viernes, 13 de septiembre de 2013

Naufragio



La obra había sido representada casi de forma ininterrumpida desde que se estrenó en 1906. Primero semanalmente, luego una vez al mes, y entonces, seis años después, se representaba una sola vez al año. Al menos en los teatros de Londres.

Y desde hacía dos años, un misterioso benefactor pagaba las entradas para cincuenta niños del orfanato de Whitechapel a los que él mismo se preocupaba de recoger, llevar al teatro y devolver al orfanato a tiempo para la cena. Cuando no era posible, les procuraba una en persona. Esa misma mano misteriosa donaba generosas cantidades de dinero al hospital de salud mental, a los centros de acogida de mujeres desamparadas y a los de veteranos de guerra.

-Con dinero robado-apuntó su amigo, frente a la taquilla del teatro donde habían comprado las entradas, propias y de los niños. Había perdido la cuenta de las veces que habían asistido a ver Peter Pan en los últimos años.

-¿No es acaso un héroe nacional, una leyenda, un tal Robin Hood?-se defendió su interlocutor encogiéndose de hombros.-Estoy seguro de que los niños, los locos, los veteranos y las putas le sacarán mejor partido que sus propietarios originales.

Su acompañante bufó con un deje de despreció, pero él encajó bien el golpe. Saludó al taquillero levantando el sombrero y echó a andar calle abajo, sin hacer uso del bastón de paseo en el que, de cuando en cuando, solía apoyarse. En realidad no era más que un símbolo de estatus, no una necesidad.

-Desprecias mis métodos demasiado cuando hablamos, pero si no hubiera actuado de aquel modo ¿cómo te hubieras procurado alimento en estos últimos años?

-Yo qué sé, como he hecho siempre, supongo…

-Ajá.

Su acompañante rompió a reír y con un par de zancadas largas, se puso a su altura. 

Dos figuras oscuras en la noche, una alta, con sombrero y cabellos cobrizos recogidos en una coleta con un trozo de terciopelo, una capa negra cubriendo su traje de ópera, bastón de paseo. Joven, pero con un aspecto un tanto anticuado, victoriano. Una sombra más baja, sin sombrero, con cortos cabellos rubios peinados cuidadosamente hacia atrás. También llevaba traje de ópera negro, pero le protegía del viento una gabardina oscura, y no llevaba bastón. Hablaban un correcto inglés, pero algo en su aspecto dejaba claro que eran extranjeros. O al menos así se lo pareció al taquillero del teatro. Demasiado… majestuosos, creía que era la palabra. Excéntricos, venía a su cabeza constantemente. No se le ocurrió en ningún momento que no fueran humanos. En aquel tiempo, la conciencia de clase estaba tan profundamente arraigada en la psique de los ciudadanos, que toda rareza que vieran en los de las clases más altas era atribuida solamente a eso, a que eran de una clase cuyas costumbres no conseguían comprender. Aquella ceguera selectiva había salvado la vida a más de uno.



Flóki se dejó caer sobre el sofá y suspiró, capa, sombrero y bastón abandonados en el suelo de la entrada. Kjell, que le siguió entrando al apartamento de Whitechapel, se quedó tras él, apoyado en el umbral, observando. 

Hacía mucho tiempo que le conocía y si algo podía decir de él, era que era voluptuoso, en la más amplia extensión del término, en todos los sentidos imaginables. Experimentaba toda la gama de sentimientos humanos, solo que no los procesaba de igual manera que ellos. Los experimentaba de forma aumentada. Saciaba sus apetitos al instante y de forma desmedida, cualquiera que estos fueran. 

No importaba si tenía que robar a alguien para tener un detalle con una persona que le había caído en gracia. Tampoco importaba si había que matar, mentir, engañar o manipular. Para él, el fin último justificaba todos los medios. Aunque a veces, el fin último no fuera más que mera diversión. Daba igual cuántas veces se le explicara que aquella no era manera de vivir entre los hombres. Había unas reglas, una moral, una sociedad a la que atenerse. Pero no lo entendía. En el fondo, tenía lógica… alguien que no era humano ni lo había sido jamás no tenía por qué entender esa clase de cosas, por muy irritante que eso resultara para aquellos que siempre habían seguido esas normas. Tejía planes dentro de planes y objetivos a tan largo plazo que sus acciones parecían fruto de la locura y el caos. 

Cuando esos sentimientos eran negativos, eran desoladores. La tristeza era desamparo, la nostalgia depresión, el arrepentimiento tormento. Era engañoso, tramposo, infantil y burlón. También era carismático, ambiguo y leal. Y era su amigo. Su único amigo real, el que había estado allí desde el principio.

