado con las tripas de un horrible troll hasta el día que se suelte…
-Entonces ¿cómo va a ayudarnos?
-Es un dios, ¡idiota! Puede hacerlo…
-Pero….

Empezaba a escapárseles de las manos. No sabían lo que estaban diciendo. No sabían con quién estaban jugando. Suspiró, alargó el brazo y abrió la puerta de la habitación. No estaba cerrada con llave.

-Caballeros.-saludó.

Los muchachos saltaron de sus asientos, quedándose de pie en mitad de la estancia. Como de la nada había aparecido un hombre alto ante ellos, pelirrojo, vestido con camisa blanca, botines y gabardina negra. No se atrevieron a hablar.

-¿No tenéis nada que decir? ¿Nada que pedirme?

El que había llevado el peso de la conversación dio un paso al frente, y habló con bravuconería.

-¿Qué vamos a tener que pedirte? ¿Quién eres maricón?

Flóki hizo un gesto de cansancio y sonrió con picardía.

-¿Es eso lo que queréis? 
-¿El qué?
-Mmmm… ¿cómo lo llamáis… mi artes de maricón?

Ambos retrocedieron.

-¡Fuera de aquí!
-¿Cómo has entrado?
-¡Porque vosotros me habéis llamado!-era consciente de que estaba haciendo teatro. Alzó los brazos al aire, en un gesto de invitación, como mostrándose, y habló con voz profunda, más alto de lo que solía. No iba a mostrar su verdadera forma a aquellos dos niños. Pero no podía resistirse a la diversión.
-¡Nosotros no te hemos llamado! ¡Embustero!¡Judío!

Flóki permaneció en silencio, sonriente, como una estatua hierática, sin parpadear, con los brazos en cruz. El muchacho que hasta durante la conversación parecía más débil, el que hacía las preguntas, palideció.

-Hans…-llamó a su amigo. Pero no le escuchó. Estaba demasiado ocupado despotricando contra un desconocido.
-No dices nada ahora ¿eh? Maricón…
-Hans…
-¡Ya verás! ¡El Führer os hará matar a todos!

Como si hablase con una estatua, el recién llegado permaneció inmóvil. Su quietud, su falta de reacción, ponían nervioso a Hans.

-¡Hans!-gritó finalmente su amigo.
-¿Qué quieres, Hernest? ¡No me molestes cuando hablo!
-Este hombre…
-¿Qué pasa? ¿Te da miedo?-miró hacia el intruso y volvió a mirarle de nuevo- Seguro que te da miedo, a veces me pregunto si tú también eres maricón…
-No, Hans, no es eso…
-¡He dicho que no me interrumpas!
-Pero…
-¡Bah! ¡Cobarde! Si las suplicas llegan a oídos de Loki, todos estos maricones tendrán sus días contados…
-¿De verdad?

La voz les sobresaltó. Casi podían haber olvidado que estaba allí. En esta ocasión era una voz suave, sugerente. 

-De verdad, sí. 
-Interesante. Siempre pensé que Loki estaba de mi parte. Siempre.
-¿Qué sabrás tú de Loki? ¿Con qué derecho mancillas su nombre, maricón?

La sonrisa desapareció de su rostro. Miró al otro chico, el que se llamaba Hernest. Le guiñó un ojo, rápido, fugaz. Sabía su secreto. Era más listo que el otro, sólo que tenía miedo de ser él mismo. Su vida era sólo teatro para complacer al hombre del que estaba enamorado. Y que no merecía su lealtad.

-Largo de aquí, Hernest-dijo con firmeza.
-¿Cómo te atreves? No le hagas caso, Hernest.

Pero Hernest, como Flóki había sospechado, era el más inteligente de los dos. Y sabía lo que habían hecho. 

-Lo siento, Hans…-dijo cabizbajo. 

Y salió de la estancia casi a la carrera, dedicando apenas una mirada al desconocido. Una mirada de disculpa, aunque también, de forma extraña, de respeto y devoción. No le gustaba que le trataran como a un dios, le indignaba. Focalizó su ira hacia el que quedó en la habitación.