Sonrió ante el desordenado apartamento lo mejor que pudo y sorteó las ropas tiradas aquí y allá de forma aleatoria para llegar hasta él y sentarse a su lado.

-¿Qué ocurre?-preguntó simplemente. Esperaba una respuesta sincera.

-He tenido una visión-dijo el otro sombrío.

-¿Mala?-tanteó Kjell. 

Las visiones de Flóki no eran en general demasiado acertadas. O tal vez lo fueran en sí mismas, pero desde luego, él no solía atinar a interpretarlas de la forma correcta. Ya no, no en aquel mundo, no entre mortales.

Dudó antes de responder, y Kjell comprendió sin palabras. 

-¿Dónde?

-En al Atlántico Norte.

-¿En el mar?

Flóki le miró con aspecto cansado, como quien habla con niños testarudos. Era una pregunta absurda, ¿Qué otra cosa podría ser?

-Un naufragio.

-¿Quieres ir?

-Siempre quiero ir, Kjell…

-No tienen por qué estar allí. Quiero decir… no siempre están allí ¿no?

Su interlocutor sacudió la cabeza.

-No, claro que no. En realidad sería difícil decirlo. A fin de cuentas, depende de la cantidad de gente que muera. Y donde muere mucha gente, suele haber también héroes, gente valiente y todo eso. Eso les atrae.

-Pero también la atrae a ella.

-Sí. No vendría por algo que no fuera una masacre.

Kjell guardó silencio. Desde que le conocía, Flóki había caído en varias ocasiones en aquella especie de trance y dudas existenciales. Al menos tantas veces como guerras, plagas, y grandes accidentes había habido en la historia. Bien pensado, era un estado en el que entraba bastante a menudo. Porque sabía que si quería verla, tendría que ir a aquellos lugares, pero en aquellos lugares también estarían ellos. Ellos, de quien había conseguido escapar a duras penas tanto tiempo atrás, para ir a refugiarse al lugar en el que jamás le buscarían, donde no le habían visto acudir jamás mientras compartían su vida. A la Tierra de los Hombres.

Normalmente optaba por no acudir, y luego pasaba meses enteros arrepintiéndose, sumido en la autocrítica, llamándose cobarde. Una idea pasó por la mente de Kjell.

-¿Sólo con actitudes heroicas dices?-El otro asintió.-¡Flóki! ¡Mira a tu alrededor!

Su interlocutor se incorporó ligeramente en el sofá.

-¿Qué le pasa?

-No me refiero al apartamento, me refiero al mundo. En este siglo veinte ya no quedan actos heroicos. En ese naufragio del que hablas, posiblemente los hombres ahogarán a los niños para subirse ellos en las barcas salvavidas.

-¿Qué quieres decir?

-No hay actitudes heroicas. No es algo que entre en el espíritu de la época.

Flóki lo meditó un momento.

-Por supuesto-añadió su amigo-Estaré contigo en todo momento.

Un brillo fugaz cruzó los ojos de Flóki, un destello de ilusión.

-¿Qué quieres decir?-repitió de nuevo, casi como para asegurarse de que había entendido bien, de que no era un engaño de su mente.

-Que te levantes de ese sofá, victoriano decadente-le espetó- Nos vamos.



Hacía frío, aunque ninguno de ellos lo notaba realmente. Habían llegado a una zona del Océano Atlántico Norte en la que soplaba el viento frío y trozos de iceberg se desprendían hacia el agua con un sonido sordo que desgarraba la noche. 

Y sobre uno de aquellos glaciares se encontraban, esperando. No sentían frío. Incluso disfrutaban del aire de la noche, les mantenía despejados. Flóki estaba seguro de que era el lugar correcto, la fecha correcta. Quedaban alguna horas para que ocurriese el desastre, pero sabía que ella llegaría antes. Siempre llegaba antes, como para abonar el terreno de la muerte.

Pero llevaban allí cerca de media hora, y nadie aparecía. Flóki parecía inquieto, impaciente, sentado sobre el hielo, observando las brillantes estrellas del cielo del norte. Parecía hablar para sí mismo, como nombrando las constelaciones con palabras nunca escuchadas por el oído humano. Kjell, en cambio, comenzaba a temer que la visión de su amigo hubiese fallado en aquella ocasión. No se veía rastro de nada, de nadie. Las olas rompían contra el hielo en un ritmo constante y su mirada estaba fija en ellas.

-¿Padre?-escuchó una voz sorprendida a su espalda. La sensación fue muy extraña. El sonido estaba a su espalda, pero no lo escuchó con sus oídos, sino en su cabeza, dentro.

Kjell se movía deprisa, mucho más de lo que haría un hombre mortal, pero para cuando quiso darse la vuelta, su amigo se le había adelantado. Estaba de pie, plantado frente a la mujer que había aparecido de la nada. Sólo entonces notó el olor. Era un olor familiar, el olor de la putrefacción. Frunció el ceño con desagrado, miró el rostro de la mujer por primera vez, esperando una visión de muerte y dio un respingo. 

Plantada delante de ellos, de pie, había una mujer alta. Muy alta, más alta y ancha que su padre. Estaba completamente cubierta por un manto blanco de pieles y plumas, de pies a cabeza, aunque tenía la capucha echada hacia atrás, dejando al descubierto una melena también blanca, larga, trenzada detrás de su cabeza, que el viento llevaba hacia delante, y un rostro joven, casi infantil, hermoso como Kjell no había visto nunca. Los ojos eran negros, profundos, brillantes, grandes. Llevaba un rastrillo de arar en las manos. Pero no se le veían ni las piernas ni los pies. El manto estaba perfectamente diseñado para no ajustarse a su cuerpo en aquella zona, y Kjell recordó lo que había aprendido en su vida mortal. Las piernas y los pies de la hija de Flóki estaban muertos, en estado permanente de putrefacción. De ahí venía el olor que percibía.

Flóki y la recién llegada se abrazaron, y Kjell fijó los ojos en el cielo estrellado apartando la mirada en un respetuoso silencio. No tuvo demasiada consciencia del paso del tiempo hasta que la voz de la mujer sonó de nuevo en su mente.

-Kjell Sveinson.

El interpelado se giró hacia ella.

-¿Sabes mi nombre?

-Todo el mundo muere.

Sus ojos estaban fijos en los de él, y se sintió pequeño, joven, mortal. Quiso reír. La mirada negra que le atravesaba le hacía sentir, paradójicamente, más vivo de lo que se había sentido en mucho tiempo. Pensó que posiblemente, aquella sensación era similar a la que los mortales sentían cuando su propia mirada se clavaba en ellos. Una sensación de ligera euforia se apoderó poco a poco de él.

-Esto te pertenece-dijo ella, alargando la mano izquierda hacia él.

Kjell volvió a sobresaltarse. En la mano abierta de la mujer había un pequeño trozo de cuero. Viejo, muy viejo. El hombre sonrió al reconocerlo. Era la vieja pulsera que había regalado a su hijo la primera vez que se embarcó dejándole en la granja. Un viejo recuerdo.

-Está bien. Te espera.-respondió ella a sus preguntas no formuladas.

Tomó el trozo de cuero entre sus manos con cuidado y miró a su amigo, que sonreía complacido. Solo entonces se dio cuenta de que tal vez estaba en un lugar que no le correspondía.

-Flóki-preguntó-¿Quieres que me vaya ahora?

Flóki se encogió de hombros. Kjell se tomó el gesto como una invitación a marcharse, pero cuando se disponía a saltar al agua para volver a tierra civilizada, le interrumpió.

-¡No, no, mejor quédate!



Ni siquiera un barco que pasara al lado del iceberg hasta el punto de tocarlo hubiera visto las tres figuras que reposaban sobre él en la noche. Flóki se había recostado sobre el hielo, con la cabeza apoyada sobre las rodillas de su hija, que también se había sentado, dejando las piernas colgando hacia el agua. Kjell estaba sentado con las piernas cruzadas un poco por encima de ellos. Esperaban. Conversaban.

-Si volvieras y pidieras perdón, no tendrías que huir más…-estaba diciendo ella.

-¿Pedir perdón? ¿Es que acaso tengo algo por lo que pedir perdón?-bufó su padre.

Kjell sonrió para sí mismo. Sabía que su amigo jamás aceptaría que había errado en su actitud, aunque era evidente para el resto del mundo que había sido así. A sus ojos, todo lo que había dicho en aquel banquete era completamente cierto y justo. El único error que él admitiría jamás era haberse emborrachado y dicho todo aquello en voz alta. Tenía que haberse callado, eso es lo más que admitiría. Y desde luego, aquello no era ni siquiera un principio de disculpa.

Ella sacudió la cabeza.

-No son tan malos… están enfadados, nada más.

-Pues que se enfaden todo lo que quieran. No estoy dispuesto a que me encadenen de nuevo.

-Tu esposa…

-¿Después de todos estos años aún se llama a sí misma mi esposa?