-Parece que tu amigo te ha abandonado…
-Es un cobarde.
-O más listo que tú.

Hans escupió en el suelo con desprecio. Flóki agitó la cabeza con tristeza.

-¿Qué me decías de Loki?-preguntó.
-¡No menciones su nombre, blasfemo!

Flóki suspiró, y se sentó con parsimonia sobre la mesa de té que había en el centro de la estancia.

-Sí, verás. Resulta que primero me invocas y ahora no me quieres aquí… ¿qué es exactamente lo que quieres de mí?
-¿Por qué sigues diciendo eso? ¡Yo no te he…!-las palabras murieron en su boca.
-Bueno, por fin un poco de sentido común en esa cabeza tuya.
-Perdón, Padre de las Mentiras. No sabía… debería haberlo sabido.
-No me llames padre de las mentiras.
-Pero…tú…
-Miento mucho, sí. No significa que lo haga por gusto…

Se hizo un silencio incómodo. Hans se arrodilló, agachando la cabeza. Flóki carraspeó y se agachó junto a él.

-¿Así que querías mi ayuda para torturar a un chico de tu clase?
-Es maricón… no es un chico. No es una persona.
-Ya. Y tú que sabes tanto, ¿Sabes que yo mismo me he acostado con hombres?

Hans levantó la cabeza con espanto.

-¡Nunca en forma de hombre!
-Ahmmm… sí, bueno… podría preguntarle a mi hermano. A Ódinn, quiero decir. El incesto ya sería demasiado.

Hans dio un paso atrás.

-¡Tú no eres Loki!-acusó.

Flóki entornó los ojos.

-En este mundo, soy Flóki. Para ti… puedes llamarme ‘cariño’.
-¿Cómo te atreves? ¿Me estás llamando…?

No le dio tiempo a terminar la frase. El que se había presentado a sí mismo como ‘Flóki’ e intentaba hacerse pasar por el Dios Loki, le estaba besando. ¡Le estaba besando, y era un hombre! Hans podía sentir la presión de su cuerpo sobre el de él, presionando contra la pared. Sus labios apretados sobre los suyos. Eran suaves, tenía el cuerpo caliente y las manos que le tocaban eran también suaves, delicadas. Le repelía, se sentía agredido, era más fuerte que él. Tenía miedo de lo que ocurriría después. Forcejeó sin éxito. Rompió a llorar, como un cobarde, como una mujer. Como un maricón.

-Mátame-rogó cuando al fin sus labios volvieron a pertenecerle.
-Cuenta con ello.-Flóki dejó caer la gabardina sobre la mesa con cuidado.-Después.

Y aquello Hans sí que lo entendió. Sus sollozos se incrementaron, la desesperación le poseyó.

-¿Por qué? ¿Por qué a mí?

Flóki acercó su rostro al de él, tanto, que podía sentir su aliento en la cara, el movimiento de sus labios al hablar sobre su piel.

-Nadie llama a mis hijos monstruos y espera favores de mí… maricón.





No se sentía orgulloso de lo que había hecho, pero a veces le era imposible contener su ira. Sobre todo con aquella clase de actitudes, no es lo que había esperado de los humanos. Parecía que su capacidad de inventarse motivos para luchar era infinita. 

Se detuvo un momento al salir a la calle. Tomó aire. Era un aire fresco y agradable, en el anochecer de Berlin de 1936. Se dirigió a paso rápido hacia una de las calles principales, donde la acumulación de gente que disfrutaba del ambiente de los Juegos Olímpicos le haría pasar desapercibido. Le gustaba mezclase entre la gente, en especial en momentos como aquellos. Necesitaba un motivo para no hacer real el mito del Ragnarök. A veces, estaba más que tentado.

Iba sumido en sus pensamientos cuando un niño chocó con él. Era un pequeño rubio, vestido con ropas de lana. Tenía las mejillas sonrojadas por la carrera, y le miraba desde su pequeña estatura como si temiera que le recriminaran algo.