-Supongo que…

Volvió a bufar con desprecio. El rostro de su hija mostraba un aspecto pesaroso. Kjell, que le conocía mejor, sabía que era en realidad la amargura la que hablaba por la boca de su amigo. Si su esposa llegase una noche a su alcoba como un súcubo de las leyendas abrahámicas, la recibiría con los brazos abiertos.

-¿Qué es eso?-preguntó la mujer, poniéndose de pie de golpe.

Ambos hombres aguzaron el oído.

-Música-sentenció Kjell. 

No se veía el origen de la misma, pero podían escucharla claramente, arrastrada por el viento del este hasta ellos.

-¿Música?

Flóki rio con voz ronca.

-¿Cuánto hace que no te diviertes?-preguntó.

Su hija le miró con expresión ofendida.

-Me divierto a menudo, padre. Todas las noches hay un banquete en mis salones, y…

Flóki rio de nuevo, y en esta ocasión, Kjell contuvo también una sonrisa.

-Si algo hay que reconocerles a los mortales, es que saben divertirse.

-No todos podemos mezclarnos alegremente con ellos ¿Sabes? Algunos tenemos responsabilidades. Ya sabes cómo es eso. O solías saberlo, al menos.

-¡Ah! Pero, aún no llega el naufragio ¿verdad?

Ella titubeó.

-No… queda aún un rato.

-Pues deja que te mostremos la diversión en el Mundo de los Hombres.

Titubeó de nuevo.

-Suele ser mejor hacerle caso-apuntó Kjell.

-Gracias, amigo. 

Entonces echaron a andar. Con paso rápido, decidido, en dirección al sonido. Kjell tenía una sensación extraña al caminar, mientras seguía hablando con sus acompañantes. Se hizo el silencio por unos momentos, y entonces cayó en la cuenta: estaban caminando sobre las aguas.



Si había que hablar de decadencia victoriana y gestos de prepotencia, aquel trasatlántico era la viva imagen de todo ello. Kjell había oído hablar de él, por supuesto. Había salido en todos los periódicos. Quienes lo habían botado se habían atrevido a llamarlo “el insumergible”. Como vikingo que había sido en su vida mortal, sabía perfectamente que aquello no era sino una llamada a la catástrofe.

El interior, al menos aquel salón en el que se encontraban ahora, era un desperdicio de dinero y medios. Un amplio salón de baile, con músicos de cámara, lámparas de araña, bordados en manteles, gente vestida de forma ostentosa.

La hija de Flóki parecía disfrutarlo de cualquier modo. En algún momento que Kjell no identificaba, había cambiado su aspecto. En realidad, no su aspecto, tan sólo su tamaño, hasta la forma de una mujer mortal de estatura normal. No sabría decir en qué momento ocurrió. Simplemente apartó la mirada un momento y cuando volvió a mirar, ya era de su estatura. Se mostraba ilusionada con el ambiente y las luces del salón, con la música. Se movía entre la gente con gracia, con alegría. 

Aun así persistía el olor a muerte. Kjell sabía que ninguna de las personas que se paraban para charlar con ella lo sentían, pero él era diferente, él se alimentaba con la muerte, estaba familiarizado con aquel olor, con aquella sensación. Y tener ese olor cerca le hacía sentir hambre.

Miró a su alrededor. Cerca de las bebidas había una muchacha sola que observaba detenidamente su copa. No tenía tiempo de estudiar, de sondear, de saber si lo merecía. La debilitaría, nada más. Si moriría o no era ya cosa del destino.

Como un mr. Darcy del siglo veinte, se acercó a ella y la invitó a bailar con gesto condescendiente. A los ojos de aquellos que los observaran, bailaban demasiado juntos, en un gesto poco decoroso, con el rostro de él hundido en el cuello de ella. Nadie pensaría siquiera que estaba, simplemente, bebiendo su sangre.

Permaneció así un rato, casi un par de canciones, hasta que un tirón de la manga le sacó de su estupor. Se apartó de la dama sin preocuparse en cubrir su huella. 

-No podéis quedaros aquí mucho tiempo.

-¿Por qué no? Esto no es más que decadencia y…

-¿Ves a aquel hombre de allí?

Kjell miró discretamente en la dirección que le indicaban. Había un hombre, mayor, pero no un anciano, ataviado elegantemente y con una larga barba, sentado en una mesa pequeña, tomando notas en una agenda negra. Tenía un aspecto afable, como de abuelo cariñoso.

-¿Qué le pasa?

-Es un espiritista inglés.

-¿Y?

-Me ha visto, Kjell-dijo con tono sombrío.

-Bueno, no eres invisible…

-No. Quiero decir que me ha visto. A mí, mi auténtico yo…

-Ah… pero… bueno, siempre ha habido gente con segunda visión ¿no?

-¡No lo entiendes! Ha visto el otro lado, no tiene miedo a la muerte, sabe que va a morir… intentará que otros no mueran.

Poco a poco, la idea caló en el cerebro del hombre.

-Hará un sacrificio, un acto heroico…

-Exacto. Y vendrán a por él. Nunca dejan de venir.

-Comprendo. ¿Cuánto tiempo nos queda?

-Apenas diez minutos para que todo comience. Tenéis que… ¿dónde está mi padre?

Miró a su alrededor. Ambos lo hicieron. Kjell bufó. Sabía que aquella no era la clase de ambiente que Flóki disfrutaba. Nunca lo había sido, prefería mezclarse con la gente más… bueno, más humana.

-Estará abajo, en la zona de tercera clase.

-¿Tercera clase?

-Sí, la gente que no tiene dinero. 

-¿Están puestos a parte?-se escandalizó ella.-¿Por qué?

-Pues porque… porque no tienen dinero

-¿Y qué? ¿La música no es gratis? Todos tienen oídos ¿no?-como si una idea llegase a ella de pronto, añadió: -¿Los mortales tienen que pagar por tener oídos?

-¿Qué? ¿Pagar por…?-desistió. No tenía tiempo de intentar explicarle a otro nunca humano los principios más básicos de la sociedad de clases. Ya había perdido demasiado tiempo intentándolo con Flóki.-Voy a buscar a tu padre.

-De acuerdo. Idos tan pronto como podáis. No tardará en suceder.



Flóki disfrutaba la música, el baile, el contacto con la gente. Tenía la impresión de que las clases altas despreciaban a los pobres porque tenían una riqueza de la que ellos carecían. Nunca había visto a un mendigo de las calles de Londres negarse a compartir su último mendrugo de pan con su hambriento hijo. Pero había visto en más de una ocasión ricos magnates desheredar a sus hijos por haber elegido un camino que no era el que les habían marcado desde su nacimiento. No sabría describirlo con palabras, pero sabía que algo había ahí, un misterio que marcaba irremediablemente la diferencia.

También le resultaba fascinante cómo le habían aceptado sin reservas, a pesar de estar aún vestido con su traje de ópera, a pesar de ser obvio que no era de su misma clase social. Niños, hombres y mujeres harapientos compartían un pequeño momento de alegría, un pequeño momento en el que dejaban de lado las miserias de la vida.

Le encantaba mezclarse con ellos, eran los momentos en que era más él mismo. Llevaba un largo rato bebiendo cerveza, bailando con mujeres y hombres, levantando niños en volandas. Sabía además que dos pisos por encima de él, su amigo y su hija le acompañaban. Hubiera deseado que se detuviese el tiempo.

Estaba dando un largo trago a una jarra de cerveza, cuando vio a Kjell aparecer por la puerta. Arrojó la jarra al suelo sin molestarse en terminarla, y le hizo señas con la mano para que se acercase.

-Tenemos que irnos, Flóki.-dijo a modo de saludo.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Tú hija. Dice que ellos vendrán, que hay un hombre…

Las luces vibraron. Se escuchó un sonido, como un rasgueo fuerte, violento. El barco se tambaleó, y se escucharon algunos gritos aislados. Las luces vibraron con más fuerza, hasta quedarse apagadas. Los oídos de Kjell, más agudos que los de sus acompañantes, captaron el sonido del agua entrando en el interior del barco, de la chapa metálica de la que este estaba hecho comenzando a desprenderse. Flóki llegaba a escuchar aún más, las máquinas de carbón fallando, los murmullos de la tripulación. 

-Ya ha empezado, Flóki, vámonos.

-Espera, espera. Hay que sacar a esta gente de aquí.

-No puedes cambiar esas cosas, tú lo sabes mejor que nadie.

-Pero es que…

-¡No tenemos tiempo! ¡Vámonos!

Tiró de Flóki como pudo, llevándole a rastras por el pasillo, entre las puertas de tercera clase. Comenzaba a escucharse movimiento arriba, murmullos, pasos. 

-¡Espera!-rogó Flóki, parándose en mitad del pasillo.

-¿Qué pasa ahora?

-No es cosa del destino, Kjell.

-¿De qué coño estás hablando?

-No es cosa del destino, no se trata de sus vidas, no es por el naufragio.

-¿Qué?

-La tripulación… hablan de encerrarles aquí abajo, Kjell, de dejarles para que se ahoguen. Ni siquiera a las ratas se les trata así…

-Sabías que eso pasaría, o algo parecido. Por eso vinimos, ¿recuerdas? El espíritu de la época.