-Perdone, señor- dijo el niño jadeando.
-No hay nada que perdonar.-Flóki se agachó hasta su altura- ¿Estás huyendo de algo?
-No señor.
-Entonces… ¿Por qué corres así?
-Porque…-miró al suelo, dubitativo.
-Puedes contármelo-Flóki tomó el rostro del niño entre las manos y le levantó la cabeza para mirarle de frente. Entonces le guiñó un ojo-Será nuestro secreto…
-Es que no lo sé, señor. A veces necesito correr para sentirme bien… a mis padres no les gusta que lo haga, pero no puedo evitarlo.
-¿Por qué no? Es una buena forma de sentirse mejor… a mí me pasa a veces. Es como si dejaras todo lo malo atrás ¿verdad?
-¡Sí!-el rostro del niño se iluminó-Es que a veces tengo que hacer muchas cosas y quiero escaparme…

Flóki rio. Aquel tiempo cargaba demasiadas ideas en los hombros de los niños.

-¿Por qué no…?-iba a decirle que se tomara las cosas con calma, pero una voz de mujer le interrumpió.
-¡Johann!-gritaba.

Era una mujer rubia, bien vestida. Su falda sin forma se enredaba en sus rodillas al correr, algo poco decoroso en aquel tiempo, pero parecía demasiado preocupada por el niño como para que aquello le mereciera un pensamiento.

-¡Johann!-dijo con alivio finalmente, acercándose a ellos. Recorrió con una mirada rápida el aspecto del niño, y al ver que estaba bien, le tomó de la mano con un tirón, acercándola a ella.

Flóki aprovechó el interín para levantarse.

-Espero que no le haya causado molestias…-se disculpó la mujer.
-En absoluto. Ha sido un placer hablar con su hijo. Un niño muy inteligente, que será un gran hombre algún día.
-Ah… -la mujer parecía no saber qué decir-Gracias.

Por una fracción de segundo, deseó arrancar a aquel niño de manos de su madre y criarlo él mismo. No sería el primer humano al que había adoptado durante su existencia. Niños con grandes potenciales, demasiado restringidos por el mundo en que les había tocado vivir. Él los tomaba consigo, les daba libertad, les dejaba desarrollarse. A menudo no era más que la mano que les cambiaba de familia, pero en aquel Berlín del Tercer Reich, deseaba como nunca rescatar un ser humano de la barbarie y mantenerle en la inocencia, ajeno a los acontecimientos.

Ensayó un paso al frente, dispuesto a hablar. Dispuesto a saber más de aquella madre y aquel hijo, para poder planear el encuentro. El secuestro. La liberación. Pero algo le detuvo.

Sentía una mirada posada en aquellas dos mismas personas. Miró a su alrededor. No le costó encontrarle. Entre la multitud, el rostro cetrino de aquel hombre quieto, delicado, observando. Sonrió. Aquel hombre, aquel ser… se le había adelantado. Miró al niño una última vez, intentando recordar sus facciones. A lo largo de la eternidad, sus caminos volverían a encontrarse. Estaba seguro.

-No debe darlas por decir la verdad.-respondió a la mujer simplemente.

Ella se ruborizó, por algo que después no sabría describir. Flóki sabía que era porque había notado la muerte frente a ella, y un segundo después, había pasado de largo. Tenía segunda visión. Apagada, dormida y oculta bajo capas y capas de civilización y raciocinio. Pero la mujer estaba embarazada y aquello despertaba sus sentidos dormidos.

-¡Adiós, señor!-dijo simplemente Johann, mientras iban camino de vuelta.
-¡Adiós, Johann!-respondió él, agitando la mano en un gesto infantil.

Se quedó mirando el vació un instante y, antes de seguir su camino, saludó con un asentimiento de cabeza al ser que había estado observando la escena. Cuando parpadeó, ya no estaba allí.

Flóki siguió caminando mientras silbaba. Parecía que se acercaban tiempos interesantes.


**Nota: Johann es un personaje que no me pertenece. Su creadora, aquí.