-¡Pero no pueden dejarles ahí! ¡No podemos!

-¿Prefieres que ellos te encuentren aquí?

Flóki dudó por un momento. Y comenzó a andar hacia la superficie.



Estaban de nuevo encima de un iceberg. De pie, observando desde una distancia prudente lo que estaba ocurriendo en el mar. El barco se había partido en dos, la gente luchaba por su supervivencia. Más de la mitad de los pasajeros habían muerto ya. Flóki podía ver a su hija pasando el rastrillo sobre el mar con tristeza.

-Esa música… ¿Por qué no dejan de tocar?

-No lo sé. Sentido de la épica, supongo.

-¿Épica? Han matado, ¡Matado, Kjell, no de forma accidental! A muchísima gente buena. Aún no han pasado horas desde que muchos de esos cadáveres bebían conmigo…

Kjell suspiró. No sabía qué decir. Flóki había evitado deliberadamente aquella clase de muertes masivas durante mucho tiempo, tal vez demasiado. Tenía miedo de que ellos le estuvieran esperando, en la creencia de que las situaciones límite sacan lo mejor de los humanos. En el fondo, era un idealista. Kjell había sido humano, había estado en sus propias guerras. Solía preferir el escenario, desde luego. Era todo mucho más fácil de esa manera, la gente estaba condenada, no le pesaba acelerar el proceso. O pasar por los hospitales de campaña. El caso es que sabía que aunque, en efecto, los había que se comportaban de forma honorable en aquellas situaciones, la mayor parte de la gente se dejaba llevar por el pánico y cometían todas las atrocidades que en una situación normal mantenían encerradas en el armario de la convención social.

Asesinatos, violaciones, saqueos, canibalismo. Kjell lo había visto todo, era lo esperable en aquellas situaciones. Una verdad triste, pero real a fin de cuentas. Todo era nuevo para su amigo, que no concebía esa clase de actitudes. No eran honorables. No eran dignas.

-El espiritista está agonizando-escucharon la voz de la mujer. Había aparecido de nuevo a su lado, sobre el iceberg, con su forma real.-Vendrán enseguida.

-Puedo ayudarle. No tiene por qué morir. Puede seguir ayudando a esa gente…

-No puedes-su hija estaba horrorizada.

-¿Por qué no? Esa gente ha decidido el destino de muchos…

-¡Provocarías una guerra entre linajes, entre mundos!

-¿Por el destino de un solo hombre?

-Llevas demasiado tiempo en la Tierra Media, padre.

Desapareció en la oscuridad, demasiado deprisa para la vista. Kjell y Flóki estaban solos de nuevo.

-Tal vez no pueda salvar la vida de nadie, pero puedo hacer que otros mueran.

-Flóki, no-rogó su amigo-Vámonos de aquí.

-No.

-No hagas nada de lo que te arrepientas.

Flóki no le escuchó y levantó los brazos hacia las estrellas.

-No me arrepentiré.

-¿Qué vas a hacer?

-Agitar las aguas.



El mar se había agitado. Varias lanchas salvavidas volcaron por el movimiento de las olas, de repente violentas. El agua estaba más fría incluso de lo que esperaban. Estaba casi congelada, provocaba hipotermias casi al momento. Los gritos de horror habían cesado, y reinaba la calma pesada que acompaña al desastre. El barco se hundía con su carga de cadáveres.

De pie sobre el iceberg, Flóki seguía llamando a la tormenta, agitando el mar, murmurando en una lengua ininteligible para su amigo, testigo mudo de su magia. Iba perdiendo fuerza, no era una actividad que pudiera llevar a cabo en el mundo de los hombres sin esfuerzo. 

Pero magia era magia, y sus efectos eran igual de poderosos para los mortales. Kjell sintió que comenzaban a llamar demasiado la atención. Percibía el peso de una mirada fija en ellos.

-Están buscando la fuente de magia-oyó Kjell en su mente. 

-Flóki…

-No me importa.

-Van a encontrarte…

-¡No me importa!

-Flóki, por favor-imploró Kjell, tirando de su amigo. 

Intentó tirar de su brazo hacia abajo, pero nada ocurrió. Miró su rostro. No era el rostro de expresión afable que él conocía. Era un rostro endurecido, como tallado en piedra. Era su verdadero aspecto. Hermoso, brillante, fuerte. Peligroso. Actuaba como llevado por un fuego que él no conseguía comprender. Como poseído por su propia furia.

-¡Flóki, joder!

Se colgó de nuevo de su brazo izquierdo, intentando que entrase en razón. Su amigo le miró con ojos incandescentes.

-No te entrometas, vampiro-gruñó con voz profunda.

Barrió con el brazo izquierdo para quitárselo de encima y le hizo caer en el mar. Kjell había caído profundo, tanto, que tardó unos instantes en recuperar el pleno funcionamiento de sus sentidos. Sentía que le sangraban los oídos por el cambio brusco de presión, pero no importaba. No necesitaba respirar.

Nadó hasta la superficie. Le dolían los oídos aún más, sintió cómo le estallaban los tímpanos. Se recuperaría, pero el dolor era casi insoportable. Flóki seguía sobre el iceberg, el mar aún más agitado. No oía más que un zumbido, pero sabía que se acercaba otro barco. Una sensación pesada, como si un poder superior a todos ellos estuviese presente. Algo aún más poderoso que la magia de Flóki.

Una imagen blanca flotaba ante él. Era la hija de Flóki, con expresión de alarma en su rostro.

-Tienes que sacarle de aquí, Kjell.-oyó en su mente.

-Lo he intentado, es más fuerte que yo…

-Sabes más que eso.

-Pero si le obligo…

-Te perdonará. 

-¿Y si es lo que de verdad quiere?

-¡Olvídate del libre albedrío, Kjell!

-¿Qué?

-¡Ya vienen!-desapareció ante sus ojos, sumergiéndose en el mar.

Kjell suspiró. El desastre se extendía a su alrededor. Fuego sobre el agua. Muerte alrededor. Flóki había estado a su lado. Siempre, a pesar de todo. Suspiró otra vez, antes de tomar aire.

Entonces llamó a su amigo como nunca le había llamado antes. Gritó. Y con el sonido de su voz, Flóki se tambaleó por un instante. Lo hizo de nuevo. Flóki cayó al agua con el sonido de los gritos. Kjell nadó hacia él, dispuesto a recogerle. Volvió a hablar, esta vez susurrando. Su amigo, debilitado, nadó hacia él.

Había utilizado su verdadero nombre.



Las primeras noticias que salieron en los periódicos decían que no había habido víctimas mortales. Kjell se lo hizo saber a Flóki cuatro noches después, echando un periódico sobre el cuerpo convaleciente de su amigo. Él mismo había tardado dos días en recuperar sus tímpanos, y aún le dolía la cabeza. Había tenido que matar a tres personas aquella noche sólo para razonar sin que su cabeza martillease.

Pero su amigo lo tenía peor. Había pasado varios días entre fiebres, y finalmente parecía mejorar. El desgaste por usar esa clase de magia en el mundo de los hombres era un esfuerzo terrible, y el control al que le había sometido para sacarle de allí lo había empeorado. No moriría por ello, pero tardaría en recuperarse mucho más que Kjell.

-Los humanos son unos embusteros. Y unos asesinos. ¡Ah, en mala hora elegí este mundo!

-¿Seguro?

Kjell se sentó al lado de su amigo y pasó la mano por sus cabellos. Él no necesitaba aquella clase de demostraciones de afecto, le hacían sentir incómodo, pero le constaba que Flóki era bastante inestable, le gustaba el contacto. Se sentía terriblemente sólo.

Le dirigió una mirada lánguida y se acurrucó bajo las mantas como un niño enfurruñado. El vampiro sintió un escalofrío. Sabía que estaba planeando algo.



Por primera vez en casi dos años, Flóki parecía de buen humor. Desde el incidente con el naufragio, Kjell y él habían convivido. Así lo había decidido el primero, a la vista de que su amigo, víctima de una depresión tras golpearse con la realidad humana, pasaba las veinticuatro horas del día borracho.

Aquel día, en cambio, parecía diferente. Eran las últimas horas de la noche, y Kjell regresaba para ocultarse de la luz del sol. Flóki, impecablemente vestido, salía a la calle, silbando.

-¿Te vas?

-Tengo asuntos que arreglar.

Kjell se sentó en el sofá y miró a su amigo con preocupación.

-¿Estás bien?

-¿Qué?-dijo distraídamente mientras se miraba en el espejo, ajustando el sombrero-¡Ah, sí! Gracias por tus cuidados, amigo. No volverá a pasar.

Kjell descartó con un gesto de la mano y observó cómo su amigo abría la puerta de la calle. Se paró un momento, como si dudase en salir. Pareció pensárselo por segunda vez, y regresó al salón, plantándose con pasos rápidos frente a él.

-Kjell…-comenzó.

-¿Sí?

-Sabes que te aprecio, eres un buen amigo. Siempre lo has sido.

Las palabras le causaron una profunda inquietud. Sonaban como una despedida. Flóki sonrió.

-Espero que puedas perdonarme algún día.

-¿Qué has hecho ahora?

No le dio tiempo a terminar la frase. En un movimiento rápido, posó sus labios sobre los de él en un gesto lento, deliberado, largo. Kjell intentó zafarse, incómodo y molesto, pero enseguida se dio cuenta de que el beso no tenía nada de erótico, nada de sensual. Significaba exactamente lo que las palabras del semigigante habían dicho: “Perdóname”.

-¿Dónde vas, Flóki? ¿Qué vas a hacer?

-A Serbia.

-¿Qué?

Flóki salió por la puerta despidiéndose con un gesto de la mano. Kjell miró impotente por la ventana. No podía seguirle. Estaba amaneciendo.



-Eso es, tú tranquilo.

-Pero hay mucha gente. Guardias.

-No te preocupes. Yo los apartaré para ti, tú sólo dispara. Intenta apuntar bien. 

-Estoy nervioso.

-No lo estés. Sé que puedes hacerlo. Has practicado bien.

-Sí, claro. Puedo hacerlo.

-¿Estás listo?

-Creo que sí.

-Adelante entonces.

La gente le abrió paso. Incluso los guardias parecieron apartarse de su camino. El carruaje estaba en movimiento, pero él había practicado bien.

-Ahora…

Hubo un disparo, pero falló. Al menos, en sentido estricto. No dio a su objetivo. 

-Tira de nuevo-le hablaban directamente a la mente-Te quedan aún cinco balas.

La siguiente dio en el blanco. Y la siguiente. El caos se abría a su alrededor, todo eran gritos, pero él escuchaba una sola voz. La de aquel que evitaba que los guardias se abalanzaran sobre él.

-Una última vez.

Y la bala atravesó infalible el corazón. La víctima cayó muerta. Dejó de escuchar la voz que le hablaba a la mente. Se había ido, le había abandonado a su suerte.

Le detuvieron casi al instante.



Despertó de su sueño con el sonido de miles de voces gritando. Las voces de aquellos que morirían pronto. Se levantó inquieta, en la oscuridad. En su reino, siempre estaba oscuro cuando dormía. Así lo ordenaba ella. 

No era en absoluto un lugar oscuro y gris en sí mismo. Los que allí habitaban festejaban a menudo. Reían y jugaban, recordaban. Los grandes salones estaban iluminados con una luz tan cálida y brillante como el sol del verano. Pero en sus estancias prefería la oscuridad. Para dormir. Siempre se sentía cansada. Posiblemente, el tener la mitad del cuerpo muerta ayudaba a su fatiga permanente.

Hizo que todo se iluminara con un solo pensamiento y se disponía a sumergirse en el lago de agua caliente cuando el sonido de unos pequeños pasos en su lecho llamó su atención. 

-Eres tú-dijo con alivio.

Era una pequeña ardilla roja, la mensajera entre mundos. Se acercó al lecho y se sentó sobre él. Extendió la mano para que la ardilla subiera a ella.

-Hace mucho que no vienes-era una observación, no una crítica.

Sonidos ininteligibles. Para todos, menos para ella.

-¿Vienes del Mundo de los Hombres? ¿Qué ha pasado?

Más sonidos agudos.

-¿De verdad? Acompáñame…

La ardilla escaló con un salto hasta el hombro de la mujer, y esta se inclinó sobre el pequeño manantial al otro lado de la estancia. El agua clara caía de la piedra sobre un pequeño estanque transparente de agua helada. Era como un espejo. Pasó la mano sobre el agua, y las ondas que se dibujaron en ella dejaron ver una imagen.

La mujer ahogó un grito, decepcionada. 

-Padre ¿Qué has hecho?



Kjell se levantó pasada la medianoche. Solía levantarse temprano, pero aún le dolían los oídos. Sin molestarse en ponerse la ropa, se dejó caer en el sofá y cogió el periódico que Flóki había abandonado allí. Por tercera noche consecutiva, estaba de buen humor. Ahora silbaba en la cocina, desde donde Kjell percibía olor a carne asada, pero pasaba el día fuera de casa. Eran buenas noticas, una mejora a su estado.

Frunció el ceño al leer las noticas en la primera página. El archiduque Francisco José y su esposa habían sido asesinados a tiros. En Sarajevo. 



Flóki salió de la cocina sonriendo. Había aprendido que en el mundo mortal, la muerte de un solo hombre provocaba guerras y la amargura de otros, masacres. Era el espíritu de la época. Y lo llamaban progreso.

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